Philip Roth: el enfant terrible de la literatura norteamericana

POR ROGER HOLLANDER

Mi presentación de esta noche* se enfocará en el autor de La humillación. Yo nací en la misma ciudad que Philip Roth: Newark, New Jersey; y crecí en el barrio junto al cual él vivió y en el que muchas de sus novelas tienen lugar. También compartimos una formación judía. He leído a Roth desde que publicó su primera novela en 1959, y leí no todo pero sí mucho de lo que ha escrito. Si eso no me hace un experto, sí siento que tengo un tipo de relación especial con el hombre y su obra. Supongo que por eso estoy aquí esta noche.
Hubo una fuerte migración de afroamericanos desde el sur hasta Newark en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En 1967, una rebelión surgió en las calles de la ciudad, que fue quemada casi en su totalidad. Pero los barrios en los que Roth y yo crecimos, entre los años cuarenta y cincuenta, eran tranquilos, de clase media y de mayoría judía. Cruzando la calle, frente al edificio de departamentos donde vivía, estaba el parque Irvington, con varias hectáreas de campos de juego y un lago que se congelaba durante el invierno, ideal para el patinaje de hielo. El parque nos servía a mi hermano y a mí como un elegante patio delantero. Pueden imaginarse mi asombro al leer la novela más famosa de Roth, El mal de Portnoy, y descubrir que varias de sus escenas tenían lugar en mi propio parque.
Casi todas las obras de Roth tienen un protagonista judío, al que muchos de los críticos califican como un alter ego de Roth, y que pertenece al mismo entorno de clase media judía que conocí en mi infancia. Aunque mi padre no fue un judío religioso, yo estuve expuesto a la misma cultura y valores judíos que Roth. La cultura judía se caracteriza por tener en alta estima la inteligencia y la creatividad, no es una coincidencia que algunos de los más grandes pensadores de la historia hayan sido judíos: Marx, Freud, Einstein. La riqueza de la cultura judía se expresa igualmente en el arte y en la literatura, un interés en los asuntos mundiales, y un sentido del humor auto-despreciativo (en su estudio del humor, Freud dio este ejemplo de un chiste judío: «Tomo un baño una vez al año así lo necesite o no»). Mucho de esto puede ser atribuido a un pueblo que ha vivido por siglos en el exilio y bajo la represión.
Cuando El mal de Portnoy se publicó en 1969, yo me encontraba trabajando en una librería en Montreal. Vendimos cientos de ejemplares en el primer día. Y me dio una oportunidad de compartir con muchos de nuestros clientes lo que tenía en común con el famoso autor.
Philip Roth ha escrito treinta novelas y ha ganado docenas de premios destacados, incluyendo los más prestigiosos como el Man Booker, el PEN/Faulkner y el muy apreciado Pulitzer. Pero no el más grande, el Nobel. Cuando eso ocurra, y muchos piensan que así será, Philip Roth lo habrá tenido todo y podrá morir en paz.
Pero es difícil imaginarse a Philip Roth muriendo en paz. Hay una angustia subyacente en toda la obra de Roth. En sus primeras novelas, a menudo el protagonista era un escritor joven, como él mismo, quien luchaba por inscribir su nombre en el mundo de la literatura al mismo tiempo que se hacía cargo de problemas que surgían de conflictos con los valores tradicionales de la familia judía, la sexualidad y las relaciones personales en un período de la historia en el que estaban ocurriendo cambios muy rápidamente en los valores y las costumbres. En sus últimas novelas, lo vemos luchando contra la realidad de la vejez, la enfermedad, la pérdida de la capacidad física, y -por supuesto- la inevitable realidad de la muerte. En La humillación vemos al protagonista, Simon Axler, ir desde las profundidades de la desesperación hasta las cimas del placer y la ambición, y luego caer de nuevo en un último clavado hacia el suicidio.
Podemos agregar a esto las tumultuosas relaciones en la vida privada de Roth, incluyendo su larga relación y matrimonio con la actriz británica Claire Bloom, quien dio detalles desagradables de su vida juntos en sus memorias Leaving a doll’s house, a los que se cree que él respondió con la novela «Me casé con un comunista».
Es difícil, por lo tanto, imaginarse a Philip Roth muriendo en paz.
No hay duda, sin embargo, de que Roth es uno de los escritores más prolíficos, ampliamente traducidos y premiados de nuestra época. Y aún, no son pocos los críticos literarios que consideran que su obra es limitada en interés y alcances, si no completamente desastrosa. Por ejemplo, Carmen Callil, integrante del jurado del Premio Booker Internacional 2011, quien renunció como protesta, declaró que Roth no merecía la nominación ni mucho menos ganar las 60 000 libras esterlinas. Callil, escritora y fundadora de la casa editorial feminista Virago, reclamó: “Él (Roth) continúa con el mismo tema una y otra vez en cada libro. Es como si estuviera sentado en tu cara y tú no pudieras respirar.” Podría añadir muchos otros comentarios mordaces como éste.
Por otro lado, hay muchos más que dicen que no se puede discutir con el éxito. Mi opinión personal es que Roth ha logrado tanto como para ser considerado nada menos que uno de los escritores contemporáneos más importantes en lengua inglesa. 
El primer requisito de un novelista es la habilidad para contar una historia que atrape la imaginación del lector. Esto usualmente requiere el talento de hacer que la prosa tome vida, un sentido del humor o de la ironía, una visión profunda de la personalidad y el comportamiento de las personas, y una sensibilidad por el entorno social e histórico en el que la historia se desarrolla. Philip Roth sobresale en todas estas áreas, que es la razón por la cual sus libros se han vendido en millones y han sido traducidos en numerosas lenguas. No hay duda de que es uno de los escritores de lengua inglesa más relevantes de nuestro tiempo.
No obstante, encuentro un serio defecto en su aproximación a la escritura. Llegué a una entrevista que dio Roth en 1983, en la cima de su carrera como novelista. Va de esta forma:
Entrevistador
¿Tienes en mente un lector de Roth cuando escribes?

