POR AUGUSTO MUNARO
Con un ritmo narrativo notoriamente acelerado, Hebdómeros(1927/28; publicada en español por Mansalva en 2014) pareciera ser una muestra cabal del autor por transferir su complejo universo plástico al formato de novela. Como en sus cuadros, De Chirico (1888-1978) pone el acento en el mundo denso de lo irracional y lo onírico. Anclado en cierto simbolismo de tintes fenomenológicos, su método consiste en tomar elementos de la vida cotidiana, pero, tras yuxtaponerlos en un espacio amplio y desolado, construye una estética altamente figurativa y metafórica. Se opera pues, a través de una radical linealidad puramente sucesiva, donde una cosa lleva a la otra. Técnica de pensamiento acumulativo que consiste en trocar cada idea en imagen. Así, Hebdómeros es una colección de inquietantes visiones engarzadas por medio de un manejo de la elipsis, tan sutil como ambiguo.
Reyes bárbaros inmóviles como estatuas sobre sus caballos blancos, pavos reales perdidos entre una flora artificial, faunos, violinistas fúnebres apurados por guardar sus instrumentos en estuches que parecen féretros para recién nacidos, sirenas, tritones, ángeles con alas enormes sentados al borde de los senderos, cocineros fantasmas, Mercurio y su rebaño de sueños, piratas belicosos, Hércules disparando sus flechas envenenadas… Son secuencias narrativas que el autor propone como juego combinatorio que ensancha con sobriedad y elegancia las fronteras de la escritura. Actúan como visiones distorsionadas de la antigüedad que producen, a su vez, una realidad de ensueños. De este modo, todo es insólito, ajeno y desconcertante en una especie de surrealismo avant la lettre, es decir, anterior al propio movimiento.
Estas misteriosas elucidaciones en cadena, extraordinariamente complejas, alcanzan a ilustrar con agudeza el drama cósmico y vital que envuelve a los hombres y los oprime en su espiral, donde pasado y futuro se confunden. Historias que se abren y se cierran inagotablemente. Es un texto donde la ausencia de una profundidad psicológica da lugar a una superficie pictórica; como en los cuadros: primacía de lo visual. Es precisamente esa neutralidad enunciativa lo que más disloca de su propuesta. Allí, el replantamiento de las estructuras narrativas se sitúa en las antípodas de las viejas fórmulas.
De Chirico describe lo que ve su imaginación, pues la descripción ya no es el marco para un contenido anecdótico —léase trama, argumento— sino el movimiento mismo de la escritura poseída por la invención avasallante. Radicalidad no consecuente a la escritura automática estilo Breton, sino metafísica y lírica. Una obra como un proceso de constante aprendizaje y perfeccionamiento. De allí, tal vez al lector le cueste orientarse, pero esto en verdad no es relevante, puesto que también el hombre se pierde a veces en el propio mundo en el que vive.
Hebdómeros nos permite leer de corrido los azares y las mutaciones de su protagonista, iluminando tantos universos literarios y discursivos, desde el mundo fantástico de la fábula hasta la metafísica del razonamiento filosófico. Auténtica proeza narrativa, este gran poema pintado en prosa o relato lírico, que se deja ver como un cuadro del Quattrocento, ha forjado una experiencia para abrir una vía de investigación hacia nuevos territorios de la novela moderna. La traducción y el prólogo —impecables— han sido realizados por César Aira.