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Fotografía de Vasco Szinetar |
Mi situación no puede ser más triste
Fui derrotado por mi propia sombra:
Las palabras se vengaron de mí.
Nicanor Parra
El libro tachado (estilizado como El libro tachado; Turner, 2014), de Patricio Pron, inicia con la muerte del autor anunciada por Roland Barthes (“La muerte del autor”, 1967) y Michel Foucault (“¿Qué es el autor?”, 1969) y se escribe sobre las cenizas que dejaron las piras de libros, sobre las tumbas vacías de escritores desaparecidos, sobre las paredes de los manicomios y casas de reposo, sobre páginas y páginas en blanco, sobre escritores que yacen muertos sobre la nieve.
«Nada le gusta más a un escritor que relatar las tragedias de otros escritores», anuncia la contraportada de El libro tachado, un libro que nos ofrece un descomunal catálogo escritores censurados, desaparecidos, represaliados, recluidos, bloqueados, suicidas, anónimos, desaparecidos, silenciados. Un catálogo que sirve como homenaje a esos escritores que (sobre)vivieron tiempos igual o más difíciles para la literatura que los actuales y que nos dejaron su silencio como legado literario. Catálogos, como la fascinante lista incompleta de escritores suicidas, que conservan el afán enciclopédico de Roberto Bolaño y la incisiva enumeración en David Markson.
Lo que caracteriza a las prácticas literarias, que Pron recopila y divide en nueve capítulos, es la interrupción, la inexistencia, la borradura, el silencio, la negación, procedimientos de sustracción y borradura del autor que advierten sobre la fragilidad/vitalidad de la literatura.
¿Estábamos listos para asumir el papel de lector (ejercer el control, organizar, interpretar) tras la muerte del Autor? El que hoy el mercado editorial no venda textos sino autores parece responder la pregunta. ¿Preferimos devolver el poder sobre el texto a la figura imaginaria del autor? Mientras tanto seguimos discutiendo sobre cuál es/será el formato en que leemos/leeremos, evitando así reflexionar sobre qué estamos leyendo, sobre nuestra condición de lectores.
Qué leeremos en el futuro es un interrogante incómodo porque tiene como requisito ineludible el preguntarse sobre lo que leemos en el presenta, una pregunta que tal vez no podamos responder sin cierto pesar (p. 232).
El libro tachado busca enfrentarse a un “pesimismo cultural” que ve a la literatura derrotada ante otras formas de entretenimiento, anhelando quizá que la literatura muera con ellos.
El capítulo correspondiente a la Crisis (crisis que trasciende las fronteras de la literatura) está marcado por el pesimismo de la realidad que relata y nos lleva a cuestionar qué es lo que realmente está en crisis, si la literatura o el modelo de negocio del sector editorial.
Ante la imposibilidad de establecer el valor comercial y artístico de las obras literarias, una editora española me dijo en una ocasión que trabajaba de la siguiente forma: “Mes tras mes tiramos unos diez autores al agua; si uno flota, le echamos un salvavidas”; otra, consultada sobre el tema, me dijo que era así, pero que, además, tras haberlos arrojado al agua, una motocicleta de agua pasaba una y otra vez sobre los cuerpos de los autores; el que se salvaba volvía a ser publicado (p. 240).
¿Debemos entonces hablar más bien de la desaparición de un modelo de modelo de negocio editorial que pretende salvarse multiplicando el número de títulos editados y reduciendo las tiradas? Un modelo que lo único que lograría es, en realidad, su ruina, su entropía, por una suerte de sobreexposición (De la Flor) y que en su caída arrastra consigo toda propuesta literaria de calidad.
En Ecuador, por lo pronto, se avecina la temporada de ferias (del libro) y con ella las discusiones de todos los años (¿Cuál es la feria que merecemos?). Discusiones, en su mayoría (y esta es quizá la razón de su inminente fracaso), lideradas por (…) autores que ya no utilizan su figura como reclamo de sus libros sino que emplean sus libros como reclamo de su figura, que rentabilizan en presentaciones de libros, lecturas públicas, participaciones en congresos literarios y ferias del libro, etcétera (p. 243-244). Ferias (del libro) que son la respuesta más inocua frente a nuestra crisis literaria.
Esta es una contribución a esa historia, la de la literatura de los últimos dos siglos, producida “en contra” del siempre inminente “fin de la literatura” y de la “muerte del autor” varias veces anunciados ya que no claudica ante ese fin y esa muerte, puesto que parte de la premisa de que el hecho de que la literatura pueda acabar y sus autores morir algún día es su condición de posibilidad y su mayor aliciente (p.17).