Tener pulso para decidir, o por qué estudio literatura

POR: AMANDA PAZMIÑO.
Es necesario estar lejos para apreciar cada lugar. Acaece que a partir de esa distancia elegí prescindir de fórmulas y teoremas. Las ciencias exactas constituyeron mis argumentos durante un trienio, pero reconocí que mi mente requería de otro lugar, en el que la libertad se extienda en vastas dimensiones. En vez de continuar planteando problemas e imbuirme en la austeridad que caracteriza su resolución decidí jugar a la inversa y reanudar lo impostergable: estudiar Literatura.
Más que un refugio, la Literatura me parece un lugar en el que peligro y sosiego coexisten para romper las lógicas convencionales. No existe ser que logre huir de ella; es necesario explorarla y compartirla. De hecho, pienso que una de sus funciones es remover, inclusive trastornar dulcemente nuestros sentidos.
El amante de lo difícil, el escritor, es quien acepta que debe trabajar en ello; por eso, lo hace con ambas manos y un puñado de ideales que sabe de antemano serán abatidos por otros. Creemos tener la idea de querer crearlo todo, cambiarlo todo e impregnar nuestra existencia mediante letras.
Bien, no estudié Medicina porque mi memoria es un caleidoscopio que funciona como un sistema autónomo; no estudié alguna Ingeniería porque no me agradan los mecanismos; y, finalmente, las Finanzas me parecen presa de una exactitud eminentemente endeble. Pedagogía era una opción inicial, pero la Literatura se transformó en mi prioridad.
Pienso que una serie de sucesos fueron de suprema importancia para que tome la responsabilidad de estudiar Literatura, y me es recurrente la invitación a moldear pensamientos respecto a mis orígenes. Soy mixtura de seres diferentes, no sólo por los territorios en que vinieron al mundo, sino que lo que importa es que aprendí a convivir bajo una psicodelia de personalidades; recuerdo que un tío me dijo alguna vez que no somos de donde nacemos, sino del lugar en que luchamos.
Mi padre se deleitaba en el arte, en la pintura principalmente, mi madre me llevaba al teatro, leía cuentos que papá escribía para alimentar mi mundo onírico, por lo cual a priori no tuve desavenencias sobre mi decisión con ellos.
Mi alma se enraizó en paisajes andinos pues viajábamos asiduamente a la Sierra durante mi infancia y cuando cumplí 14 años leí el texto inquietante «No se culpe a nadie», de Julio Cortázar, mi fascinación por las letras inició. Recuerdo que mientras resolvía problemas de física en mi mente, escribía poemas basados en albores y astros. Cuando podía viajar por mi cuenta, era enriquecedor el intercambio de opiniones literarias con las amistades y familiares, en especial cuando hablábamos fascinados de la Rayuela de Cortázar o El túnel de Ernesto Sábato. Mi aproximación a la poesía inició desde que escuchaba pasillos en las reuniones familiares.
Si bien es cierta esta frase: “La voz es signo del dolor y del placer, y el hombre es el único animal que tiene la palabra para manifestar lo conveniente y lo dañoso” (Aristóteles, 1252 a.C.) es convincente, podemos intuir que existe la necesidad imperante de que un bolígrafo y un papel atestigüen nuestra forma de ver el mundo, porque quizás coincida nuestro pensar con el de los demás, o quizás éste difiera sustancialmente. En todo caso, aprendemos a reconocer y respetar cuán diversos somos.
Escribir y leer, son aprendizajes adquiridos por añadidura, y si escribimos las mujeres es porque nuestra voz se ha tornado fuerte, y existen propuestas que buscan generar cambios en quién lidera esta sociedad. En Camareta Cartonera (editorial que integro) las mujeres tendemos a ser más organizadas y decidir con sagacidad.
El propósito de la escritura, bajo mi criterio, sublima la reflexión que habita en el hombre, es decir que una obra no alcanza el culmen, sino, cuando el lector le otorga un sentido particular, atiborrado de auténticas imágenes percibidas.
Quisiera que la mentalidad de los pesimistas cambie respecto a que el arte no figura como un sustento económico en nuestro país, y realmente se puede refutar y extinguir aquellas ideas y trabajar con convicción, por ejemplo, mi propósito es que en un futuro adyacente pueda impartir cátedra, y simultáneamente escribir y publicar.
Sucede que me gusta creer en lo complejo, en la paciencia como la virtud que más frutos confiere, en la belleza y maleabilidad del lenguaje.
Finalmente, la Literatura genera un enfrentamiento entre realidad y ficción, en el que nos está reservado un lugar en el cual el conocimiento y la creatividad son fundamento imperecedero.

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