Una literatura sentimental

Once relatos variopintos en tema, pero uniformes en tono y estilo, conforman Mis documentos (Anagrama, 2013), el más reciente libro del chileno Alejandro Zambra. Se trata de su primera apuesta por el género luego de iniciarse con la poesía y de una exitosa incursión —tanto en crítica como en público— en la novela.
Respecto al último género mencionado, el mexicano Álvaro Enrigue tiene algo para agregar: “Pensé que por primera vez en décadas las clases medias latinoamericanas tenían un narrador digno de su distinguida y tibia epopeya”. Y agrega que el caso particular de la novela Formas de volver a casa es importante puesto que se trata de “una revisión del trauma de los 70 latinoamericanos cuya deslumbrante inteligencia descansa en la modestia de su perspectiva, en la ternura con que cultiva a sus personajes, en la seca honestidad con que ilumina la enfermedad de una generación”.
Para un lector primerizo de Zambra puede resultar curioso constatar que, al adentrarse apenas un poco más en su obra publicada, la descripción que hace Enrigue encaja casi a la perfección con el resto de la narrativa del chileno. Más que en la monotonía de sus inseguridades cabría pensar en las repeticiones que pueblan los libros de Zambra como parte de un proyecto aún en desarrollo. Esto a pesar de que Formas de volver a casa es sin duda el punto más alto de su trayectoria.
En Biografía del hambre, Amélie Nothomb escribe que «ser de un determinado lugar quizá consiste en eso: no comprender en qué consiste». Y agrega que por eso empezó a escribir, porque «no comprender algo es un fermento fenomenal para la escritura». Nothomb se refiere a su incapacidad de escribir sobre Bélgica en contraste a la facilidad —o lo prolífico, al menos— de su escritura sobre los demás lugares que habitó, pero a los que difícilmente perteneció.
En definitiva, piensa Nothomb, no se puede comprender cabalmente el lugar del que uno proviene y al que uno pertenece, no por elección, sino por nacimiento. Y de esa dificultad nace, en ocasiones, la literatura. Esta reflexión puede ser trasladada a la obra de Zambra en cuanto se propone comprender no ya el territorio nacional —en buena hora— sino la región anímica que le es más cercana y, por ende, más proclive a afectarlo: la clase media chilena de la post-dictadura. El inconveniente mayor es que “la clase media es un problema si se quiere escribir literatura latinoamericana”, como dice el narrador de “Hacer memoria”.
Irregular, repetitivo y melancólico en un sentido casi peyorativo, Mis documentos derrapa incluso cuando quiere contar el pasado inmediato: en el relato homónimo que abre el volumen, así como en “Recuerdos de un computador personal”, el autor ensombrece a estos aparatos hasta el punto de hacerlos parecer casi arqueológicos, como reliquias de las que solo surgen lamentos. 
A pesar de que, claramente, su proyecto hasta ahora es el de escribir el pasado, la literatura de Zambra en Mis documentos es sentimental en exceso. Fatídica, diríase; llena de personajes fracasados con poco para ofrecer. Entre estas aparentes fallas, sin embargo, hay un plan y una apuesta por imponer una poética. “Comprendí que una manera eficaz de pertenecer era quedarse callado”, ese es el asunto con Zambra, quien, al igual que el protagonista de uno de sus relatos que dice esta frase, se enfrenta en cada libro con la opción de escribir para comprender su lugar en el mundo o, simplemente, permanecer en silencio y contemplar.

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