Los peores libros del año

«Burning Book.» (Commission on Preservation and Access, Washington, D.C.)

Le pedimos a un grupo de escritores, críticos y colaboradores de Matavilela que escojan el libro que menos les gustó de los que leyeron en 2014. En lugar de presentar una lista de recomendaciones, preferimos que nuestros invitados comenten y compartan sus lecturas.


Edmundo Paz Soldán: Mi decepción del año: Bark, de Lorrie Moore. Salvo «Paper Losses», cuentos sorprendentemente flojos y obvios, bromas torpes y facilonas.

Miguel Serrano Larraz: No ha habido ninguna novela que me haya decepcionado especialmente. La decepción exige una disposición previa. La única, tal vez, ha sido El jilguero, de Donna Tartt, porque me había gustado mucho The Secret History y todo el mundo decía que ésta era una obra maestra, y al final resultó ser una novelita completamente intrascendente (aunque larga, eso sí).

Jordi Corominas: Para mí, en 2014 el libro del que esperaba mucho y al final me dio poco fue Un viaje a la India, de Gonçalo M. Tavares. Tenía puestas muchas esperanzas en esta suite poética que apuntaba a una especie de Odisea del siglo XXI, pero al empezar a leerlo noté como su forma lírica cojeaba mucho y caía en una serie de lugares comunes que sumergían su contenido en una inesperada banalidad. Supongo que la decepción vino porque si bien la idea del conjunto era de una ambición más que interesante su forma y resultado no caminaban en armonía con lo propuesto.

Juan Terranova: Intenté leer Scalabritney, una nouvelle de Martín Zícari publicada por Entropía. Me pareció un chiste sobre un chiste sobre un chiste y ninguno de los chistes que se contaba me hacía gracia. La prosa me resultó sosa, el entre nos, muy poco divertido y real. Pop hecho con pop y costumbrismo hecho con costumbrismo. Un pibe en bicicleta por Palermo, contando banalidades como si fueran grandes descubrimientos; el autor todo el tiempo intentando ser sensible y fallando. Tan fácil y difícil como un libro malo.

Cecilia Ansaldo Briones: Bueno sería que lleváramos un listado de lecturas en la cabeza, acudir a él con la firmeza de los datos en una agenda. Pero no, al aire de los recuerdos manoteo entre títulos y brota el de una novela que me decepcionó bastante. La esperé con ilusión a base del proyecto digital que el autor fue mostrando en la medida en que iba redactando su ficción. Se llamaba “Novela en construcción” y allí volcaba los esfuerzos investigativos y creativos de escribir sobre hechos reales e inventados ocurridos a lo largo de 40 años. Cuando tuve El tango de la guardia vieja, de Arturo Pérez-Reverte, en la mano devoré sus 600 páginas para cerrarlas con desencanto. Por eso opiné en mi columna: “Tiene méritos de recreación. Al lector que gusta de la abundancia de detalles, de que los hechos vengan apoyados en gestos, tonos de voz, pausas calculadas, encontrará un realismo cinematográfico y preciosista. Tiene ese aire cosmopolita que planea en ambientes de lujo y  exhibición, donde la elegancia alterna con el oportunismo. Pero la fidelidad en exceso amontona, repite; los cuadros y detalles cultivan los lugares comunes”. Este efecto me parece natural en literatura. Se publica mucho, se escriben reseñas que podemos tomar como indicadores, pero solo el escalpelo personal nos permite una degustación y una valoración propias.

Hernán Vanoli: Luego de haberme casi criado con los libros escogidos y traducidos por la editorial Anagrama, y de estar algo cansado de su gusto por lo general conservador, burgués y ya un poco vencido en términos históricos, tuve algunas expectativas con la editorial Alpha Decay. De hecho, Alpha Decay publicó algunos de los mejores libros de los últimos años, y menciono sólo a dos: Casa de Hojas, de Danielewski, y Amo a Dick, de Chris Kraus. Sin embargo, se obstina también en publicar bazofia para europeos aburridos. Por ejemplo, cometí el error de gastarme más de 400 pesos argentinos en Memphis Underground, de Stewart Home. Fue, sin lugar a dudas, un rapto megalómano de autoagresión, pero eso no implica que deba ser indulgente con el libro. Presentado en sus paratextos como «el anticristo de la nueva literatura británica» o algo así, lo que hay adentro es un texto soso y mal llevado, que parece escrito hace veinte años, y sin una sola subjetividad o movimiento interesante. Lo abandoné en la página 100 o algo así.

Carlos Skliar: La ilusión por encontrar la distinta lectura es siempre una amenaza al juicio inestable y voraz del lector. Aún más cuando se trata de un reciente premio Nobel: todo lo que no sabíamos, todo lo que no habíamos leído, comienza a hacerse presente por el deseo de un hallazgo imposible en el lenguaje y la insistencia del oportunismo editorial. He leído Accidente nocturno, de Patrick Modiano, luego de seguir con interés otros libros suyos (Dora Bruder, En el café de la juventud perdida, La hierba de las noches, textos que siempre parecen formar parte de una obra mayor inconclusa, retazos de una única historia que no puede dejar de contarse) y percibí un límite para la literatura de las coincidencias, es decir, una cierta sospecha a esa alusión permanente en que el mundo está hilvanado por retazos azarosos de la memoria. En Accidente nocturno (señalado no como el más hermoso si no el más “estimulante” de los libros de Modiano) la tendencia a las coincidencias se acentúa todavía más: da la sensación que lo inesperado deviene de lo ya vivido,  que las personas ya se conocían de otro instante, que los lugares ya habían sido recorridos con anterioridad. Como si la razón de la escritura no permitiese el fragmento suelto, lo irreconocible, y tuviese que crear un artificio a partir del cual la vida fuese una esfera comprensible, y el mundo —o la literatura— se encargaran de recoger todos los jirones desperdigados de la existencia.

Eduardo Varas: Algo me gusta o no me gusta, intento dilucidar por qué y ahí me quedo tranquilo. A veces también juego a luchar contra eso y lo vuelvo a intentar. Siempre fracaso. Fracaso con Thomas Pynchon y este año intenté leer, una vez más, The crying of lot 49. No puedo con Pynchon, no paso de la página 13. Caso cerrado. Lo peor del año soy yo como lector de Pynchon. Y algo parecido me pasó con La otra muerte del doctor, de Javier Vásconez. Mi padre tenía un ejemplar en su biblioteca. Le pregunté cómo así, porque no lo imaginaba lector de Vásconez —tampoco sé muy bien qué significa ser “lector de Vásconez”. Me dijo que lo había comprado, pero no le había gustado: “Se nota que es un escritor que se cree más sabio que sus lectores”, me respondió. Se lo pedí prestado y no pude pasar de la página 20. Entendí lo que mi papá sintió y, no sé, quizás intente en 2015 una nueva aproximación a esto de Vásconez y también a lo de Pynchon. Como lector soy masoquista.

Jorge Carrión: La sociedad de la transparencia, de Byung-Chul Han, fue una gran decepción, porque se trata de un ensayo (como los otros tres publicados en España del pensador alemán de origen coreano) con ideas luminosas sobre la cultura contemporánea, pero a su lado siempre hay otras o bien tópicas o bien equivocadas. Tal vez el problema estribe en que intenta pensar el siglo XXI desde la filosofía de la Ilustración y desde la tradición de la teología negativa. No lo sé, pero fue una de esas lecturas que te dejan tocado, porque has dipositado muchas esperanzas en ellas y porque te satisfacen por un lado y te decepcionan profundamente por el otro.
«Still Life with Discarded Books I.» (Ephraim Rubenstein)

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