No hacerlo: un libro como preludio

POR: BERTHA DÍAZ 
María Alzira Brum, creadora brasileña trotamundos con residencia en México, es la autora de No hacerlo. A simple vista (mejor dicho, a primera vista, puesto que apenas se lanza un vistazo sobre el libro, uno se enmaraña en una red compleja) es una novela breve, una nouvelle. Pero también un libro de viajes, un diario íntimo, un ensayo, un poema largo en prosa, una crónica, un guión para cine experimental, un libro de dirección para una puesta en escena, una narraturgia, un tratado sobre la escritura: todas las anteriores y nada de eso. Un libro que se muestra como el trazo para llegar a un lugar, pero opta por los desvíos y los desvaríos y desde ahí encarna su propia existencia. No hacerlo resulta inclasiflicable, sin género, degenerado, pero no porque se haya querido corromper, salir de sus bordes, sino porque ha optado por crecer antes de tomar una forma (o antes de que la forma lo tome), porque sus ondulaciones juegan en el espacio primario, en aquel donde se despierta la creación.
Se trata de un libro como un balbuceo, como un inicio dilatado donde se siente el pulso de una serie (incalculable) de posibles: unos que se enuncian y otros que se sugieren. Desde sus deslices convoca a que, como lectores, también nos deslicemos, juguemos, hagamos vibrar el deseo; y desde ahí mismo el libro pone en evidencia las tensiones del acto de la escritura, de la relación con la memoria, esas que se provocan entre la fuerza y la forma.
Este libro se posa en aquello que habitualmente se desecha, se enraíza en lo que aún no se alza como ‘literatura’. Es un ensayo abierto al público, un proceso, un intento. 
Hace unos meses, en un laboratorio de creación artística en Bogotá, dirigido por la pensadora italiana Giulia Palladini, buscábamos ejemplos de preludios fuera del ámbito de la música. Inmediatamente pensé en No hacerlo. Es decir, lo identifiqué como preludio porque, aunque podría ser, efectivamente, antesala de una obra mayor, es decir, ser el acopio de apuntes (apunta, señala la ruta) de otro libro, funciona —a su vez y perfectamente— como obra emancipada, como entidad autónoma que desde su brevedad (breve en apariencia, pues su potencia trastorna la relación con la extensión, con el tiempo, con la duración) revela su belleza y su propio juego.
No hacerlo justamente es un libro sobre la antesala del hacer, pero que al comprometerse con ella, con su presente, da paso a un hacer. Es un libro que visibiliza el movimiento de esa tensión de manera doble. Al tiempo que muestra el movimiento en el que está envuelto el deseo —incapaz de quedarse quieto por su necesidad de mutación—, evidencia la potencia de la renuncia. Simultáneamente, entonces, la voz narrativa coquetea con el deseo de mutar formalmente en novela, pero decide desplegarse por fuera de ella, lanzarse a un posible no previsible: he ahí la tensión presente entre su propio título y su contenido.
Este preludio contiene tres momentos.  El primero, y que es de donde toma el nombre el libro, guarda la concentración de lo antes dicho. Pero el segundo, llamado “Frontera”, da la pauta a un desplazamiento radical, siempre desde ese mismo estado preliminar en el que existe el libro. En “Frontera” parece que la voz narrativa se posara desde el afuera de  un límite; límite que estuvo latente en el primer tramo del libro, pero que al enunciarse funciona —la misma palabra— como parte aguas: el desplazamiento hacia el otro lugar, entonces, sucede.
En un segundo momento podría decirse que el libro trata sobre las perversiones del punto de vista, de los hallazgos y mutaciones de un cuerpo cuando se mueve.  Cuando la voz está afuera, del otro lado de la frontera, genera  diálogos con la ciudad —gran cuerpo sintiente, pensante y actuante—, así como con lo que rodea al artista, al transeúnte. El desplazamiento trae consigo, además, un lenguaje menos ‘extrañado’ que aquel del primer momento.  Sin embargo, el pulso del mismo libro hace que el diálogo mantenga el tono hacia adentro, la intensidad interna.
En el tercer pasaje del libro, con el título “Ahora es el primer momento después del fin del mundo”, una vez más estamos ante el problema del inicio, pero de otro modo dicho y asumido. Desde que se abre esta sección la cuestión que revolotea es la del dejar atrás, la del alejamiento, pero vista siempre desde el recomienzo. Y se evoca la dificultad  implicada en ello, con el uso de expresiones en varias lenguas. El juego entre lenguas de la obra, que se hace a nivel formal, resulta ser metáfora del nuevo inicio. Para habitar una nueva creación es necesario que emerja un nuevo lenguaje, uno que alumbre el camino de otro modo. Y es entonces cuando reparo que No hacerlo está escrito medularmente en español y que la lengua materna de María Alzira Brum es el portugués. Pienso, repentinamente y desde una dimensión más amplia, en lo ajeno, en la emergencia desde el extrañamiento, en los deslices, los desvíos y los desvaríos presentes en la obra, en la imposibilidad de decir, en lo que la escritura abre para ella y más allá de ella.
No hacerlo, librito de cartón de pequeño formato sumamente cuidado, de la serie Cartón-Era (Editorial Librosampleados, México, 2013), es un libro alumbrador, que fortalece también la potencia de la iniciativa menor, del poder de lo pequeño. No solo por su contenido, es decir, por su abordaje, resulta un preludio, sino también por su formato. Hay que acercarse a él y escucharlo con calma para deslizarse hacia los extraños y sensibles viajes que genera el contacto con las pequeñas cosas.

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