POR MARITZA CINO
Aleyda Quevedo, poeta quiteña nacida en 1972, presenta una segunda y renovada edición del poemario Soy mi cuerpo bajo el sello Libresa en su colección Crónica de sueños, el mismo que fuera publicado por primera vez en 2006. Nuestra poeta es conocedora del oficio de decantar la palabra y la existencia, y artífice de una importante trayectoria que se evidencia en sus ocho libros publicados y en numerosas antologías nacionales e internacionales en las que se proyecta como una voz contundente de la lírica.
Soy mi cuerpo es un poemario escrito y reescrito desde las fauces del cuerpo, desde los ritos del dolor y la enfermedad, donde solo es posible la redención a través de las epifánicas formas de nombrar el cuerpo, de renombrar sus síntomas, carencias y orificios.
Como mencionaba Theodor Adorno: «el arte en algunos casos es el lenguaje del sufrimiento, del dolor». El dolor y la poesía son idiomas polisémicos, elusivos y, muchas veces, difíciles de traducir. El cuerpo se torna como un escenario, siempre vulnerable, la vasija donde se originan los padecimientos y las fisuras, donde se instala la fragilidad, el dolor somatizado. El goce de ese medio decir, que es el lenguaje poético, surge como una necesidad esencial, una catarsis frente a ese acto inmovilizante.
En el poema «Música oscura», la voz poética dice: «Cuánto dolor/ tolera la suma del cuerpo / su perímetro helado/ termina los deseos». En «Esponjas»: «El agua en su paciencia/ va y viene perforando el esqueleto/ La voz / solo eso queda/ con las esponjas enfermas/ y esta espalda de corcho».
Este libro tiene la singularidad de hablar en dos tiempos: el primer libro: un viaje. El segundo: soy mi cuerpo. En ambos se percibe una travesía hacia y hasta la enfermedad, acompañado de muchas imágenes con profunda invocación y aliento místico: la posibilidad de alivio, de reconfortarse y sobrevivir en su encuentro con el otro, balsámico y solidario.
En el ensayo «Un libro que se devana entre la trascendencia mística y el viaje terrenal», de Luisa Fernanda Trujillo, poeta, ensayista y docente universitaria de la Universidad Central de Bogotá, se manifiesta: «En Soy mi cuerpo se conjuga la palabra poética con el devenir existencial y cotidiano de la mujer que habita, con sus luchas y sosiegos, el cuestionamiento a la esencia y al sentido de la vida, el amor, la femineidad y la relación con el otro; de la poeta que lucha por encontrar la forma delineada en los límites corpóreos de una identidad; de los retos impuestos por la búsqueda de un lenguaje propio que la nombre. En la poesía de Aleyda, las fuerzas de tanatos y eros tropiezan en un oleaje de acantilado sobre el dolor, la enfermedad y el reencuentro renovado por los roces repetidos a golpe sobre el cuerpo, sobre las huellas dejadas en él a manera de impronta. Se percibe el tono de un yo lírico que ruega por la trascendencia; lejos de la tradición mística por encontrar el éxtasis o nirvana que libera el alma de la corporalidad que la aflige, Aleyda Quevedo se aferra a él para renovarlo en el límite de cada vivencia, sin querer desprenderse, sin el deseo de abandonarlo».
Este libro tiene la singularidad de hablar en dos tiempos: el primer libro: un viaje. El segundo: soy mi cuerpo. En ambos se percibe una travesía hacia y hasta la enfermedad, acompañado de muchas imágenes con profunda invocación y aliento místico: la posibilidad de alivio, de reconfortarse y sobrevivir en su encuentro con el otro, balsámico y solidario.
En el ensayo «Un libro que se devana entre la trascendencia mística y el viaje terrenal», de Luisa Fernanda Trujillo, poeta, ensayista y docente universitaria de la Universidad Central de Bogotá, se manifiesta: «En Soy mi cuerpo se conjuga la palabra poética con el devenir existencial y cotidiano de la mujer que habita, con sus luchas y sosiegos, el cuestionamiento a la esencia y al sentido de la vida, el amor, la femineidad y la relación con el otro; de la poeta que lucha por encontrar la forma delineada en los límites corpóreos de una identidad; de los retos impuestos por la búsqueda de un lenguaje propio que la nombre. En la poesía de Aleyda, las fuerzas de tanatos y eros tropiezan en un oleaje de acantilado sobre el dolor, la enfermedad y el reencuentro renovado por los roces repetidos a golpe sobre el cuerpo, sobre las huellas dejadas en él a manera de impronta. Se percibe el tono de un yo lírico que ruega por la trascendencia; lejos de la tradición mística por encontrar el éxtasis o nirvana que libera el alma de la corporalidad que la aflige, Aleyda Quevedo se aferra a él para renovarlo en el límite de cada vivencia, sin querer desprenderse, sin el deseo de abandonarlo».
Desdoblo mi rostro
encuentro la mujer
en dos planos.
La zona de sombras habitada por murciélagos
y la de las angustias ocupada por la imposibilidad de vivir
Los días me descubren
huyendo del sufrimiento.
encuentro la mujer
en dos planos.
La zona de sombras habitada por murciélagos
y la de las angustias ocupada por la imposibilidad de vivir
Los días me descubren
huyendo del sufrimiento.
—Lo que soy
Julia Kristeva atribuyó a la actividad de poetizar poses sombrías. Vio en ella una actividad hecha de deseos y gestos desesperados, que viaja hacia lo indecible y que nace de rimar los lutos del lenguaje. «El deseo es que las palabras se abran como flores». Al respecto, sostiene la poeta María Negroni: «En el umbral de la nominación, el poema elige una desgracia edificante, se yergue, desafiante y vencido, como un viudo identificado con la muerte».
Estos enunciados de Kristeva y de Negroni tienen relación con el poemario Soy mi cuerpo: las poses sombrías de estos textos se abren con palabras místicas, que nacen de un cuerpo que peregrina, vulnerado, confinado. La poesía, umbilicada, sumergida, se hace cuerpo, edificándolo y sosteniéndolo. La voz lírica, a través de este recorrido, nos adentra en un cuerpo herido/ desnudo, que cavila y se cuestiona intensamente.
En Soy mi cuerpo, la clarividencia y epifanía de esta voz poética nos hace cómplices de este viaje de exaltación y goce, donde estalla su pulsión, para luego, sosegada, resurgir del abismo.
Cuerpo enfermo y recuperado
como el filo quebrado de un vaso
que corta
y aún contiene agua pura.
como el filo quebrado de un vaso
que corta
y aún contiene agua pura.