Roth
No. Ocasionalmente, tengo en mente un lector anti-Roth. Me digo: “¡Cómo va a odiar esto!” Ese puede ser todo el estímulo que necesito.
Esto nos dice mucho de la actitud moral de Roth como escritor. Él obtiene lo que yo considero como un placer perverso en la provocación, en jugar al papel de iconoclasta. En La humillación, por ejemplo, lo vemos metiendo sus narices en aquellas feministas y mujeres gays quienes estarían (y lo estuvieron) escandalizadas ante la noción del protagonista, Simon Axler (¿un alter ego?), “transformando” a una lesbiana de toda la vida y con una apariencia masculina, en una mujer muy femenina con trajes elegidos por él, mientras disfruta de una relación heterosexual con ella.
Si el objetivo subyacente de Philip Roth ha sido el de generar controversia, lo ha logrado. No sería falso decir que muchos críticos, incluso lectores, odian o aman a Philip Roth. Lo que encuentro personalmente inquietante, o más bien desconcertante, es su predilección para mezclar caracterizaciones brillantes, diálogos  interesantes, relevantes referencias literarias, percepciones y críticas culturales, y un humor mordaz; todo eso junto a una descripción de la sexualidad que parece surgir de la mente de un adolescente reprimido.
Lo que pretendo hacer esta noche es compartir con ustedes algunos de los antagonismos que su obra ha producido en críticos y lectores, con alguna referencia ocasional a La humillación
Las críticas más importantes a la obra de Roth caen dentro de tres categorías: su retrato explícito y patriarcal de la sexualidad; el abrumador contenido autobiográfico de muchas de sus novelas; y el a menudo escandaloso retrato de la cultura judía en la Norteamérica de la posguerra.
De las tres, considero que la primera, su tratamiento del sexo y del género, es la de mayor importancia, y esto es lo que discutiré esta noche. Las más severas críticas feministas de Roth consideran que su escritura está plagada de misoginia. Sea que estén de acuerdo con ellas o no, esta es una afirmación muy seria, dado que estamos hablando de la actitud de un escritor hacia la mitad de la humanidad. Las cuestiones de la sexualidad y el género están relacionadas especialmente porque vivimos en un mundo patriarcal, y esto acarrea el tema de la dominación. Si un novelista es hombre o mujer, podemos juzgar su retrato de la sexualidad en relación a si refleja una actitud de dominación masculina contrario a una que tomaría en cuenta las necesidades y los deseos de ambos géneros. Dado que la imaginación es el combustible que pone en funcionamiento el motor mental de un escritor, podemos preguntarnos si el tratamiento de la actividad sexual de los personajes por parte del autor refleja una actitud patriarcal. Podemos también ir más allá y hacernos la pregunta sobre un autor masculino: ¿es la imaginación del escritor capaz de ir dentro del corazón y del alma y de la psique de sus personajes femeninos?
Hace poco leí una novela de Charles Dickens, Casa desolada, en la que gran parte de la narración viene de la voz de su protagonista y heroína Esther Summerson. La descripción de Esther es increíblemente sensible y multidimensional, la vemos como una mujer compleja con un carácter fuerte, compasivo y firme. Comparemos esto con los personajes femeninos de La humillación. La esposa de Axler es raramente mencionada. Sybil, la mujer que él conoce en el hospital siquiátrico, es valiente, y eso es todo lo que apreciamos en ella. Pegeen, su última oportunidad en el amor, es voluntariosa y egoísta, un espíritu libre, y tal vez manipuladora (ella va dejando un rastro de corazones rotos detrás suyo), pero en mi opinión no es una representación muy simpática, sin embargo, ella es el único personaje femenino al que le es dado una descripción en profundidad. Priscilla, la amante de varios años de Pegeen, desea un cambio de sexo; eso es todo lo que sabemos. Louise, la decana para la que Pegeen trabaja, no es más que una amante celosa. Tracy, la mujer que Axler y Pegeen encuentran en un bar, trabaja con antigüedades, y aparentemente no tiene sentido de autoprotección, y es todo lo que sabemos. No puedo imaginar a Roth siendo capaz de desarrollar un personaje femenino de la forma en que Dickens lo hizo; o como el novelista irlandés-canadiense, Brian Moore, en su obra maestra The Lonely Passion of Judith Hearne.
Pero por favor no me malinterpreten. No estoy diciendo que un novelista no debería tratar realidades desagradables como el sexismo, el racismo, etc. a través de sus personajes. Decirlo sería volver estéril una obra. Tampoco estoy diciendo que la literatura debería ser juzgada por los rasgos personales, buenos o malos, de un autor. Lo que digo es que donde estos rasgos ofensivos manchan el espíritu de una obra, entonces, para mí, hay una disminución de la calidad del trabajo, sin importar lo impresionante de la prosa.
