Un bolsillo en el corazón para David Foster Wallace

Salgamos de lo obvio: David Foster Wallace es un monstruo. Monstruo por ese coloso que es Infinite Jest o por esos ensayos suyos en los que te recomienda una novela algo desconocida, y ni siquiera una novela completa, sino partes de ella, y lo hace con tal convicción que te dan ganas de tatuártela en el cuerpo. Así de poderoso es el efecto de Foster Wallace. Uno se maravilla con las volteretas que va haciendo con el lenguaje y la manera en que va iluminando los rincones más cotidianos y anodinos en cada una de sus obras.
Son los ensayos los que llevo siempre conmigo en mi Kindle, a los que vuelvo en sus múltiples subrayados. Soy una convencida de que uno va dejando una pequeña cartografía personal en todo aquello que subraya y en los ensayos de Foster Wallace se encuentran varios archipiélagos con fragmentos de estos últimos años. De todos sus ensayos, el que tengo guardado en el corazón, doblado en veintiún mil pedacitos, es “The Nature of the Fun”, compilado en su último libro de ensayos Both Flesh and Not. En él, David Foster Wallace compara la escritura con llevar de un lado a otro a un niño deforme e insoportable. Eso, esa presencia incómoda, es lo que escribimos. Y debemos aprender a quererlo, aunque no funcione al principio, aunque nos avergüence. 
Foster Wallace se preocupa, en los ensayos de ese libro, de rescatar novelas que han quedado en el olvido, de llamar la atención sobre las nuevas generaciones de escritores, producto de un circuito de talleres o maestrías en escritura creativa que, en medio de muchos guiños de erudición, no son capaces de poner sobre la página ese infinito miedo a la muerte que es lo que nos vuelve más humanos. Esa fragilidad, esa vulnerabilidad siempre a punto de quebrarse. En “The Nature of the Fun”, David Foster Wallace da un consejo para quien quiere escribir: disfrútalo. Simple, sí, pero perfecto y fulminante como un relámpago. La escritura, la literatura, es honestidad descarnada, a veces bastante monstruosa, pero es un regalo, algo que sigue brillando en un mundo que, como bien lo supo David Foster Wallace, a veces puede ponerse bastante oscuro.

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