Dos obras inexorablemente desgarradoras: Desgracia, de J.M. Coetzee, y El asco, de Horacio Castellanos Moya. Sus personajes se pronuncian desde un locus desesperanzador y árido que se presta para la búsqueda de respuestas que nunca llegarán.
Por un lado Desgracia narra la historia de David Lurie, un profesor de lenguas modernas en una universidad privada de Sudáfrica, quien luego de dos divorcios recurre a las suaves caricias de Soraya, su dama de compañía de confianza. Tras el retiro de ella del negocio, Lurie piensa que no tiene esperanza en el amor, hasta que una tarde de lluvia conoce a Melanie, su estudiante, con la que mantiene una relación a escondidas. Al destaparse éste suceso, media ciudad concentra su atención en él y no le queda otro camino que irse a los campos sudafricanos. Mientras que Horacio Castellanos Moya nos trae, a manera de relato corto, la vida de Vega y su visita en El Salvador, su tierra natal, la que tanta asco le produce, por una promesa que le hace a su madre años antes de que ella muera.
Como el título de la primera novela lo dice, el personaje principal cae en desgracia. Desgracia que será inexorable porque hay dos ejes que la atravesarán: el reconocimiento de un estado emocional deplorable al inicio de la narración, y cómo éste llevará al hundimiento a David. En El asco todo será distinto, San Salvador está en desgracia por culpa de toda su idiosincrasia estereotipada y marcada por el tercermundismo, lo que Vega a lo largo de su relato condenará.
En ambos libros la desgracia sumerge a los personajes a seguir un camino de prédica en contra de su situación actual. La desgracia es individual y global. Con esto me refiero a que ambos hablan desde lo que les ha tocado vivir. Sin embargo, en el caso de Vega su regreso al Salvador es su más grande desgracia, verse quince días soportando tal ambiente: “Yo no me fui huyendo por la política, sino que simplemente nunca acepté que tuviera el mínimo valor esa estupidez de ser salvadoreño, Moya, siempre me pareció la peor tontería creer que tenía algún sentido el hecho de ser salvadoreño, por eso me fui, dijo Vega”.
Es decir que, la desgracia tiene un antecedente opresor: un país en ruinas y la no identificación con sumirse en él y ser parte de la caída. Vega ha sido el principal crítico de la sociedad salvadoreña desde que él tiene uso de razón. La desgracia es hacerse llamar salvadoreño pero no sentirse así y estar allí, en el lugar de su depresión y asco constante. Por otro lado, Lurie es experimento de una desgracia en gradación: “Para ser un hombre de su edad, cincuenta y dos años y divorciado, a su juicio ha resulto bastante bien el problema del sexo”.
Quizás ambas citas sirvan para contextualizar dos realidades completamente distantes y diferentes. La incomodidad con lo que son y lo que representan será la principal detonante del ciclo de desgracia en las novelas. Tanto Vega como David reconocen que hay algo mal en ellos. Para Vega es el sentirse despatriado y desentonando con todo el marco geográfico de la que fue su patria; y para David ver cómo su hija está sola en Kenton, temiendo por su vida constantemente.
Estos puntos de giro transforman la desgracia en una cotidianidad de la que muy pocos pueden escapar, a excepción de Vega, que ya lo había hecho pero que está nuevamente sumergido en ella. Para David el hecho de haberse ido de la universidad, dejar a Melanie y tener que ser casi un fugitivo permiten ver a la desgracia superficial, la del hombre de ciudad, mientras que al partir de Kenton le toca probar la de lo rural, y se convierte en resignación: “No puede contar con que Lucy lo ayude. Con paciencia en silencio, Lucy tendrá que encontrar su propio camino de regreso de las tinieblas a la luz. Hasta que no vuelva a ser la de siempre, sobre él recaerá la responsabilidad de afrontar su vida cotidiana. Lo malo es que ha llegado demasiado de repente. Y esa es una carga para la que no está preparado: la granja, la huerta, las perreras”.
Lurie es un personaje que permanece ciego a lo largo del desarrollo de la novela. Vega, en cambio, es el más vivaz, el que se mantiene activo y farfulla para no hundirse en el sumidero que es su país. David es pasivo y todo quiere prevenirlo, no observa, no actúa y ni siquiera se inmuta a razonar los acontecimientos sino que descarga las soluciones que siempre tienen en el bolsillo los padres protectores: “No tiene ningún sentido vender la casa de mi madre, me decía mi hermano; pero yo fui enfático desde el principio, no tuve ninguna duda de que la mejor decisión es vender la casa de mi madre, es lo que más me conviene, para no tener que regresar a este país jamás”.
La desgracia es la aceptación de los códigos culturales y sociales en los países desde donde se narran las ficciones. Son molestos los procesos en los que ha incurrido la sociedad, los hábitos son degradantes y tienen una forma de ver el mundo que no les calza a ambos personajes. Son del primer mundo, pertenecen a procederes distintos y lo más probable es que sean más pragmáticos que las sociedades a las que llegan. Éstas últimas son el claro ejemplo de la involución.
Para Lurie es imposible concebir la idea de que su hija acepte haber sido violada por tres hombres que querían apoderarse de sus tierras. Lo que él no sabe es que su Lucy, su hija, está permaneciendo con lo que es suyo. códigos de defensa inconcebibles para un hombre de ciudad. Mientras que Vega, critica todo lo que está al alcance de su mano. Pasándose un poco a lado de la intolerancia habla del fútbol como la perdición de la sociedad, de las mujeres vagas que se pasan haciendo dramas como los que ven en las telenovelas mexicanas. La sociedad canadiense le ha borrado toda identidad y todo lo que ve a su alrededor le resulta nuevo y catastrófico.
Tanto Vega como Lurie son reflejo de la desgracia que se vive a partir de los valores globales de una sociedad que recién se adhieren a ellos por resultar nuevos para el sistema. De allí que eso les va a perseguir siempre a lo largo de la narración. En el caso de Lurie será el haber sido descubierto en una aventura amorosa con su estudiante y luego migrar hacia un sistema en donde la justicia es casi invisible y quienes viven en el lugar aceptar cualquier tipo de atentado porque es la única evidencia de defensa al territorio. Para Vega será la convivencia con el tercer mundo.
Desgracia y El asco son novelas distintas argumentalmente; sin embargo, los personajes, en su hacinamiento mental, se cuestionan: ¿por qué a mí? Aunque sus procesos de convivencia con el mundo exterior se den en determinadas situaciones, mantienen contacto porque ambas narran un estado de decadencia inherente a las cosas. Explican la caducidad y la implosión psicológica de seres en verdadera desgracia.