Escenas de una vida condenada

Cortesía de la autora
“Qué importante es vivir en un sueño o estar colocado o estar cachondo”, dice la narradora de Vida de provincias (Honolulu Books, 2014), el primer libro de la española María Yuste. Esta joven, que puede o no ser una versión ficcional de la autora, recuerda su infancia y su adolescencia en un pueblo marginal de España.

Compuesto de breves fragmentos que oscilan entre la mera descripción de lugares y personajes extrañísimos, el recuento de sucesos aparentemente intrascendentes y la rememoración lírica de eventos de gran carga sentimental, Vida de provincias puede leerse como el reverso perfecto de la trilogía de memorias noveladas del sudafricano J. M. Coetzee (Infancia, Juventud y Verano; publicadas luego en un solo volumen titulado Escenas de una vida de provincias).

Lo interesante de Yuste es que no ha esperado llegar a la madurez de su vida ni de su carrera literaria para ajustar cuentas con su pasado. Lo ha hecho con su primer libro y el resultado es sorprendente. La huella generacional está presente desde la indefinición genérica: Vida de provincias es una novela, y un conjunto de relatos, y una crónica autobiográfica. Aunque, quizás, el término que mejor le vendría es el de memorias tempranas; y aquí uno podría pensar en otra cumbre del género: Una idea genial, de la argentina Inés Acevedo. El riesgo era alto, podría haber sido un libro aburrido y narcisista si no fuera por su humor resignado y autorreferencial, junto a un estilo sobrio y contenido.
Cortesía de la autora
Como si de una cartografía emocional de los años noventa se tratara, la narradora se pregunta si Dios vive en sus afiches de los Backstreet Boys; desea ser Stephanie, de la serie Padres Forzosos (Full House; o Tres por Tres, en Latinoamérica); asiste a una matanza del cerdo; escucha las canciones tristes de Chayanne; y chatea con un joven canadiense de quien dice que “es mi amigo virtual, lo más parecido que puedes tener a un amigo imaginario”. 

No hay una trama a la manera convencional, sino una idea: la vida de provincias como sátira triste de la existencia humana, que a su vez también es una vida al margen, condenada y en ruinas. En ese sentido, no es de extrañar que los dos grandes capítulos en los que está dividido el libro comiencen con sendos epígrafes extraídos de la serie norteamericana True Detective. El primero habla de la ciudad como construcción de la memoria; y el segundo, de la Tierra como el gueto del universo.

“Nosotras aún somos jóvenes y podemos vivir la vida que queramos”, dice la narradora luego de conversar con su madre y su hermana, “aunque ¿cuál es esa vida? Y ¿dónde podríamos vivirla?”

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