En el mundo de las publicaciones en inglés, la novela de D. H. Lawrence, El amante de Lady Chatterley, en la que las relaciones sexuales y el lenguaje son representados de forma explícita, sobrevivió las amenazas legales en 1959 en los Estados Unidos y en 1960 en el Reino Unido. Esto despejó el camino para una nueva ola de lenguaje sexualmente explícito en las obras de jóvenes novelistas norteamericanos, entre los cuales los más notables fueron Henry Miller, cuya Trópico de Cáncer asentó el suelo para una sexualidad sin tapujos y que fue inicialmente censurada como obscena en los Estados Unidos; Norman Mailer, cuyas obras contienen violencia y sexo ofensivo; John Updike, cuya celebrada novela Parejas incluye intercambio de parejas y sexo grupal; y, por supuesto, nuestro héroe, Philip Roth.
La primera novela de Roth, Goodbye, Columbus, fue publicada en 1959, pero fue la publicación de El mal de Portnoy, en 1969, lo que señaló su logro como un importante novelista norteamericano y que le valió el desprecio de ciertas críticas feministas, no necesariamente por su sexualidad explícita, sino por su perspectiva patriarcal.
Al leer La humillación, se vuelve perfectamente claro de qué va todo el escándalo. Una lesbiana que se deja ser «feminizada» por un hombre viejo y heterosexual. Una niña abusada sexualmente. El uso de juguetes sexuales. Un ménage a trois. Sus críticas más severas ven esto nada más como una expresión de fantasías machistas, las cuales no perdonarán a pesar de la excelente calidad de la prosa.
Por supuesto, hay mucho más que sexo en esta novela corta. Está la cuestión de la vejez, la pérdida de la autoestima, la depresión, la violencia y el suicidio. Está el contenido teatral, la estructura y la siempre atrapante prosa de Roth. Pero creo que uno tiene que hacerse ciertas preguntas como: ¿era necesario el sexo explícito? ¿Realzó este la narración? Y aún más importante, ¿es verosímil?
He leído varias reseñas de La humillación y de otras novelas de Roth, y la siguiente descripción de Liel Leibovitz es la que mejor captura, para mí, lo que diferencia su tratamiento de la sexualidad del de otros gigantes literarios:
“La superabundancia del miembro masculino en la obra de Roth es más que una elección estilística buscando provocar y desconcertar. Trasciende incluso las justas acusaciones de machismo frecuentemente dirigidas a Roth por críticas feministas y antiguas amantes. Es su principal estado mental. Como un verdadero artista, él siente ese túrbido flujo y reflujo muy intensamente; un delicado y preciso sismógrafo del sufrimiento, él registra sus temblores diminutos. Pero él no conoce otra forma de manejar esa carga más que bajarse el cierre. Mientras que Whitman, probablemente un homosexual reprimido, domesticó su libido y le enseñó hermosos artificios poéticos, y mientras que Dickinson ejerció una fuerza sobrehumana y convirtió a la suya en un diamante de sublimación, Roth simplemente eyacula”.
El escritor norteamericano David Foster Wallace nos cuenta cómo un amigo suyo se refirió en una ocasión a John Updike, algo que también puede ser dicho, al menos en parte, sobre Roth: «Un pene con un diccionario.»
En su reseña de La humillación, el crítico William Skidelsky admite que: 
«Hay, por supuesto, rasgos favorables: un interesante concepto inicial y la usual escritura hermosamente controlada. Y la novela se hace preguntas interesantes acerca de la edad y lo que le hace a las personas. Pero estas cosas no son suficientes para cubrir el absurdo de su núcleo.»
Al final, no era más que:
«La fantasía de un hombre viejo disfrazada de literatura.»
En esencia, estoy más o menos de acuerdo con los críticos que he citado, pero no sería tan duro como ellos han sido. Creo que mucho se le puede perdonar a un escritor tan talentoso e interesante como Philip Roth. Como en muchos escritores, su fortaleza puede ser encontrada en su debilidad. Antes mencioné el placer de Roth por la provocación. En esta novela él lo ha conseguido con éxito y por lo tanto ha generado algunas serias discusiones. En algunas de sus novelas él trasciende los temas de las relaciones personales y la sexualidad para abordar otros más pesados como el racismo, el terrorismo, el anti-comunismo y la libertad académica. Aunque no diría que hubo un fuerte tratamiento en profundidad de estos temas, sí diría que crean un antecedente social y político que le da al lector una sensación de conocer los Estados Unidos y varias de sus comunidades durante la época en que vivimos. Probablemente Roth no logre los niveles de Tolstói o Dickens o García Márquez, pero él es claramente uno de los escritores más desafiantes de nuestra época.
***

