El Día de la Gratitud, de Cecilia Velasco. Alfaguara, 2017. 147 páginas.
POR BISMARK LEÓN
Un individuo frente al poder del sistema educativo es el eje alrededor del cual gira la primera novela de Cecilia Velasco (Quito, 1965) que no está dirigida para un público infantil o juvenil. Es una novela de eventos sueltos en donde se pone en un dilema a su protagonista, el profesor de matemáticas Jerónimo Onofre. Con humor se trata de sobrellevar las presiones del poder y las agresiones que sufre Onofre.
Entrando en contexto: Onofre da clases en El Buen Samaritano, un centro de rehabilitación juvenil. Siempre vela por el bienestar no solo de los internos sino también de los empleados. Pero velar no es suficiente: es un profesor más, sin mayor voz, mermado por las autoridades y por el abogado Tundidor, el director. Se trata, al parecer, del típico empleado optimista que aspira a un cargo mejor y, sobre todo, al mejoramiento de las condiciones del plantel. Onofre trata de sonreír a la vida a pesar de ser «el sobreviviente de un divorcio tras un matrimonio que no parecía anunciar tal desgracia». Pero tan desgraciado no fue el matrimonio: parece que en realidad casi no existió debido a las ocupaciones y al «altruismo» de Onofre, y finalmente la pareja se distanció pacíficamente. Más desgraciado para el profesor, en cambio, es el asunto de no ser tomado muy en serio, salvo algunas excepciones, debido a la homofobia discreta de sus cercanos. La autora describe tardía y casi innecesariamente al protagonista como alguien con «pinta afeminada» (como dice el director pedagógico, Lenín Romero) en un lugar regido por valores tradicionales (es más, fundado por curas baladitas). El nombre de la institución parece una ironía: en El Buen Samaritano la única persona que merece ese calificativo es Onofre, el resto son burócratas apegados al dinero de los padres de los internos.
Onofre se va perfilando poco a poco en episodios más o menos irrelevantes para la trama. Desde un romance con un amigo de la adolescencia, Sandro, hasta con un francés de origen turco llamado Shefket. Desde su exesposa hasta su actual pareja, Sofía. La escena más relevante para Onofre ocurre durante el Día de la Gratitud («un día al año, los internos eran homenajeados por sus protectores»), una costumbre heredada de los curas baladitas. Ese día todo se sale de control. A escondidas, los internos liderados por los del pabellón Alfa —los más acomodados— imponen el caos en todo el instituto. Grafitis obscenos con insultos al personal, libros destruidos, la piscina hecha un desastre. La venganza de los internos es consumada, pero Onofre no tolera todo esto. Es uno de los pocos profesores que protestan contra los alumnos, quienes a su vez lo acusan de llamarlos «fascistas». Esta supuesta acusación fue más ofensiva para los padres de familia y los directivos que el mismo caos causado por los internos. He aquí el poder de los padres (el dinero) sobre la institución y el de la institución sobre un empleado.
Onofre es un desgraciado que está por perder —o, más bien, dejar— su empleo; y muchos, entre ellos Sofía, apoyan su determinación. Luego de pensarlo, sin embargo, Onofre cede y pide disculpas públicas a los padres, a los internos y al director. Onofre decepciona a quienes estuvieron de su lado. Es absorbido por la institucionalidad y los manuales: un burócrata al servicio de quienes rigen El Buen Samaritano.
Esta dualidad de someter y ser sometido también se dibuja en ciertos estudiantes. La autora no entra en detalles individuales de los internos, solo de quienes ponen en evidencia dicha dualidad. Por ejemplo: Rafael, un adolescente problemático que lidera las revueltas en el instituto, y David, un joven considerado sumiso, depresivo y amanerado que solo se dedica a escribir, cosa que es «novelería» para los directivos. Estos personajes secundarios, no obstante, quedan como sombras que pudieron haber tenido mayor relevancia en las decisiones de Onofre.
Las jugadas y las relaciones de poder rigen en todo momento en la obra. Así pues, no se trata de una novela de adolescentes disfrazados de anarquistas, sino de un héroe que prefiere rendirse en lugar de enfrentar los valores conservadores de la institución y las presiones de quienes aportan dinero a ese bloque.