POR MIGUEL MUÑOZ
Suele decirse que es mejor leer cualquier cosa que no leer nada. En otras palabras, que no hay libro tan malo que no contenga algo bueno. Este simple optimismo acerca de la lectura puede resultar peligroso si no se comprende de qué hablamos cuando hablamos de leer.
Hay libros malos, es cierto, y no porque estén mal redactados, sino porque son violentos o porque reflejan aquello de lo que es capaz el ser humano. Esa violencia, sin embargo, enriquece si es discutida y compartida. Así que más que leer cualquier cosa, es posible leerlo todo; pero si esa lectura no es cuestionada, entonces pasará inadvertida y no habrá servido de mucho.
Conocer, cuestionar y disfrutar son algunos verbos asociados al acto de leer. Aunque también uno puede decepcionarse, entristecerse e incluso enojarse. Tal como en cualquier otra actividad diaria. Es así no porque la literatura se asemeje a la vida, sino porque esta solo ocurre a través de la lectura. Se leen semáforos y demás señales de tránsito, rostros, pantallas, emociones, marcas en la piel, huellas del paso del tiempo sobre los objetos, síntomas, indicios de la existencia de Dios o del destino, y un largo etcétera.
Es, por lo tanto, un texto que escribimos en nuestro interior cuando leemos lo que sucede a nuestro alrededor. Por eso se dice comúnmente que cada cabeza es un mundo. Pero nada de esto sería interesante si no fuera porque la lectura permite descubrir al otro conservando esa profundidad que solo se tiene cuando uno está solo.
Uno lee de infinitas formas: en la cama, en el bus, en el avión, en un sillón confortable, hasta es posible hacerlo caminando. Pero siempre hay un momento en que uno, así sea mentalmente, se acomoda y comienza a escuchar atentamente. Ese estado de comunión no tiene con qué compararse; es una conexión tan íntima que podría provocar que uno se ruborice.
El libro es un objeto más o menos igual en todo el planeta. Más allá de su apariencia hay una idea: el libro tal como lo conocemos hoy en día es tan solo una forma de leer. Esta cosa solitaria de pasar páginas en silencio era impensable antes de la invención de la imprenta, cuando se leía en grupo y en alta voz. Ahora, en cambio, somos testigos de la modificación de esta idea: uno “surfea” por la web, se desliza entre tuits, videos, fotos y listas. Lo importante ahora es esta nueva forma en que leemos: conectando fragmentos de distinto tipo y soporte. En nosotros está la semilla de una lectura cada vez más mezclada con la experiencia de la realidad, con la vida.
Nota: Este texto fue publicado originalmente en el suplemento de la última feria del libro de Guayaquil.