(*) Texto leído en la sesión de noviembre del programa «Literatura y vino» del Teatro Centro de Arte. 

Roger Hollander nació en 1941 en Newark, New Jersey. Se mudó con su familia a California en 1954, donde obtuvo su título en Ciencias Políticas y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de California en Berkeley. Después de estudiar un año en el Seminario Teológico de Princeton, regresó a California, donde se volvió un activista a tiempo completo en la lucha por los derechos civiles de los negros americanos, en el movimiento obrero por los derechos de los agricultores y en la oposición a la guerra de Vietnam. En 1968 fue arrestado por el FBI y huyó a Canadá, donde recibió asilo. Más adelante recibió el perdón presidencial y regresó a los Estados Unidos para administrar el departamento médico de la Clínica Libre de Los Ángeles. En 1976 se mudó de vuelta a Canadá, donde dirigió un centro comunitario y fue elegido para el Concejo Municipal de Toronto, donde sirvió desde 1987 hasta 1995. En ese año se mudó a Ecuador y empezó una nueva carrera en las artes plásticas. Su trabajo ha sido exhibido en Guayaquil, Manta, Cuenca y Quito. Tiene dos hijas y siete nietos de su primer matrimonio, y está actualmente casado con la escritora ecuatoriana Carmen Váscones, con quien vive en Playas.

Traducido del inglés por Miguel Muñoz.

Compartir