La historia del “niño que vivió” cumple veinte años


En 1997 comenzó todo un fenómeno cultural y literario: Harry Potter, de J. K. Rowling, emergió como un éxito entre los jóvenes lectores, y sus películas acrecentaron ese ritmo de masificación. Según The Independent, para marzo de 1999, Harry Potter y la piedra filosofal había superado las trescientas mil copias vendidas. En una de sus primeras entrevistas, el año de su debut, la autora (mencionada como Joanne) dijo que “fue el mejor momento de todos” al ver que el suyo era un “libro real” y estaba en una “librería real”. Es difícil hablar de veinte años de un comienzo sin considerar su proceso. Porque, por una parte, está el libro mencionado y, por otra, toda la saga del “niño que vivió”, quien, ante todos los pronósticos y siendo un bebé, pudo derrotar a un ser innombrable y oscuro, que podría ser un retrato de muchos líderes autoritarios a lo largo de la historia.

También se habla de un universo diferente, otra cosmovisión, otro lenguaje. La vida de un muggle (en la ficción de Rowling, una persona incapaz de hacer magia) no es de interés en lo absoluto en esta saga. Solo importa lo que sucede en la vida de su protagonista y en los asuntos políticos y sociales en el lado mágico de su nación, ese lado clandestino que el mundo muggle ignora. Es, también, una saga política: un chico frente a una organización cuyo líder apela a la superioridad racial de la sangre pura y la imposición de su poder. Esto va más allá de un “sacrificio de amor” de una madre para salvar a su hijo de las manos de un asesino que ridículamente teme a la muerte, o de la vida de unos chicos en una escuela de magia.

Este fenómeno mundial ha llegado a más que niños y jóvenes: no solo ellos lo conocen, sino también los adultos. El cine, por ejemplo, como ya se dijo, solo multiplicó la fama de Harry Potter y también de los actores quienes interpretan esta adaptación (ha superado los 8500 millones de dólares, superando a las sagas de Star Wars). Harry Potter ya está en el imaginario de todos.

¿Se puede cuestionar, por otra parte, que Harry Potter deba ser leído? Es una opción y no mala. Tampoco vamos a esperar leer a C. S. Lewis, Roald Dahl, Lewis Carroll o Michael Ende, pero el universo de la literatura juvenil no debe ser menospreciado, porque sí hay buenos elementos (así como malos, como en todos los géneros literarios). Su estilo es directo, irónico y procura ser escueto. Si bien hay múltiples elementos heredados de J. R. R. Tolkien o, mejor dicho, paralelismos, Harry Potter se ha posicionado como una obra original y emblemática de un mago en formación. Antes de Harry Potter, apenas uno recordaba a Merlín. Además, hay que reconocer que esta obra ha sobrevivido al tiempo y el universo que la contiene sigue en crecimiento entre sus seguidores.

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