POR: BERTHA DÍAZ.
Ese enorme poeta que es Eduardo Milán (Uruguay, 1952), quien ha sido capaz de escribir versos como: “Qué violencia la luz / que precipita la palabra. / Y qué canto el canto /si sólo dice externo / del follaje /y no dice del dolido / su dolor (…).” fue invitado a sumergirse en lo más hondo de sí mismo y de la poesía (como espacios o más bien como preguntas inseparables e impenetrables), a través de una vasta y brillante entrevista hecha por Fabián Darío Mosquera, poeta y periodista colombiano que ha vivido casi toda su vida en Guayaquil, Ecuador.
Fabián Darío, nacido en 1983, ha dado un nuevo sentido a la entrevista en este contexto y tiempos plagados por la velocidad, la inmediatez, las tensiones del poder y la urgencia hiper-informativa. Las entrevistas con su marca se han vuelto lugares para quedarse, para asentarse, para acomodarse e incomodarse. Asimismo, para aceptar que el diálogo no solo es una estrategia que genera estados de encuentro, sino estados en cuyo centro late la imposibilidad de acercarse claramente al otro, al tiempo de manifestar la posibilidad de crear un diálogo con uno mismo, en tanto lector, con las grandes preguntas sobre el sentido del mundo, del lenguaje, del arte, del pensamiento.
De una entrevista generada para un diario, justamente, surgió la idea de desarrollar un intercambio más extendido con Milán, que dio como fruto Motricidad fina. El poema como lugar extraño (en este nombre está contenido el sentido del libro mismo, en donde se debaten el hurgar en lo singular, en lo personal, con la sensación de extrañamiento que surge al acercarse intensamente a algo). Un libro que en medio de las páginas virtuales de diario El Telégrafo, donde está disponible para descargarse gratuitamente, pasa casi desapercibido, pero que se ubica como una fisura ante lo noticioso y la oficialidad. Opera como discurso mínimo, distinto y, a la vez, como una posibilidad para relacionarse, con fricción y fruición, con el mundo.
En estas páginas, Fabián muestra que sabe escuchar, que sabe preguntar (hay preguntas larguísimas que contienen en sí mismas íntimos cuestionamientos), desentrañar y adentrarnos en una zona misteriosa, indefinida, pero carnosa. Su herramienta más poderosa para generar el encuentro con Milán es la filosofía. Badiou, Heidegger, Zizek y Bolívar Echeverría, son algunos de los nombres que lo acompañan en el ejercicio de entrevistar. Y, por su parte, Milán se revela como un poeta que desde su oficio y su tránsito personales da cuenta del lugar del poeta del mundo, es decir como el que propone un orden que se rehúsa a la domesticación y que está siempre en sensible estado de inquietud, de movimiento.
La entrevista, entonces, demuestra a quien lee que es la filosofía lo que permite generar una pregunta ontológica al poeta, pues son dos ámbitos hermanados, contenidos, el mismo bifurcado y ampliado.
Jean-Luc Nancy, ese filósofo francés que se inquieta por el mundo desde el cuerpo y también a la inversa,hablaba en una entrevista que le hicieron el año pasado en el suplemento ADN cultura del diario argentino La Nación, de las relaciones que hay entre filosofía y poesía.“Hay poesía –explicaba este sensualista- cuando un sentido abierto permanece abierto y muestra su apertura con sus propias palabras… o con una forma musical, un dibujo, un color, un baile, una película”. Hay filosofía –añadía en aquella ocasión-, en cambio, “cuando el sentido reenvía su apertura a otras palabras, a un encadenamiento de palabras encargadas de definir o, al menos, de circunscribir un significado. En el primer caso, el infinito es “actual”: todo está ahí, en la palabra, en el instante. En el segundo caso, es “potencial” -el infinito malo, como diría Hegel- con el que nunca se puede terminar. Un infinito, evidentemente, llama al otro”.
Si saco esto a colación es porque estos puntos de toque, de encuentro, son los que emergen en estas páginas de este perfil/ensayo/conversación que se ubica así como un pequeño manifiesto de poesía y de filosofía. Y que desde ahí se ofrece ante nosotros vibrátil, como un espacio de reconciliación con nuestra propia soledad, con nuestra propia poética.