Una madre en guerra

Precoz, de Ariana Harwicz. Rata, 2016. 101 páginas.
“Nací de tu culo y desde entonces apesto”, le dice a la narradora de Precoz su único hijo. Esta frase violenta contiene en parte a la novela. No toda es así, madre e hijo no se odian, o se odian pero también se aman. Unas líneas más adelante, la narradora agrega: “…se rio y se detuvo para verme. Me tomó de la mano después, pero antes nos miramos, cómo alguien puede engendrar una mirada así”.
 
Precoz es la tercera novela de Ariana Harwicz, una argentina que lleva varios años viviendo en una zona rural a las afueras de Paris. El dato no es casual: la literatura de Harwicz está compuesta de familias (en un sentido bastante laxo) viviendo al límite de la sociedad tanto física como mental y moralmente. En esas exploraciones fronterizas está el núcleo de su escritura. Vistas en retrospectiva, ésta y sus anteriores novelas —La débil mental y Matate, amor— forman una trilogía temática y estilística. Hay en ellas una maternidad erotizada y cruel, un debilitamiento de lo masculino, amores que se consuman con violencia, señales de la decadencia europea y, para combinar lo anterior, una prosa siempre en presente y en primera persona que a ratos pasa del monólogo al flujo de conciencia.
 
Aquí no hay una trama convencional sino una serie de escenas contadas por la madre. Ella y su hijo viven su “amor malsano” en una casa sin dirección en un pueblo dedicado mayormente a la vinicultura y a la ganadería. Pero en ese lugar también hay desarmaderos de autos y bloques de viviendas para inmigrantes. La narradora usa imágenes y descripciones esotéricas como ésta: “Todavía de noche, dos pájaros se elevan violentos de mi árbol y al estrellarse se matan entre sí”. Se imagina con su hijo echando aceite sobre la autopista para ver a los carros patinar y volcar. Cuando salen de compras cambian de lugar los productos y a veces roban. Otras veces van a ver al hombre casado con quien ella tiene un amorío para pasear y hacer planes o para discutir y pelear. ¿Cómo viven? Con “los ahorros de cuando mamá era mujer”. En algunas partes se asoma una vida anterior de la madre, condenada de joven a ofrecer su belleza pero ahora naufragando hacia la vejez.
 
“No tengo ninguna razón más que el odio”, dice la madre. Su hostilidad no es solo hacia el hombre que no la corresponde ni hacia el hijo que “no sacia”. En una visita a la comisaría, ve a una musulmana y le dice: “Está prohibido acá que se vista así, parece una bolsa de basura no una mujer”. En este caso, su rabia es más bien una defensa reaccionaria de los valores occidentales. Cada tanto asoman detalles como ése que dan cuenta de los cambios demográficos y sociales en Europa. Precoz es un raro caso en que el adjetivo “escatológico” calza con precisión. La novela se ocupa a la vez del cuerpo en su aspecto más descarnado y de la sociedad occidental en guerra, resistiendo su propia muerte. Se ha comparado a Harwicz con Virginia Woolf y William Faulkner, pero está más cerca del Rubem Fonseca de «El cobrador» o «Feliz año nuevo». Si hay que leerla en relación a algo, sin embargo, el referente más cercano por temas y estilo es el cinema du corps (cine del cuerpo, también llamado Nuevo Extremismo Francés) que mezcla horror con erotismo y lecturas políticas de la sociedad francesa.
 
En la trilogía involuntaria de Harwicz hay una involución de la familia, de la forma de la novela y del lenguaje. Pero así como en literatura toda vanguardia llega a un punto muerto, en la vida no es posible la libertad total. Si en La débil mental había un atisbo de redención para sus personajes, en Precoz ya no lo hay. No están en Walden, sino  en su reverso maldito. Sin punto de fuga, el único fin es morir en la batalla.

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