Sexo y violencia, el vitalismo de Sasha Grey

La primera novela de Sasha Grey, La Sociedad Juliette (Grijalbo, 2013), se tradujo al español apenas unas semanas después de su publicación original en inglés. Bestseller casi inmediato, esta novela de un realismo discreto con una trama algo delirante no le suma nada a una época de crisis de la imaginación pero es una apuesta intensa y arriesgada por narrar la sexualidad como una forma de autoconocimiento, tal vez la mejor, sin muchos de los prejuicios y las fantasías timoratas de la novela erótica actual.
Hay que decirlo: Sasha Grey (California, 1988) fue actriz porno y de ahí obtuvo su fama. No es ningún secreto. Este dato es lo que incrementa las ventas del libro, indudablemente. Pero olvidémoslo, la novela no lo necesita y el lector mucho menos. Que Sasha Grey haya estado en el mundo del porno solo nos serviría para decir que la novela es una velada autobiografía que a su vez forma parte de un plan que busca tomar por asalto a la industria cultural y meternos, figurativamente, el dedo. Lo cual, dicho sea de paso, no es una idea descabellada, basta recordar su libro Neü Sex, lleno de fotografías que mostraban la tortura pornográfica hasta que se supo que todas habían sido posadas.
La Sociedad Juliette comienza con una nota, una advertencia para el lector que en realidad es un acuerdo, algo así como un secreto contado al oído. Se nos dice que lo que vamos a leer es real y es grave. Quien narra está consciente de su público, sabe lo que quiere recibir al contar su historia.
¿Y de qué se trata dicho secreto? De que existe un club oculto, la Sociedad Juliette, que “rige el universo”. No son como los Illuminati o el grupo Bilderberg, sino una asociación de ejecutivos de alto nivel que se reúnen para hacer lo que mejor saben: follar, coger, tener sexo. El nombre, claro, proviene del Marqués de Sade, de su novela Juliette o las prosperidades del vicio, cuya protagonista es capaz de matar por lograr un mayor placer sexual. Algo de eso está presente en esta sociedad secreta y no tan inocente.
Pero luego de que se nos ha anunciado esto, no se volverá a mencionar a la sociedad hasta cerca de la mitad de la novela. El argumento se dilata en la narración de la exploración personal que vive la protagonista. Ella, Catherine, es una estudiante de cine, una “chica regular” con un apetito sexual ligeramente superior al promedio, que fantasea con el poder y por eso es que, dice ella, fue “elegida” por esta Sociedad Juliette, por su “talento”.
Catherine está obsesionada con Marcus, uno de sus profesores. Le fascinan las palabras que él usa frecuentemente para dar peso a su clase: hegemonía, poder, catarsis, sublimación. En fin, una fantasía escolar común de no ser porque Catherine se hace amiga de Anna, quien le confiesa que es amante de Marcus. Esto, por supuesto, no es algo casual, pero solo lo sabremos hacia el final.
La relación entre Catherine y Anna es un poco la del discípulo y el maestro, o mejor: la del hermano menor y el mayor. En este punto las comparaciones con El club de la lucha, la novela de Palahniuk, son más que evidentes, sobre todo cuando esta relación filial es expuesta como una farsa. La influencia de este autor llega a pesar demasiado.
Poco a poco vamos descubriendo en Catherine a una persona cuya filosofía de vida es sexual. Ella tiene, a pesar de su educación católica (o tal vez por eso mismo), una teoría vital del sexo: la eyaculación es (nuestra) esencia divina.
Dividida en veintidós capítulos que pueden ser leídos como pequeñas aventuras, algunos con auténticos delirios que aportan la cuota de sexo desinhibido y ejercicio estilístico dinámico. Esta estructura es muy común en la novela norteamericana típica, con ganchos que dejan al lector pendiente de lo que va a suceder a continuación. Los delirios y las alucinaciones de la protagonista son, como lo dice ella, casi como la experiencia del arte. El acto sexual, entonces, es una respuesta a algo similar al Síndrome de Stendhal, y que una vez consumado no deja más que preguntas; lo mismo puede decirse de la novela como género.
Dos aciertos: la noción general de que el sexo y la violencia son dos lados de la misma moneda; y la descripción de la situación actual de nuestra sociedad hipster: racismo como comentario social, intolerancia como orgullo, misoginia como un estilo de vida e ironía como una declaración de moda.
A pesar de toda su exploración y de toda la trama propia de una novela de formación, Catherine tiene, y desea mantener, una vida estable en pareja. En ese sentido, La Sociedad Juliette es una novela conservadora. Sin embargo, puede ser leída como un alegato contra la monogamia gris, aburrida y contenida. No se busca la fantasía sexual para otra cosa que no sea liberar la experiencia entre afines libres de ego, con personalidades disueltas en un solo sexo.
Novela pornográfica, la de Sasha Grey no le hace el juego a la cobardía de lo erótico (50 sombras et al.). Lo dice la protagonista, esto no se trata de un cuento de hadas con final feliz. Si bien hay una asociación de millonarios cuya diversión primaria es matar y tener sexo al mismo tiempo, el conocimiento que ha logrado de sí misma, más lo que aprendió del poder y su ejercicio nocivo, es lo que le permite, finalmente, hacer realidad su moderada fantasía. Y las acciones de la Sociedad Juliette no son profundamente malignas, sino una idea común dedicada a la búsqueda de placeres sublimes, igual que una religión cualquiera, «porque el sexo es el mejor igualador social».

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