Solo si es necesario

POR: TATIANA LANDÍN.
El cine es el espacio para repetir y armonizar en estampas visuales los leitmotivs  de la vida. Con esta premisa particular No robarás (a menos que sea necesario), de la cineasta ecuatoriana Viviana Cordero, coloca a Lucía, interpretada por Vanessa Alvario, en el centro de una trama eminentemente urbana. La adolescente asume una lucha comprometida en un rol que no le corresponde: ser la protectora de sus tres hermanos y lograr que su madre salga de la cárcel.
Esta cinta de Cordero enfrenta al espectador al cine que sitúa una historia en el mundo adolescente, las desigualdades sociales, las familias disfuncionales y en la ciudad como el centro de las acciones. 
El mundo femenino de la muchacha sintoniza con la mirada de Lucrecia Martel, en La ciénega (2001) y La niña santa (2004) cintas en las cuales se toma en cuenta un mundo marginal que enfrenta los años juveniles con núcleos problemáticos que mantienen la domesticidad del rol femenino. En esta flamante película ecuatoriana, Lucía es el personaje que transgrede la domesticidad: acepta ser la columna sobre la que se apoya una madre débil y unos hermanos dependientes. La joven asume el viacrucis de que para sobrevivir tiene que emplear las estrategias de la calle: buscar nexos, tocar puertas, y por último, robar, pues el intento de prostituirse le repugna.
En medio de esta realidad de pesares, la problemática incluye la muestra de fortuitas  soledades que se encuentran, ya sea en el vecindario –el inquilino reciente, Pedro (Erick Chica),  un adolescente que se enfrenta al peso de ser una carga y un estorbo para su madre -; ya sea con los miembros de la banda punk. En los dos polos, se desliza algo parecido a un enamoramiento, que no prospera porque Lucía está concentrada en su lucha familiar.
Los encuentros nocturnos entre Lucía y Pedro ante la panorámica de un Quito iluminado y menos amenazante, es una acertada decisión al contrastarlos con la abierta vida de barrio pobre que, durante el día, arrincona a los muchachos en sus refugios clandestinos de rock y drogas.  Hans Rosero conduce la fotografía del film hacia vivenciar los tonos realistas de los ambientes. 
El camino de la heroína
La música punk es la vía de búsqueda de identidad, al mismo tiempo de refugio y escape. Lucía y sus amigos se dedican a poner en términos de la estridencia de ese género, sus luchas y desadaptaciones. Por eso, en actividad, vestuario y lenguaje, el tono musical de la película es intenso y significativo. La protagonista se transforma dentro de la típica   “performance” que rodea a los cultivadores del rock duro, adquiriendo la apariencia de una chica independiente y fuerte. Tenaz en el vocabulario callejero, fuerte en el trato con sus compañeros, audaz para saltar obstáculos y convertirse en la protectora de sus hermanos menores. El código moral “no robarás” se transgrede a conciencia, cuando no hay otra solución ante los embates de la necesidad.  
Lucía es una individualidad dúctil porque desarrolla matices de conducta dentro de su continente de chica aguerrida: primero rechaza las iniciales prácticas delictivas de sus compañeros con un rotundo  “trabaja, chucha”, luego se aviene al delito sin quedarse en él. La infracción es un medio de una etapa de la vida. Y con ello se gana simpatía y solidaridad de los espectadores. Estamos frente a una película que no opta por el final sin salida, sino por el camino abierto de una buscada  reconstrucción social.

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