½ libro al año

¿Por qué los libros de autores ecuatorianos no aparecen en la lista de los bestsellers mundiales, hispanoamericanos, latinoamericanos o, incluso, ecuatorianos? ¿Por qué, a excepción de unos cuantos, los escritores ecuatorianos no figuraron en las filas de los grandes movimientos latinoamericanos como el Boom?
Críticos literarios, escritores e incluso estudiantes en clases de literatura se aproximan al hecho concluyendo que es un problema con muchos culpables y promotores.
Primero, es un problema ocasionado por los lectores, que en Ecuador no existen. En una estadística del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc-Unesco) en el 2012, se estableció que en el país, en el mejor de los casos, un ecuatoriano lee medio libro al año; y,  como ironiza el catedrático universitario Tomás Rodríguez, ese medio libro es de Paulo Coelho.
El INEC, por otro lado, asegura que 5 de cada 10 ecuatorianos leen de una a dos horas a la semana.
En esa misma línea en el país no existen programas permanentes que fomente la lectura a todo nivel social. Los intentos no han dado resultado, porque, entre otras cosas, las iniciativas están dispersas.
Así, mientras en el mes de abril el Teatro La Muralla en Ambato lanzaba la campaña “Yo amo leer”, un mes más tarde el Gobierno Municipal de Manta iniciaba una propuesta paralela de incentivo a la lectura denominada «Dedícale diez minutos a la lectura«. Esto, sin contar las iniciativas de gestores culturales como palabra.lab y de revistas literarias como Casa de las iguanas o Matavilela en Guayaquil. Todas estas propuestas, independientes una de la otra.
No olvidemos a las editoriales y a las librerías que juegan al mercadito con los libros.
Las librerías, por un lado, con valores exorbitantes que se deben pagar por un ejemplar y que  restan interés al lector por comprar buena literatura, junto a las jugadas de las grandes empresas que acaparan el mercado de libros en el país, empresas que no permiten la sana competencia, destinando a las microempresas y a los libreros a una muerte inminente.
Las editoriales, por otro lado, realizan tirajes de obras ecuatorianas sólo a nivel nacional y titubean cuando de llevar obras de escritores ecuatorianos a otros países se trata.
No hay que excusar al Estado, que ha hecho muy poco e, incluso, diríamos que ha jugado en contra de los intereses de la cultura literaria del país.
La subida del costo del papel periódico en el 2009 afectó no solo a las editoriales del país que vieron limitado el número de tiraje por edición, sino, también, a la calidad de sus impresiones.
Esta semana, a modo de ejemplo, me encontré con la reciente publicación de Orlando Pérez editor de diario El Telégrafo,  La ceniza del adiós. La novela, a la cual nos referiremos en otro espacio, está impresa sobre papel bond (blanco) que en palabras del escritor guayaquileño Luis Carlos Mussó, es un soporte «no muy amigable con el lector».

Los culpables para la pobre difusión y producción literaria en el país son muchos. Desde el profesor de literatura que en secundaria arremete contra los estudiantes basado en programas y libros caducos, aburridos, que en lugar de incentivar la lectura lo que hacen es amedrentar y alejar a los posibles lectores jóvenes. Y, por otro lado, la culpa de los que estudian literatura como profesión y que, en palabras de la crítica literaria Cecilia Ansaldo:

Los alumnos también se merecen muchos reclamos. Vegetan en sus pupitres, no cuestionan, no preguntan, copian pasivamente datos de Wikipedia.
— Cecilia Ansaldo (@ceciliaansaldo) July 21, 2013

El panorama no parece alentador. Mientras en Brasil el Gobierno paga a los trabajadores 25 USD extras a su salario para el consumo de productos y servicios culturales como cine, música, literatura, entre otros, en Ecuador, por ejemplo, se cancela la FIL de Guayaquil sin mayores explicaciones.

En las librerías locales escasean los libros de escritores ecuatorianos contemporáneos mientras sus estantes se repletan con libros de E.L. James o Dan Brown, esto sin contar con los altos precios que se convierten en una barrera que limita a los lectores por estratos.
Una única solución no existe, solo nos queda seguir leyendo y, en lo posible, compartir las lecturas.

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