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Fotografía de Pilar Benítez Vibart |
La sociedad, según el sociólogo Armand Mattelart, se define en términos de comunicación, y ésta última en términos de red. La red se refiere a individuos conectados unos con otros por flujos estructurados de comunicación, y no necesariamente a los procesos que llevamos a cabo en Internet.
En 1948, Norbert Wiener publicó su libro Cybernetics or Control and Communication in the Animal and Machine, en donde se anticipa el modelo de comunicación venidero. Allí se vislumbraba la organización de la sociedad futura sobre la base de la información como materia prima. La circulación de la información sin mayores restricciones y el amplio acceso a ella no son consecuencias de la aparición de Internet; por el contrario, lo que Wiener y su discípulo Claude Shannon demostraron es que el libre flujo de información se da gracias a las redes que se establecen entre los involucrados (ya sean máquinas o seres humanos), luchando contra la entropía, que es el grado de desorganización del sistema. Pero, ¿esta «sociedad de la información» es realmente libre, o acaso se trata de vidas programadas? Y, si se tratase de lo último, ¿cuáles son los espacios que aún permanecen fuera del intercambio comercial?
Con su primera novela, el escritor argentino Nicolás Mavrakis retoma el asunto de la influencia de la tecnología en la vida cotidiana y las posibilidades de la investigación en torno a ella. El recurso humano (Milena Caserola, 2014) presenta a un programador innominado que trabaja en estrategias de marketing para las empresas más grandes del mundo y se especializa en análisis de información neurocientífica.
Lo curioso es que, pese a todo, como bien apunta Federico Kukso en la contraportada, no se trata de una novela «tecno» o «neuro», sino de una exploración de la materialidad de la memoria y los deseos. Conformada por dos líneas argumentales que se entrecruzan y avanzan a contracorriente, un diario y una bitácora, esta novela no deja de ordenarse en torno a un personaje en conflicto y una trama y un tema específicos. Internet, en este caso, funciona como acontecimiento ordinario y espejo del presente en el sentido que se le daría en la ciencia ficción.
La clave está en el párrafo introductorio: «Despedazar un diario. Reconstruirlo en orden inverso. Contado al revés, el amor es frío y pasatista. Una obligación, como sacar la basura o pagar las cuentas. Más tarde, empieza a volverse intenso. Y de pronto se transforma en una exploración. El sexo es un cúmulo de expresiones, de excitación espiritual. Después, se disuelve en manos que se animan únicamente a mezclar sus dedos. Un roce casual. Miradas cómplices. Gestos. Una curiosidad entre otras. Puras fantasías. Nada, al principio. Absolutamente nada».
Despojada de todas las referencias a la compleja profesión del protagonista, la novela trata la destrucción de su relación amorosa y el progresivo envolvimiento con una misteriosa hacker que lo hará cuestionar la verdad de su realidad. Como si fuera Neo, el de Matrix, leído en clave porteña. Es decir, recorrido por el deseo, una exacerbada individualidad y un pensamiento aristocrático.
El diario, que está dispuesto al revés, comenzando por la entrada más reciente, narra el rompimiento con Verónica, la pareja del narrador, y su nueva relación con Konstanza, a quien describe como una chica dark. La otra línea argumental, que no lleva fecha sino un código binario, relata el presente del narrador y podría leerse independientemente del resto.
J. M. Coetzee, Frédéric Beigbeder, Philip Roth, Ian McEwan, Martin Amis, John Updike. Estos son algunos de los autores que recorren, con nombre y apellido, la novela de Mavrakis. Un canon mayormente anglosajón y ampliamente reconocido como crítico, cuando no incómodo, y al borde de la censura biempensante. Desde allí puede inferirse que se trata del libro de un lector autoconsciente, cuidadoso de no caer en trucos o de administrarlos con cautela.
De esa forma es que el narrador se permite decir frases como esta: «Lo que nadie dice sobre la infidelidad —la verdadera infidelidad— es que opera exactamente igual que el amor. Buscar la infidelidad es inútil. Es artificial. La infidelidad te rastrea y te encuentra. Como el spam«.
En el mundo imaginado por Mavrakis para sus personajes hay un trasfondo conspirativo —la manipulación de los consumidores por parte de grandes compañías— que ellos apenas perciben, pero que no deja de ser verosímil, y cumple con las tres condiciones que se tejen bajo el nombre de la llamada cibercultura: la generalización de la interconexión, la aparición de una nueva forma de vínculo social y de otro esquema cognitivo, la inteligencia cognitiva.
No deja de ser primordial, sin embargo, la pregunta que hace la novela acerca de los recuerdos y las relaciones interpersonales. Ya que no se puede someter la memoria a un análisis pormenorizado, dice el narrador, se opta por escribirla; y lo que resulta de ahí es, todavía, un valor intransferible.
Nota: Este texto forma parte de un extenso ensayo sobre Internet y literatura que fue desarrollado como proyecto de grado del autor y que será publicado en breve por la UCSG.