Fotografía de Ricardo Centeno |
Marcel Proust afirmó que una vez que un escritor nos ha puesto en el estado en el cual toda emoción se duplica, en el cual su libro va a turbarnos como nos turba un sueño, pero un sueño más claro que los que tenemos cuando dormimos y cuyo recuerdo se prolongará más, entonces, desencadenará en nosotros todas las dichas y todas las desgracias posibles, que en la vida nos tomaría años vivir.
La muerte silba un blues (Literatura Random House, 2014), de Gabriela Alemán, es un libro de relatos que nos cautiva, nos sensibiliza, nos recoge y nos sitúa en los espacios junto a los personajes, tan cercanos, tal vez por su humanidad, tal vez porque viven al filo de la sociedad, autoexiliados de las prácticas sociales más simples o, porque al igual que nosotros, están destinados a la muerte.
Las historias que se presentan son duras, pero en ciertos espacios, cómicas. La trama es independiente de un relato al otro, pero en algunas ocasiones una historia es una continuidad de la otra, una suerte de complemento, redención o reciclaje de conflicto o personajes, al más puro estilo de Jess Franco, como lo advierte la escritora en el prólogo.
Gabriela nos hace vivir junto a sus personajes todas las dichas y todas las desgracias de una vida entera. Un libretista derrotado por él mismo, porque es incapaz de interpretar las señales que pronostican su fracaso. Una mujer extranjera que intenta reacomodar su vida en la selva ecuatoriana mientras se redefine a sí misma. Un viejo actor, asilado en una casa hogar, intenta reivindicar su historia, pero, finalmente, es engañado. Una mujer que adquiere una suerte de don o superpoder, finalmente se entrega, de manera voluntaria, a los brazos de la muerte.
Estas son solo algunas de las historias de fracasos y derrotas, de locuras y fantasmas que Gabriela recrea a partir de hechos tan cercanos y fantásticos como la invasión extraterrestre a Quito que, a mediados del siglo XX, culminó con un saldo de muertos y una radio de la capital quemada, la idea de seres humanos superdotados o el inminente desastre de un huracán.
«Un extraño viaje», el primer relato de este cuentario, es la ficción que nace desde un hecho real. El 12 febrero de 1949, Radio Quito transmite una adaptación criolla de la novela de Herbert George Wells, La guerra de los mundos, en la que se cuenta que los extraterrestres están invadiendo la capital. Leonardo Páez fue el responsable de la adaptación de la novela que acarrearía la quema del edificio donde funcionaba diario El Comercio, luego que los quiteños descubrieran que habían sido burlados. Lo interesante es que la misma historia once años atrás en un hecho muy similar y de la mano de Orson Welles, había causado pánico en el este de Estados Unidos. Como hecho curioso, Jess Franco colaboró con Welles y culminó la película que dejó inacabada y que terminaría llamándose Don Quijote de Orson Welles.
El valor estilístico de este cuento es maravilloso. La narración de la historia está acompañada por la locución en vivo de los hechos, que supuestamente suceden en Latacunga y Cotocollao. Es casi imposible no creer en lo que se cuenta, tanto como lector o ciudadano; no hay duda que el hecho es increíble, y hasta absurdo, pero la reacción resulta comprensible una vez que se lee.
Personajes extranjeros en un entorno conocido
Los personajes de La muerte silba un blues acarrean una constante apatía con su entorno, una suerte de extranjerismo en un hábitat que debería serles familiar, son personajes fracasados o derrotados, embarcados en una carrera consciente y deliberada hacia la muerte.
En su conceptualización funcional, un extranjero es alguien que viene de un país de otra soberanía, sin embargo, existen otras propuestas. Como aquella de actitud presente en sujetos sociales a quienes la realidad les parece absurda y por consiguiente, se sienten incapaces de asumir prácticas sociales tan comunes como conocer gente y establecer amistades. Este autoexilio voluntario y deliberado, convierte a los sujetos en «extranjeros» de su propio entorno.
Esta caracterización está presente en el señor Meursault, personaje de El Extranjero de Albert Camus, quien, luego de cometer un crimen, nunca demuestra algún sentimiento de injusticia o arrepentimiento, es decir, construye una pasividad que demuestra un enajenamiento de la realidad y una espera promisoria de la muerte como escape.
Si bien Camus se refiere a este nuevo hombre que nace en el seno de una sociedad que intenta asimilar la vida sin guerras, donde el individuo ha sido marginado y su voluntad arrebatada, el sentimiento de apatía generalizado con el que construye esta actitud de extranjerismo está presente como característica en la construcción de los personajes que plantea Gabriela Alemán en La muerte silba un blues.
Esta constante apatía social es una más de las líneas conceptuales que unen a este libro de relatos con la obra de Jess Franco. La esencia del trabajo del director español se evidencia en una propuesta gráfica como el cine gore, por ejemplo, que explota la vulnerabilidad y fragilidad del cuerpo humano. Alemán lo transforma en una característica de la actitud con la que sus personajes enfrentan a la vida y a su otro; una línea visible, también, en 5 ways to Dario, documental del director guayaquileño Dario Aguirre.
En los relatos encontramos personajes tipos, hombres y mujeres sin nombre ni identidad definida, descritos únicamente por facciones físicas como: mujer de rostro ovalado, ojos almendrados, formas blandas. ¿La intención? El reciclaje de actores en el cine y la relación e identificación con los personajes en la literatura. Cualquier persona puede ser una mujer de rostro ovalado o un hombre de rostro triangular.
Los personajes están destinados al fracaso. Un libretista intuye su desgracia cuando su jefe le pide que falsee un hecho para un programa de radio. Cuando le piden que narre una pelea de box que ocurría tres días más tarde, él se pregunta: «¿quién vive en un mundo ideal?». Como advirtiendo un desastroso futuro que se formaba frente a él, pero que es incapaz de detenerlo.
Una mujer adquiere un don o superpoder, ella puede ver el interior de una persona, todo su torrente sanguíneo, observar los minúsculos almohadones rojos que se atropellan por miles dentro de la yugular de las personas. El fracaso, sin embargo, es una decisión deliberada. Ella, una mujer de 46 años, decide que el «don» que adquirió es una maldición, que está sola y es ella misma la que, a través de este poder, avizora su propia muerte. Ella asegura que ha fracasado en cuestiones sociales tan básicas como hacer amigos o trabajar, hasta tener una familia, atribuyendo su fracaso al don o maldición que carga. Finalmente, luego de haber encontrado a alguien a quien amar, ella decide que es mejor amar a otro, que su actual pareja no vale la pena porque no es un derrotado como ella, así va y busca a alguien como ella, alguien destinado a la muerte, al fracaso, y busca la derrota como una suerte de clímax de vida.
La constante de este libro son los personajes que necesitan de otros para definirse así mismo, para encontrar su Yo y enfrentar al mundo. Personajes incapaces de conseguir amigos, incapaces de amar, de lograr relacionarse y encajar en la sociedad que critican. Un sentimiento de no pertenecer a su entorno, de ser extranjero en un ambiente conocido, sentimiento implícito en la obra de Franco, exiliado en París luego de las innumerables censuras en la España de Francisco Franco.
El título de la obra, La muerte silba un blues, se transforma en la metáfora perfecta, una suerte de presagio del devenir de sus personajes. La muerte cautiva a los hombres a través de un blues, los llama a través de una melodía cautivante, triste e hipnotizante, como el mejor de los encantadores de serpientes. La muerte encanta a los hombres, los llama con un silbido que suena a blues.