Maldeojo

Los escritores ecuatorianos son casi invisibles a la cultura literaria internacional. Hay propuestas artísticas que se pierden en lo local y que lectores de otros partes del mundo se quedan sin poder degustar. En un texto anterior nos aproximarnos al hecho; en este espacio, sin embargo, nos acercaremos al valor literario y estético de las propuestas de uno de los escritores ecuatorianos más importantes de los últimos años: Huilo Ruales Hualca, con su novela Maldeojo.
 
Pero, ¿cómo analizar una obra con tanto potencial literario? El lenguaje, la locura, la catástrofe, los personajes, el espacio son algunos de los temas que sobresalen de la novela y que se nos quedan en la cabeza dando vueltas sin saber qué hacer con ellos, sin saber cómo condensar tanto simbolismo en un sólo análisis.
 
Maldeojo (exquisito nombre para una novela tan oscura) cuenta la historia de la catástrofe de un pueblo, Ríoseco, o la historia de la Chela y Fantoche, o la historia de Fantoche y Tarzán, o la historia de los hombres de Ríoseco y la locura por una mujer, o la historia de la Chela y su enigmática figura.
 
Tal vez Maldeojo es todo aquello, tal vez es la aproximación a una «novela total» que recorre la vida de un pueblo y que fácilmente podría tratarse de la historia de la humanidad, de las catástrofes, de la locura, del amor y desamor, de la amistad.
 
Los personajes, por ejemplo, están construidos desde la monstruosidad, pero se comportan como tiernos seres humanos:
 

«En la noche, borracha la Chela y yo borracho, solísimos en el mundo, bailamos sin música. En el parque bailamos al ritmo de un silencio que ni el Tarzán aguantaba. Por eso aullaba fino y con la trompa para arriba. Un silencio que no vale ni para el peor enemigo. Así debe ser el infierno pensaba. Infierno no con llamas sino con silencio»

 
La Chela, loca, vive sola en Ríoseco luego de que toda la gente del pueblo huyó o murió a partir de la gran sequía; al igual que Fantoche, el narrador, y su inseparable mascota, su perro Tarzán.
 
Los personajes, el Fantoche y la Chela, son los únicos sobrevivientes que aún permanecen en Ríoseco. La Chela es el personaje mítico. Cuando era niña, su belleza era tal que todo el pueblo giraba en torno a su figura, aunque esta nunca se viera. Como el cadáver de Esteban del cuento de García Márquez, El ahogado más hermoso del mundo, que sirvió como excusa para que un grupo de mujeres cambiara el curso de un pequeño pueblo en el Caribe. Así, la Chela, era una mujer hermosa que puso de cabeza a los hombres de Ríoseco.
 
Los hombres vivían para ella, le llevaban serenatas a su casa, todos querían pedir su mano, hasta que su padre, cansado de tanta locura, la encerró en una torre, como la mejor de las princesas de cuentos hadas, para que los hombres dejaran de buscarla, codiciarla.
 
Pero acaso el esfuerzo fue en vano. El mito de la Chela y su hermosura traspasaron fronteras y de un día para otro el pueblo se llenó de forasteros, todos con la inquietud de verla, escucharla o al menos estar cerca de la casa de la Chela que, al final de la novela, fue considerada por algunos como una Santa capaz de realizar milagros.
 
Sin embargo todo cambio el día que la lluvia paró, la catástrofe le sobrevino al pueblo:
 

«Empezó, como quien dice, jugando sucio porque empezó con lluvia. Una delgada lluvia que iba y venía como foete encima de todo. Lluvia de agua amarilla y oxidada como la lata. Qué tiempo duraría la lluvia. Una semana, dos, un poco más tal vez. Pero no se trataba de que estuviera haciendo la vida imposible. Lo que jodía era su cara sospechosa, rara. Bramaba como toro y de golpe se adelgazaba y se hacía casi de polvo. Una tarde se paró de un golpe dejando en el aire nada de aire y un color amarillo medio engañoso. Y todo se fue haciendo de ese color. El verdor amarillo. Los animales amarillos. La vista amarilla. Hasta la noche se hizo amarilla»

 
La catástrofe que sufrió el pueblo es un gran logro de Ruales. Si bien ya existen antecedentes literarios como Macondo de García Márquez y su final épico, así como Comala de Juan Rulfo que termina en ruinas, el pueblo de Ruales Hualca, Ríoseco, es un pueblo que nació para la maldición.
 
Su nombre lleva la consigna de la desgracia, un río que no tiene agua, un río muerto, un río seco. Aunque más tarde el pueblo, en su intento de significar su buena fortuna quiso renómbralo como el Porvenir, este nombre nunca ocupó la mente ni la identidad del espacio, porque el Porvenir estaba destinado a desaparecer, a volver a su esencia, Ríoseco.
 
Y se nos quedan colgados temas como la locura, lo fantástico, la brujería, el amor. El camino, sin embargo, queda abierto. Maldeojo debe leerse con los ojos de la mente bien abiertos. Los adjetivos, las metáforas de Ruales sorprenden al lector en cada línea. La humanidad de los personajes hace que el lector sienta el miedo y el frío del Fantoche y su perro Tarzán.
 
La novela se la lee de una sentada, pero se vuelve indispensable volver a ella para responder todas las preguntas que suscita. Queda en las manos del lector acercarse a ella y descubrir qué más hay allí. 

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