POR: MÓNICA OJEDA.
UNO. El rey pálido es una obra incompleta (David se suicidó en el 2008, escribiéndola; o quizás no, tal vez dejó de escribirla unos días antes y la abandonó como se abandona lo que ya no se puede continuar, es decir, con alivio).
Las novelas redondas, perfectas circunferencias con un agujero en el centro, fingen no ser sinécdoques, pequeñas representaciones; quieren ser mundo, quieren ser organismo.
Las novelas voluminosas, fragmentarias, inacabadas, como 2666, como El rey pálido, desechan el compás y dibujan un círculo a pulso para que en el papel no quede más que la no-geometría y aparezcan, arrastrándose, las figuras-tubérculos —multiformes, pluricelulares, de latidos violentos, de pulmones-globo—.
DOS. Escribir sobre el tedio, sobre la deshumanización, sobre el mecanicismo y la instrumentalización en el sistema burocrático moderno, escribir a través de un catalejo que apunta a la agencia tributaria, pensar el tedio, ser el tedio, mutar en el héroe de escritorio y mirar el reloj que parece una pintura de Dalí y mirar el tiempo derretido, ser el tiempo derretido, escribir sudando, escribir y sudar como cerdo con corbata, ser cerdo con corbata, ser la novela que escribes.
Única interpretación posible: El rey pálido es una muy larga carta de suicidio.
TRES. ¿Es coherente consigo misma una novela sobre el tedio que es interesante? ¿El aburrimiento forma parte del espectáculo de la imagen del mundo? ¿Es el tedio el hilo que nos conecta, como piezas de un mismo engranaje, y que tira de nosotros día tras día, hasta el final, agazapado en cada acción inveterada?
La clave burocrática subyacente es la capacidad de soportar el aburrimiento. Para operar con eficiencia en un entorno que descarta todo lo que es vital y humano. Para respirar, por así decirlo, sin aire. La clave es la capacidad, ya sea innata o condicionada, para encontrar el otro lado del trabajo de a pie, de lo nimio, de lo que no tiene sentido, de lo repetitivo y de lo absurdamente complejo. Para ser, en pocas palabras, inmune al aburrimiento. (…) Es la clave de la vida moderna. Si eres inmune al aburrimiento no hay literalmente nada que no puedas conseguir.(*)
El rey pálido redescribe una verdad que por repetición se ha invisibilizado: que somos papeleo, números, activos y pasivos, sistema, burocracia, y nos hace verla como si fuera exterior a nosotros mismos, como si fuera un bicho sobre la mesa, inquieto, repulsivo, pero luego entendemos que no, que esa fealdad reposa dormida en nuestra carne, que somos la fealdad de la funcionalidad de la urbe y que no hay belleza; que no hay belleza en esa verdad.
CUATRO. En El rey pálido las historias que se entrelazan no tienen un clímax. Es una novela para lectores que no buscan circunferencias, sino deformidades. Es una novela para lectores que disfrutan de la escritura de otros, de la cadencia, de la búsqueda de un lenguaje expresivo, un lenguaje que realmente diga algo dentro del caos de los calcos, de las repeticiones, de los vaciamientos de la palabra.
CINCO. Una novela siempre es el ensayo de la novela que el autor en realidad quería escribir. El mejor de los ensayos es sólo la silueta oscurecida de un intento mucho más complejo, y esa complejidad está destinada a escaparse, a desvanecerse entre las líneas de aquello que se logró hacer; y aquello que se logró hacer es, a veces, mejor que lo que originalmente se pretendía escribir. He ahí el misterio.
(*) David Foster Wallace, El rey pálido. Editorial Mondadori, págs. 444-445