Anatomía del mal

Fragmento de «El jardín de las delicias», de Jheronimus Bosch

«Sin un acto de recreación, el objeto no se percibe como obra de arte», con esta idea de John Dewey, el lector puede acercarse a la reciente pieza narrativa de Laura Restrepo, Pecado, para conocer algunos de los ejes de su propuesta: cómo se convive con el mal, cómo es vivir en el límite de aquello que en «en laico» no tiene traducción y es el pecado. Es decir, la palabra arrastra inevitablemente una connotación religiosa.

Y es esta certeza lo que la autora colombiana nos ofrece a modo de tríptico (como el cuadro «El jardín de las delicias»). Una singular gama de personajes son el centro de las siete historias de Pecado; sin dejar de lado, claro, a «Peccata mundi I» y «Peccata mundi II» (la autora confesó que así quiso llamar al libro), los capítulos que inician y cierran el libro. Cada lector hará sus propias conexiones.

 El hilo conductor: la familia

¿Colección de relatos con un cinturón común o novela? Es la primera discusión que provoca el libro dada su configuración en cuentos o piezas que pueden ser tanto independientes como partes de un conjunto mayor que responden a una visión totalizadora sobre el mal.

Una constante que predomina en estos relatos es la proximidad de los protagonistas: toda su conflictividad se desprende del hecho de que son miembros de una misma familia. Como si se aplicara la idea clásica de que «la familia es el núcleo de la sociedad»  y la autora se propusiera demostrar que en ese centro se gestan las mayores agonías, se producen las más atroces heridas y también se forman las cicatrices de la culpa. ¿Cómo se justifica un reencuentro travestido de una dosis pasional entre una hija y un padre ausente? «La promesa» ensaya ese amor que no tiene nombre explícito en el relato, porque la palabra incesto contamina esas descripciones, ese grado de ausencia que está latente en la narración de este episodio.

A modo de zoom medular, Restrepo nos aproxima a gestos de compasión e invita al receptor a despojarse de todo juicio moral, a dejarse guiar por el relato en primera persona de la Viuda, el personaje estelar de «Pelo de elefante». Imposible no seguir las hazañas de este decapitador, sicario de excelencia, en sus reflexiones solitarias, antes de acometer sus «encargos», con su minuciosa y aséptica manera de asumir su oficio. Hasta que el verdugo pasa al segundo plano y se rompe su firme convicción: «no hay mujeres en mi vida: la muerte es una amante celosa». El amor es una salida tan poderosa como la muerte.

En esta novela también tropezaremos con Emma, la mujer enamorada que descuartiza a su pareja en «Amor sin pies ni cabeza» y que enfrenta su acción dionisíaca con una de las ideas que flotan desde el inicio del libro: «el castigo es la otra cara del pecado; su reproducción exacta pero invertida. Placer y pecado son equivalentes”». En medio de estos microcosmos hay bastantes rostros para enumerar cada una de las circunstancias en las que  la vida cotidiana es el espacio para el desfile de la muerte, la venganza, el adulterio, las mentiras y la soberbia.

Si nos acordamos de la ya tópica violencia colombiana tan tomada en cuenta por la literatura, no se pueden dejar de lado historias como las de Angelito, el adolescente sicario de «Lindo y malo», ese muñeco cuya génesis se encuentra en el trabajo periodístico de la autora, quien pasó por una experiencia de exploración en la Comuna Nororiental de Medellín. Nuevamente, el vínculo familiar define los hechos: la madre del muchacho lo cuida e idolatra y, sabiendo que regresa del crimen, será la instauradora de una epifanía final para el personaje y para el lector.

Y al fondo, el jardín

Mucho se ha dicho del famoso cuadro renacentista de Jheronimus Bosch, «El jardín de las delicias», y que éste coexista dentro de las ficciones que conforman Pecado no es un detalle que se deba pasar por alto. La presencia de esta obra es un elemento al que hay que ir integrando según la función se desarrolle: ya sea como decoración de muchos de los episodios del libro (con su simbolismo presente) o como la posesión más querida de Felipe II, el antiguo rey de España, o como tema en la tesis de Irina, protagonista de «Peccata Mundi II» y de «Las Susanas en su paraíso».

La pintura y las realidades de Pecado disponen a modo de alegoría la relación del ser humano con aquello que va más allá de lo conocido como falta, delito o simple maldad. Cada personaje vive su paraíso, infierno y convivencia en el mundo terrenal, y el lector tiene una invitación más para desplazarse entre estas posibilidades que solo la ficción puede ofrecer.

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