POR MIGUEL MUÑOZ
¿Por qué el Sur de los Estados Unidos produjo tantos buenos escritores?, se preguntó alguna vez el autor americano Walker Percy. La respuesta, para él, era simple: porque fue derrotado en la Guerra Civil. No hace falta indagar demasiado en lo que Percy consideraba como buena escritura ni en las personas que la cultivaban; lo realmente interesante es la relación entre la idiosincrasia y la historia de un espacio geográfico determinado y la literatura que allí se produce.
Nic Pizzolatto, creador y guionista de la serie de televisión True Detective, publicó en 2010 su segundo libro, una novela que pasó más o menos desapercibida (a pesar de haber sido reseñada en el New York Times por Dennis Lehane, un famoso autor del género negro y policial). Este año, la editorial española Salamandra tradujo Galveston por primera vez al español e inauguró con ella su sello de novela negra.
Nacido en New Orleans, Louisiana, Pizzolatto estudió y enseñó literatura en varias ciudades para luego dejar la academia y dedicarse a escribir. Antes de que HBO compre y transmita su serie —ante la aclamación casi universal de la crítica—, Pizzolatto ya venía desarrollando en su escritura las preocupaciones típicas de la identidad y la literatura sureñas. Uno de esos temas, que cobra mucha fuerza en Galveston, podría resumirse con una línea de Faulkner: “El pasado no está muerto. De hecho, ni siquiera es pasado”.
En un ensayo sobre el Sur y su representación, Judy Long rescata unas palabras del crítico Louis Rubin con las que explica que una característica importante de la literatura sureña es la historia como un modo de ver la experiencia y la identidad. De eso se trata Galveston, de la inevitabilidad y la condena del pasado frente a la arbitrariedad de la memoria.
Roy Cady, el protagonista, es un matón que trabaja para el mafioso Stan Ptitko. Un día, luego de enterarse de que tiene un cáncer terminal, recibe un encargo algo sospechoso. Ptitko, quien ahora anda con la exnovia de Roy, Carmen, lo envía junto a Angelo, otra antigua pareja de Carmen, a darle una lección a un tipo en su casa, pero les ordena que no lleven armas. Roy desobedece y, efectivamente, es emboscado por dos sujetos, quienes matan a Angelo, al otro tipo y a una de las dos prostitutas que habían sido utilizadas como señuelo. Milagrosamente, Roy sobrevive y escapa, a su pesar, con Rocky, la joven que encuentra en una de las habitaciones.
La historia es narrada en primera persona por el propio Roy. Por eso, quizás, parece ingenua y poco convincente al principio. ¿De dónde saca un redneck las palabras y la motivación para contar su vida? Más adelante lo entendemos: puesto que Galveston está dividida en capítulos cortos que avanzan alternativamente por dos líneas de tiempo paralelas (una en 1987 y la otra en 2008), toma unas cuantas páginas saber que Roy ha estado preso más de una década en la prisión más grande de Estados Unidos (conocida como Angola) y ha encontrado en la literatura un medio para sobrellevar la pena.
Con Rocky y su hermana Tiffany, a quien recogen en el camino, Roy llega a Galveston, un pequeño balneario en Texas, donde logran mantenerse a salvo de Ptitko por apenas un par de semanas en un motel de mala muerte. Entre huérfanos y marginados, los personajes de esta novela no responden tanto a las convenciones del género como al territorio (con olor a petróleo y basura, lluvioso y lleno de negros y católicos) en el que se encuentran.
Roy trata de tomar las riendas del asunto y darles algo de buena vida a Rocky y Tiffany —de quienes se ha enamorado castamente—, pero las cosas salen mal, muy mal. Varios años después de dejar Angola, Roy ha vuelto a Galveston, desfigurado y solo, a sobrevivir de trabajos menores y esperar que todo acabe pronto. Porque hace mucho tiempo que él debía haber muerto, pero lo retiene una trama inconclusa que pronto se personifica en un hombre de traje y una mujer joven y bella que lo buscan con insistencia. Ese encuentro provoca en el destino de Roy un desenlace muy acorde con estas palabras de David Foster Wallace: “La verdad te hará libre, pero no hasta que haya acabado contigo”.
Pizzolatto ha escrito una novela en la que se sirve de los tópicos del policial y del gótico sureño para explorar la naturaleza de la redención a través del conflicto entre la historia y la memoria. De paso, se desmarca de la idea de que la literatura salva o vuelve mejores a las personas, cuando solo ayuda a pasar el tiempo con lucidez. No se trata de un ensayo previo a True Detective, aunque los paralelismos sean evidentes, sino de una parte importante de un proyecto que surge de un trabajo minucioso sobre la tradición y su reflejo en el presente.