Ulises y los juguetes rotos, de Ernesto Carrión. Seix Barral, 2022. 376 páginas.
El guayaquileño Ernesto Carrión (1977) tiene a su haber innumerables premios nacionales e internacionales tanto en narrativa como en poesía. De los primeros se destacan el Casa de las Américas y el Lipp con novelas reconocidas allende nuestras fronteras, así como los que hay por estos lares: el Miguel Donoso Pareja, el Miguel Riofrío. En el campo de la lírica –hay quienes dicen que es mejor poeta que narrador– ha obtenido varios galardones nacionales, así como un premio en Medellín. Carrión, además, ha sido becario del Programa para Creadores de Iberoamérica y Haití en México. Es tal vez de esta experiencia última que pudo haber surgido la materia prima para esta última novela con título que no llega a fascinar pero que, como alguien decía, crea suspenso. Si bien el nombre de Ulises genera por sí mismo asociaciones con tópicos y símbolos de la literatura, aquí el autor alude específicamente a Ulises Juárez Polanco, escritor nicaragüense de quien se nos dice en la dedicatoria que “en 2017 fue hallado muerto en su casa, aparentemente por problemas cardíacos, a pesar de que solo tenía 33 años”.
De Carrión disfruté Un hombre futuro; me entretuve y conocí una Guayaquil dura y profunda con El vuelo de la tortuga (que reseñé para la revista Pie de Página de la Escuela de Literatura de la Universidad de las Artes); me aburrí con Ciudad pretexto, que encontré plana, si bien la idea es genial: el autor imagina el encuentro entre el poeta William S. Burroughs y el Che Guevara, ambos de paso por Guayaquil. Daría la impresión de que los personajes de algunas de sus novelas son marcadamente masculinos, solitarios y violentos, con vínculos afectivos marcados por imposibilidades y fracasos.
Ulises y los juguetes rotos está constituida por tres capítulos y un epílogo; en el índice se da cuenta también de relatos que pueden ser leídos independientemente de la historia madre, que es la de unos becarios latinoamericanos que han llegado a México para realizar una residencia artística. Cada relato le pertenece a alguno de los escritores de la residencia. Lía Rangel, apodada Blancanieves, sufre algún padecimiento físico, es brasileña y vive entre distintas ciudades del mundo gracias a estipendios. Su relato se titula “Incompleta o un relato de capitalismo mágico”. “Voy a salir a cazar un ángel para la cena” es de José Carlos López, alias El Tramoyista, narrador y periodista boliviano, heredero de una fábrica de helados en La Paz. “Hotel Elefante” es de la autoría de Clon de pichón, colombiano, licenciado en literatura y escritor. “Historia de Primera de la Segunda” está firmado por Leonardo Rojas, peruano carente de alias y escritor rezagado que pronto adquiere privilegios. “No existes” ha sido escrito por María Justa Benítez o María La Escamada, una escritora que no dice malas palabras y usa bisutería abultada. “K” es de autoría de Ramiro Cueva, a quien han bautizado como La Madre, es chileno y escribe ciencia ficción. “Prácticas de caza del Antiguo Reino” lleva el sello de Calibán, el ecuatoriano cuyo verdadero nombre es Río Carcelén, un poeta que pasa buena parte del tiempo ingiriendo alcohol y follando, sin respetar convenciones sino por completo a su aire. “Puerta Merced” es el relato del nicaragüense a quien se ha dedicado el libro y quien tiene la meta de escribir cuentos a partir de los árboles de México. La Madre, por su parte, escribe textos que resultan también de cierto modo autónomos y que describen sus peripecias como microtraficante, estos configuran el “Diario de un narco o de cómo se sobrevive como artista en un país lleno de culeros”.
Decía al comenzar estas líneas que estamos frente a un proyecto ambicioso. Lo es en varios sentidos: la extensión de la obra, la construcción de personajes de distintas nacionalidades, acentos, visiones de la vida y estilos literarios; con ello se crea una novela polifónica, pletórica de voces. Por otra parte, siendo los personajes escritores y artistas, a lo largo de las páginas se desarrollan ideas importantes sobre la escritura, la función del arte, la política. Me parece que ya desde El vuelo de la tortuga, se puede extraer de las novelas de Carrión el tema de la migración y las relaciones siempre difíciles entre este suelo americano y la llamada Madre Patria, que a menudo resulta menos mamá que madrastra –con toda la carga peyorativa del término.
Las tres primeras memorables páginas de la novela, una pequeña joya, se relacionan con las últimas y nos hacen sentir la circularidad como método frecuente de cerrar una historia. Además, tienen que ver con la invasión de lo fantástico en los dominios de lo real. Por otra parte, y parece un riesgo lógico en trescientas páginas, hay algunas recargadas de descripciones innecesarias, como el número de cervezas, la marca de cigarrillos, las veces y el modo en que tienen sexo el ecuatoriano Calibán y la fotógrafa española que, claro, habla como española. En el afán por reproducir el habla, se cae en errores: los españoles usan el “vosotros” y el “os” para el plural; por eso, es ilógico que Lollipop diga a su amante: “Mira, si os apetece, te acompaño”. “Si la pasasteis ebrio” no tiene sentido si está dicho a un solo individuo. En alguna página vi también un “peces” cuando lo correcto era decir “pescados”, a pesar de que Jesús haya hecho el milagro de los panes y los peces.
Los relatos autónomos tienen la dosis de locura requerida para toda obra de arte. Unos mejor logrados que otros, hablan sobre la cabeza parlante de Borges; una intervención amorosa y loca para que Cerati vuelva a la vida; un viaje de ciencia ficción; hoteles fantásticos, surrealistas, imposibles y mágicos. El relato del nicaragüense refleja la violencia política que ha asolado no solo a su país sino a todo el continente. El de Calibán es el que de modo más radical reflexiona sobre la relación entre España y América, marcada, en la visión del narrador, por la tortura, la violación y el abuso. Los textos de la Madre en su diario de narco narran los peligros para consumidores y vendedores el abastecerse de lo que les gusta o necesitan mientras se enriquecen los más malos y corruptos de su comercio ilegal.
Hemos seguido, a lo largo de las páginas, a esta troupe loca de escritores y artistas. Tal vez a ratos nos haya derrotado lo bizarro o desopilante de alguna historia. Hemos conocido sus orígenes, lecturas, influencias y quejas. Al final, todos vuelven a su lugar de origen más o menos fracasados o más o menos triunfantes. La gran historia de amor que parecía ofrecer más que drogas y sexo ruidoso se desvanece en el aire como pompa de jabón. Alguno es expulsado y otro ensalzado. Termino con uno de mis pasajes favoritos: “Ver a todos en su sala le hace sentir a la Madre una alegría exagerada, increíblemente revitalizante. ¿Cómo puede ser posible que un grupo de artistas, llenos de conflictos y talentos, sean el centro del planeta para él? ¿Y cuál es el planeta que ellos protegen, allí, en medio de la noche, con sus cuerpos anestesiados como las estatuas? ¿Y cuál es su rol en todo esto? Se ríe y luego se ríe de su modo de reírse. Se pregunta qué es lo que está viendo todo el tiempo en que conversa con alguno de ellos y vuelan pedazos de su arte o de su vida como fragmentos de celulosa. Como algodón que se chamusca en las retinas. Vestidos pero desnudos. Con los brazos colgados o cruzados. Con los dedos manchados de pintura o tinta. Atraídos por una cosa en común: eternizarse aunque aquello les cueste romperse por dentro”.