POR MIGUEL MUÑOZ
Poder masculino
Muchos de los personajes que recorren las novelas del sudafricano J.M. Coetzee podrían ser catalogados como «hombres que no amaban a las mujeres”, parafraseando el título de otra novela en la que el género femenino no las lleva todas consigo. Pero, a diferencia de la trilogía de Stieg Larsson, la obra de Coetzee se desarrolla en la fase previa de lo que hoy se conoce como el ocaso de la fuerza de lo masculino; sus personajes cuentan todavía con la configuración psicológica formada por una herencia violenta y poco consecuente con lo débil, salvando ciertas distancias en cada caso.
Los protagonistas de dos de sus novelas, Tierras de poniente y Desgracia, se encuentran ubicados en diferentes zonas, tanto temporal como espacialmente. La primera, que también inauguró la novelística de Coetzee, consiste en un díptico que narra, por un lado, una investigación militar en los años de la guerra de Vietnam y, por otro, un viaje por las tierras sin explorar del interior sudafricano en el siglo XVIII. En Desgracia, la acción se desarrolla a fines del siglo XX entre Ciudad del Cabo y una granja en la provincia de Cabo Oriental. A pesar de esto, las dos novelas están cruzadas por la reflexión en torno a la violencia en la mentalidad colonialista de Occidente y el acto sexual como una de sus herramientas.
A lo largo de la historia, la herramienta básica de dominación ha sido el poder masculino. En “El proyecto Vietnam”, el relato que abre Tierras de poniente, un especialista en psicología militar realiza un informe de la guerra en el país oriental y elabora una serie de consejos para el desarrollo eficiente de la guerra psicológica; sin embargo, él mismo sucumbe mentalmente, al punto de abandonar a su esposa (quien de paso le es infiel) y tratar de matar a su hijo durante un episodio de crisis incontrolada. La novela cierra con “La narración de Jacobus Coetzee”, el diario que escribe este colono bóer acerca de su viaje a tierras de los Namaqua, de cacería, donde cae enfermo y tras una pelea es expulsado de la aldea; hacia el final, Jacobus Coetzee organiza una nueva expedición para matar a los Namaqua y a los esclavos que lo traicionaron.
Para controlar la dirección de una sociedad hay dos formas: guiarla desde el interior de su marco cultural o imponer estructuras nuevas. Lo anterior, que parafrasea el artículo primero de la antropología de Franz Boas, puede servir como punto de partida para analizar la obra de Coetzee. En Desgracia se detalla la imposibilidad de la colonización sudafricana. El asalto sexual que sufre la hija del protagonista es un acto de odio pero más importante aún, es su permiso de estadía en una tierra ajena a ella. De hecho, Lucy se da cuenta de esto e interpreta su desgracia de ese modo, tal es así que acepta la propuesta de «matrimonio» que le hace su antiguo sirviente Petrus porque, como se dice en Tierras de poniente: “cuando te relacionas con la chica te estás asociando con un sistema entero de relaciones de propiedad”.
«Lo que penetra es también lo que castiga pero es, especialmente, aquello que también se desea y, aún más, aquello que se protege.» Ya lo dijo, lúcidamente, Nicolás Mavrakis a propósito de su conferencia sobre sexo y violencia en cuatro novelistas contemporáneos; uno de ellos Coetzee, por supuesto.
A propósito de los estudios de género
Aplicar un análisis desde la ginocrítica a una novela como Desgracia y a su personaje femenino más relevante, Lucy, no es del todo errado. Si bien la novela está evidentemente narrada por un hombre, con todos los rasgos de su masculinidad construida, el punto de partida que interesa es el de la tendencia de la ginocrítica que propone el análisis de las descripciones sexistas dentro de una obra literaria.
Que Desgracia sea una novela escrita por un hombre no significa que su contenido ni sus inquietudes sean exclusivos y limitados al género masculino. Si entendemos al género como la gama de roles, relaciones, actitudes, comportamientos, valores, socialmente construidos, es decir, asignados por la sociedad, entonces la novela de Coetzee pone en conflicto esta definición. Pero no lo hace de forma explícita ni tampoco es su tema principal.
Lucy, la hija de David Lurie, el protagonista, es una lesbiana que vive en el interior sudafricano y es violada por tres negros. Este acto de violencia sin igual es lo que da forma a la pregunta de Coetzee por la desgracia del hombre blanco y la civilización occidental en una tierra que no fue nunca suya del todo.
Lucy se ha separado de su pareja, lo cual nos dice que incluso los homosexuales sufren las penurias heterosexuales de la vida en pareja, la monogamia y el aburrimiento. Ella ha sido criada como una mujer occidental pero logró, finalmente, involucionar de ese adoctrinamiento cultural.
Más allá de una lectura superficial sobre la violencia y los ataques sexuales, en Desgracia puede “leerse” la resistencia de una mujer (o ser humano educado como mujer) frente a un entorno completamente agresivo hacia lo que su apariencia representa.
Lo de menos, por lo tanto, es pensar que el sexo del autor influye, o debe influir, en el contenido. En este caso Coetzee ya ha hecho suficiente con presentarnos a una mujer armada y autosuficiente que se interesa menos por su sexualidad (y los prejuicios en torno a ella) que por su mera supervivencia en el ocaso de una civilización.