Una antología trucha

Trucho es la primera de una serie de pequeñas antologías de cuentos que la revista Traviesa comenzó a publicar este año. Curada y prologada por el escritor argentino Federico Falco, Trucho está conformada por cuatro relatos breves de cuatro autores de diferentes nacionalidades: el chileno Diego Zúñiga, el mexicano Federico Guzmán Rubio, el colombiano Javier González y el argentino Hernán Vanoli.
Resaltar el país de origen de cada uno resulta un poco inútil. Recorriendo Latinoamérica de norte a sur, la antología muestra que el concepto de lo trucho es más o menos similar en todo el territorio. Y algo más interesante: esta noción, que oscila entre la copia y el defecto, es esencialmente latinoamericana.
El prólogo de Falco, “Truchada”, puede leerse, primero, como un relato más; luego, como investigación en torno a lo trucho —que va desde la antigua Roma hasta la era contemporánea—; y, finalmente, como una precisa y condescendiente reseña de los cuentos que la preceden.
Un objeto de mucho valor tiene muchas más probabilidades de ser falso si es encontrado en un país latinoamericano. Esto se dice en “Omega”, el cuento de Zúñiga. El niño que lo protagoniza encuentra un reloj de esa marca y ve su vida cambiar, pero no para mejor. No por la falsedad del objeto sino por la de su portador. El reloj del cuento nunca funciona pero el simple gesto de mostrarlo puede convencer a los demás de la valía de quien lo lleva. Eso es lo que importa.
En “Las mañanitas”, Guzmán Rubio explora la caricatura de lo mexicano en los Estados Unidos. No se trata solo de objetos, ni de la gastronomía, se trata de personas. El retrato de la inestable movilidad social americana es leído como una historia de suspenso, aunque esto se deba, seguramente, a una sensación de complicidad. Aquí una familia de mexicanos «trucha» su mexicanidad en aras de un sueño americano que es duro y requiere siempre de trabajo, dejando a quienes lo buscan en una alerta constante que solo se detiene en situaciones como la que tiene el narrador en las últimas líneas del cuento.
T. S. Eliot escribió que los buenos poetas roban y convierten lo robado en algo mejor, o al menos en algo único, diferente de aquello de donde fue extraído. Con disculpas de los puristas, esto que dice Eliot puede ser traspuesto para una lectura de “La marca”, el cuento de González, que gira alrededor de Marilyn, una diseñadora de ropa que copia todo pero con buen gusto. “Una moda copiada que imponía moda”, se dice en el relato. Una sucesión de fragmentos breves y descriptivos le sirve al narrador para construir la historia de una empresa de la que no sabemos el nombre, solo se menciona a “la marca”, que está, más que en el armario, en la vida de todos los protagonistas.
“Dos sables láser”, de Vanoli, consiste en varias entradas discontinuas del diario personal del protagonista. Con un realismo delirante, el cuento va de lo meramente narrativo a lo teórico: una definición de lo trucho utilizada por Falco en su prólogo proviene de una explicación que le da el protagonista a su padre. El personaje que escribe el diario cambia conforme se va avanzando en la lectura, en un punto podría decirse que es «truchado» por su compañero de habitación —que se apellida Vanoli—, pero la copia resulta fallida, no cumple las expectativas. Irónico, desbordante y mordaz, el relato de Vanoli destaca como el de mejor factura, el que permite lecturas más diversas. En este caso, el prólogo de Falco reduce las posibilidades de interpretación al detallar los temas.

Las antologías de Traviesa funcionan con precisión porque agotan el tema —siempre único— y no al lector. Responden a la obsesión de sus curadores y le añaden marcas al mapa de la literatura latinoamericana reciente. Sin embargo, y de acuerdo al prólogo de Falco, ésta no deja de ser una antología trucha mientras el lector no se apropie de este «puntapié para la discusión» y, además, no se sirva de esta gratificante excusa para conocer el resto de la obra de estos cuatro grandes escritores.

Compartir