La felicidad: manual de usuario

La Sebastiana – Casa de Pablo Neruda en Valparaíso, Chile


Edmond Jabès escribió alguna vez que la felicidad no se aborda de frente sino de soslayo. Habiendo tomado antes ciertas precauciones, aclaró. Muy al contrario, los personajes de los cuentos que la chilena María José Navia presenta en Instrucciones para ser feliz (Sudaquia Editores, 2015) afrontaron sin ningún cuidado su buena fortuna y, como es de esperar, la terminaron perdiendo. Éste breve listado de malas experiencias se ofrece al lector en tiempo presente, es decir, como testimonio escrito de lo que sucede cuando se cae en desgracia y no es suficiente con volver a la rutina —o inventarse una nueva— para considerarse redimido.

Uno de los relatos que mejor representan el espíritu que recorre este libro es «Paseo». Elisa, la narradora, es una estudiante universitaria que hace su visita anual a Valparaíso. Esta vez la acompaña Pedro, uno de sus antiguos compañeros de escuela, pero desde el comienzo queda claro que este ritual era algo que solía hacer la clase entera. Elisa recuerda el primer viaje: Jaime Lagos, su profesor de literatura, llevó a sus alumnos a conocer La Sebastiana, una de las tres casas de Pablo Neruda en Chile. A nadie le interesaba demasiado, por supuesto; su entusiasmo hormonal estaba dirigido hacia lecturas más acordes a su edad como Salinger o Kerouac. Pero resulta que, durante el almuerzo, el profesor les confesó que tenía una novela escrita y le pidió a Elisa que lea algún fragmento. Las buenas intenciones de este chauvinista literario habían producido una obra francamente patética, el viaje de descubrimiento de un hombre que se cansó de su existencia burguesa. Hacia el final del cuento, Elisa dice que no se supo más de Jaime Lagos hasta que su nombre apareció mencionado en una noticia junto a La Piedra Feliz, una zona de Valparaíso favorecida por quienes solo tienen una posibilidad hacer algo bien —aunque en ello se les vaya la vida.

En «París por la ventana», el primero de los cuentos, se compara a la ciudad, vista por la noche y desde lo alto, con un transistor al que se le ha quitado la tapa: miles de circuitos inentendibles conectados por una energía poderosa y llena de luz. Esa fuente vital, mediante el símil tecnológico, hace pensar en internet y su presencia ineludible —en muchos casos decisiva— en el libro de Navia. No hay una realidad contrapuesta a lo virtual; simplemente está ahí. Sin embargo, la ingenuidad con la que los personajes se relacionan con lo digital hace que, como dice la narradora de «París por la ventana», se aproximen al dolor como una ficción que no saben leer. La vaga promesa de internet como conector y sustituto de la interacción social termina por tambalear ante la fuerza impredecible y naturalmente caótica de la vida.

Cuando hay recriminaciones es porque aún hay esperanza, se lee en «Salir corriendo». Los personajes de este relato, desconocidos entre sí, se cruzan sin saberlo en un gimnasio. Por uno u otro motivo, ellos ya no esperan ni se recriminan nada. Hacer ejercicio es tan solo su manera de pasar la vida, de mantenerse en suspenso. No hace falta adentrarse demasiado en la lectura para darse cuenta de que todos están rotos y sobreviven gracias a sus propios retardadores de suicidios. ¿Dónde están, entonces, las instrucciones para ser feliz? Porque también queda claro que no hay ironía ni cinismo. En el cuento que da nombre al libro, la protagonista, quien frecuenta foros de internet y suele responder obsesivamente, piensa en la escena final de Lost in Translation y las indescifrables palabras que Bill Murray le susurra a Scarlett Johansson. Ella concluye que ahí están las indicaciones para conseguir la felicidad, en esa misteriosa frase que también, piensa, podría ser un simple «todo va a estar bien».

Casi todos los personajes del libro comparten más de una característica, están tristes y solos, y no pueden ser felices. Junto a la gran cantidad de muertes, esto puede verse como un desliz o como una estrategia que, a fuerza de insistir, obliga al lector a poner mayor atención en su propio estado emocional. La recopilación de estos casos desesperados funciona como un manual para ser feliz por contraste. Las escenas que Navia ha escogido para narrar ocurren cuando todo está mal, pero al mismo tiempo se vislumbra cierto equilibrio precario y, tal vez, todo podría volver a estar bien. Si no resulta, así, por lo menos quedarán historias por contar; como en «Mantener fuera del alcance de los niños», un cuento de humor ligeramente mordaz que pone en evidencia lo absurdo de buscar el éxito en la literatura y, sobre todo, la vocación caníbal de los escritores. 

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