Pubis equinoccial, la polifonía del deseo

POR: GUIDO TAMAYO.
El deseo se oye y, por eso, de este libro parten tantas voces desde la recámara, narrando sus aventuras y desventuras amorosas; hay que prestar oído a los sonidos del placer, es su banda sonora. El deseo se ve y, por eso, este libro es como una cámara que proyecta tantas imágenes del cuerpo en gozo o insatisfecho, es como una suma de cortometrajes, o mejor, coitometrajes. El deseo se lee y se escribe y, por eso, a este libro hay que penetrarlo con ojo atento, voyerista, fisgón, para deleitarse con la escritura en su cuerpo, una escritura que invade la sábana blanca para llenarla de muchas historias como en El decamerón. También se huele y se toca, pero eso se lo dejo a ustedes.
Raúl Vallejo sabe que el poema es música hecha con palabras que a su vez figuran imágenes y por eso este libro simultáneamente hay que oírlo, verlo y leerlo y, por supuesto, escribirlo con su autor, acompañarlo en su éxtasis. Desde los sentidos, Pubis equinoccial es una orgía. Una orgia selecta donde no hay invitados de piedra; todos sus personajes son de carne y hueso, pero todos participan como gozosos o dolorosos; nadie sale indemne de estas historias: ni el amante, ni el amado, ni el utilizado, ni el cornudo, ni el desamado, ni el mirón.
La escritura de Pubis equinoccial, este singular libro de cuentos, es como el acto amoroso: lo sexual y textual conviviendo, pero sin acosos. ¿Podemos corregir sobre el cuerpo de la amada nuestras caricias en busca de la perfección? ¿Habrá tiempo y paciencia para editar nuestras caricias? Creo que la escritura textual es más generosa y la reescritura depende más de nosotros que de la duración incierta de una aventura amorosa.
Pero si decimos Decamerón, tenemos que incluir una larga lista de homenajes y guiños que el autor hacer a algunos autores y personajes que le precedieron y que crean un gran linaje en la tradición de las letras amorosas, entre ellos, por supuesto: San Juan, San Agustín, Chaucer, De Laclos, el divino Marqués de Sade, Bataille, Kierkegaard, Nabokov, Henry Miller, Anaïs Nin, Lawrence Durell, Manuel Puig, etc. Y ni qué decir de los poetas que cita en sus epígrafes o al interior de sus páginas: César Vallejo, su tocayo; Porfirio Barba Jacób, Juan Ramón Jiménez,  Efraín Jara Idrovo, Mario Campaña, etc.
Todos estos nombres están convocados para celebrar un gran ejercicio: el de la libertad, el de la libertad amorosa, sexual y textual. Por esa la diversidad de citas, autores y épocas. El amor sexual, con todas sus esclavitudes, es uno de los principales espacios humanos y culturales para ser libres. El amor sexual no tiene limitaciones ni moralidades como la misma escritura del sexo. Toda limitación es una imperfección, toda represión, un abuso. No podemos cercenar nuestro deseo a la luz de una moral pacata, este también un tema del libro. Las contradicciones del amor, la impotencia, los celos, las venganzas, una sociedad que toca las puertas de las habitaciones para decirles a las parejas que reposan (poscoitum animal triste) que la revolución intenta sobrevivir más allá de los hoteles (Varadero) o que Frida, Trotsky y su esposa Natalia vivan en su bunker de Coyoacán un melodrama titulado el amor traicionado, que no la revolución traicionada. Que la miseria rodea la fortaleza de la ciudad antigua en Cartagena de Indias  o la xenofobia madrileña con doble moral contra los trabajadores sexuales (putos y putas en castizo), sudacas. En fin, insisto, el amor encerrado en los cuartos, pero afuera el mundo andando con sus miserias, desencantos, muchas veces un universo antiafrodisiaco.
Me gusta de igual manera la forma degenerada —quiero decir, sin parcialidades de género—, con la que Raúl Vallejo se refiere a los hombres. De la arquetípica imagen de machos, sementales y poderosos priapos invencibles, a criaturas débiles, egoístas, narcisistas, apocados ante una militancia libre de la sexualidad más allá de su control, más dados al monólogo sexual autocomplaciente que al diálogo enriquecedor de los cuerpos. Más vecinos al exhibicionismo que a escuchar al otro. No todos, sobra decirlo, pero sí muchos.
Por último, mencionar la riqueza de formas de este libro: el cuento en sentido estricto, el blog, el post, el perfil, el twitter, estas formas digitales que nos brindan las redes sociales. Y aquí debo agradecerle otra vez a Raúl Vallejo la existencia del Falócrata Alucinado, una especie de superhéroe internauta, un Ulises de la globósfera y el homenaje a la gran Isabel Sarli (la argentina), pero también a su reencarnación ecuatoriana que le da nombre a este libro: Pubis Equinoccial. Y yo incluiría igualmente otros formatos como el fragmento, la instantánea, la sonata, y el solo, provenientes de la música, etc. Pubis equinoccial es un libro recursivo en su expresión, un amante diestro, versátil, no apegado a una única especialidad. Diverso y rico.
Como dice el narrador de unos de los cuentos: “solo la escritura habrá de salvarme”. Evidentemente, el autor no solo ha salido a salvo, sino que creo que después de la lectura de este libro muchos van a celebrar la existencia de Raúl Vallejo como autor de literatura erótica. Y Pubis equinoccial será leído, no únicamente como un texto de gran literatura, sino como un manual saludable para la salud sexual. En fin, y para concluir, un twitter aforismo del poeta Carlos Satizábal: la diferencia entre un ginecólogo y un amante, es la poesía.
Bogotá, 20 de abril de 2013 

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