Nunca morirás

Sobre Los predilectos. de Jaime Mesa, Alfaguara, 2013.
Aún no se esclarecen los derroteros que seguirá la novela en este siglo, ni el momento en que salde su deuda con la herencia de los anteriores. Si por algo se caracterizó la novela decimonónica fue por el oficio narrativo, siguiéndole la del XX en el claro y deseable rechazo a las convenciones, por lo que ésta abundó en audacia. Empero, novelistas de varias latitudes han coincidido en poner un alto a la experimentación vigesimónica, insisten en volver a la técnica del XIX, directa, eficaz: en palabras llanas, volver al arte de narrar (Johnatan Franzen dixit). Cada siglo inaugura nuevas realidades literarias y de éste esperamos audacia y oficio narrativo, más renovación de la mirada. A la novela contemporánea no puede dejar de importarle el diálogo con la realidad-presente, mucho menos el misterio del mundo, al que se penetra con las técnicas aludidas por Italo Calvino en sus Seis propuestas…
Al puñado de nuevas narrativas para el siglo XXI se suma Los predilectos, novela de Jaime Mesa que horada la realidad de nuestro presente, o bien la disecciona, y no para analizar, sino para dar un atisbo de cómo ésta es parte de nuestra composición genético vivencial: excelente modo de dialogar con este siglo. Desde su primera lectura esta novela sugiere la dualidad nietzscheana de lo dionisíaco y apolíneo, esto es, la lucha y unión de lo efímero y lo que pretende perdurar. Hace cinco años con Rabia, su ópera prima, dejó en claro Mesa el acoso de la soledad contemporánea que nos acecha, ahora en Los predilectos aborda con la lente de su imaginación escrutadora aquello que ya no importa: el vacío de la inmediatez y el de ese otro tiempo que podríamos llamar el presente extendido. El mundo de su primera novela se despliega negando la cercanía: la realidad es ínfima si se le compara con de la TV, los bits de la noche electróncia e incluso la del papel. Esta ocasión el autor nos asesina abordando con lujo de precisión la imposibilidad de perdurar. Apostó por la cercanía de eso que antes la TV nos alejaba para dimensionarlo, así como las posibilidades inauditas de la fama, encarnadas en personajes que sienten y se interrogan. Paradójicamente, eso no importa en la realidad a la que hiende Mesa los bisturís.
Resalta desde el principio el punto de vista de Scarlet Kunzen, narradora cauta y apolínea de Los predilectos, obsesionada a ratos con el mantra nunca morirás. Esta joven se arroja a los rituales de un Dionisio moderno -orgía y éxtasis- mediante experiencias sexuales al límite y un viaje simbólico en la vida de su venerada Linda Combs, actriz de series televisivas. El par nietzscheano arriba aludido, se sabe de sobra, conlleva el juego de lo trágico en el sentido dramático, detonado aquí por la aterradora inminencia de ser olvidados. La certeza de nuestro olvido, ya como humanos de a pie, ya como celebridades, fue asumida desde Marco Aurelio y pocos la han reutilizado como tema literario.
Apostó Mesa a forjarse como el novelista de largo aliento que ya se prometía en su primera novela, cumpliendo con creces las expectativas depositadas en su siguiente obra. Hay madurez narrativa que potencia los impulsos del creador para centrarse en el oficio, en el que luego se arriesga a esa mirada profunda propuesta por Calvino, y, en la unidad total, acaba tejiendo ese tamiz de la novela que organiza el mundo y nuestras vidas. Muy poco hay que el novelista no conozca: Mesa lo sabe. A mi juicio, el acierto mayor de Los predilectos es el logro (proeza mayor) de una suerte de monólogo continuo, como consciencia suspendida que brota de una voz femenina cincelada a la perfección, más meditación a fondo respecto a esos temas que atañen a un siglo de estrellas fugaces y ángeles caídos.
Una de las obsesiones de Jaime Mesa, ostensibles en sus escritos, es la del alcance de la TV como elemento de viralidad y diálogo, potenciador intrigante de la realidad. La TV incide en el mundo y, cierto, cambió su perspectiva tras aterrizarlo en la segunda dimensión, muy al tono de lo expresado por Jean Philipe Toussaint en su artificio novelesco La televisión, que aborda los cómos de la TV para multiplicar realidades y pervertirlas. Jaime extiende sus preocupaciones más allá del autor francés, acaso porque el asunto constituye una de sus tantas obsesiones. El escritor, aprendemos de Mesa, es un continuador de sus propias obsesiones.
Quiero volver a Combs, la encantadora y triste celebridad que vislumbra su desaparición mucho antes de sus esquelas televisivas,  me tiento a proponerla para un nuevo mito, el mito nihilista de Mesa: un mito sobre la nada, o sobre la riqueza y la nada, la fama y de nuevo la nada. Puedes ser el más rico y famoso del mundo, pero ¿a quién le importa? ¿A quién le importa perdurar? No se puede construir la perdurabilidad. Al mundo no le interesa y eso lo sabe Kunzen y acabamos por saberlo nosotros, que ella no será recordada, ni Linda Combs, ni quien lea Los predilectos. Luego, ya no importa.
Tenemos escasas posibilidades biológicas para perdurar. ¿Se puede perdurar, entonces, mediante el arte? Mesa apela a la inquietud del novelista por inmortalizar con su obra aquello que toca su mirada. Se detiene antes de seguir narrando. Ajusta ideas al respecto y nos entrega una acertada y punzante digresión de su personaje:

Hay un momento en que tenemos que escoger entre ser simples espectadores (gozar con la vida y el arte) y al final morir sin ser recordados […] Sé que el artista goza cuando crea, incluso disfruta de la creación de otros. Sin embargo, el artista que invierte demasiado en el deleite termina, a la larga, sumergido en esa espiral de espectador. Comprende que por más que se esfuerce su talento no responderá a sus expectativa. Que su obra no trascenderá como aquella pintura, o libro o película que está presenciando.

Mesa despliega pericia al no responder preguntas, se limita a formularlas. Hay muy poco que agregar a lo anterior, salvo esta sarta de preguntas, motivo dramático de Los predilectos, aquéllos que se las arreglan para no morir: ¿Se puede perdurar mediante la amistad? ¿Se puede perdurar mediante la enfermedad o la salud? ¿Se puede perdurar mediante los hijos? ¿Importa perdurar más allá del olvido?

Pero qué importa el olvido, si nunca morirás.

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