POR: MARÍA JOSÉ NAVIA.
Reseña de Álbum de Familia, volumen de cuentos de Gabriela Alemán.
Confieso que no sabía nada de literatura ecuatoriana hasta antes de venir a Quito a trabajar por el verano. Por alguna razón, nunca había caído en mis manos nada de ese país y hoy me veo rodeada, literalmente, de tantos muchísimos libros. Debo confesar también que mi selección fue medio aleatoria, medio de juzgar al libro por su tapa (o alguna de sus solapas), pero aquí estoy, adentrándome en la ficción ecuatoriana, con bastante curiosidad y más de algún deslumbramiento.
Álbum de Familia, de Gabriela Alemán, es un libro astuto e inquietante. En su índice vemos títulos que corresponden a eventos “fotografiables” o memorables en toda familia como “Bautizo”, ‘Veraneo”, “Paseo de Curso”, “Confirmación’, “Matrimonio”, etc, sin embargo, cada uno de los cuentos se encarga de dinamitar completamente las expectativas del lector. Porque lo cierto es que estas historias son precisamente aquellas que jamás tendrían cabida en un álbum de familia, los eventos tristes, los traumas dolorosos, la decepción, aquellas cosas que es preferible no inmortalizar para ver si así, quizás, pueden desaparecer o doler un poco menos.
Álbum de Familiadesfamiliariza así tanto la noción de álbum como registro coherente y feliz, así como también desestabiliza la idea de familia como grupo orgánico, querible, amable. No hay nada familiar aquí o que nos haga sentir en casa; los cuentos de esta colección se estructuran como portazos violentos que van desarmando al lector a su paso.
En “Bautizo”, la iniciación de un hombre en el buceo (en Galápagos) y la curiosa relación que establece con su instructor acaba en un final tristísimo (como inundado de agua); en “Veraneo” se desenmascara a una extraña condesa y su historia en Ecuador, en “Confirmación”, no se trata de confirmar la fe de un creyente sino de las complejas manipulaciones que un grupo de religiosos y las petroleras ejerce sobre comunidades indígenas en el Amazonas. En “Fiesta de Disfraces”, el narrador intenta desenmascarar un misterio del famoso luchador mexicano, El Santo, generando efectos inesperados. Así, comenta: “Nunca pensé que lo que para mí pasaba por ser un simple cuestionario sobre un superhéroe ponía en duda el pasado de todos mis entrevistados y que este, luego, se derramaba sobre sus vidas como un veneno corrosivo”. Para luego agregar: “Una pátina a veces resulta suficiente para seguir viviendo, permite que no se descascare el presente, deja imaginar que lo que se ve, es lo único que hay”.
En mi favorito, “Matrimonio”, una mujer se entera de la doble y triple vida de su esposo al revisar sus ordenadísimos cajones luego de que éste muera. En un momento, dice la narradora: “Nada como el orden para evitar que el mundo nos estalle en la cara”. O, más adelante: “Ahí estaba, la vida de Jorge desplegada sobre un metro cincuenta de madera. Papeles apilados que, sumados, marcaban un mapa de algo.”
Se trata de cuentos de lenguaje sencillo, pulcro, que van hilando de a poco un universo contundente. Una mirada sobre la memoria o el acto de hacer memoria que es de una brutalidad admirable. Como sacarle fotos a aquello que escondemos bajo la alfombra y no nos atrevemos a mirar porque sí, ciertamente, puede estallarnos en la cara.
Habrá que seguir leyendo a Gabriela Alemán.