Mil disculpas

Fotografía de Ernesto Yturralde
POR CAROLINA ANDRADE
El hombre que caminaba en mi dirección se ha detenido de repente y me ha puesto en gran apuro al saludarme diciendo mi nombre y luego lamentar que últimamente no nos hubiésemos encontrado. Tal vez he sido grosera con mi franqueza.
— ¿Me conoces?, ¿estás seguro? Yo no me atrevo siquiera a decir que tu rostro me resulte familiar.
La memoria rescata lo olvidado, pero a veces se pierde la conexión y la memoria no tiene qué rescatar: lo olvidado ha desaparecido. Como el olor de los abrazos de mi madre, como las conversaciones con mi amiga María del Carmen, como esa noche con Marcelo.  Yo olvidé esos eventos y mi memoria, durante un buen período, los rescató una y otra vez, una y otra vez. Olor, palabra por palabra, beso y la piel erizándose. Pero un día, cuando el tiempo hubo barrido rastros, la memoria dejó de encontrar las cosas olvidadas. Sólo quedaron vacíos, largos corredores que no conducían a nada. Entonces la imaginación interviene, solidaria, y me entrega situaciones inventadas que saben a simulacro. Y una se da cuenta del fraude pero igual vive y toma esos falsos recortes de vida y los asume como pasado. Hubo un olor, hubo unas confesiones, hubo un beso, ¿hubo? Quién sabe, pero así se cree que se ha vivido. Yo tendría que imaginar algo sobre el hombre con el que me encuentro.
Sospecho que el tiempo no elimina recuerdos indiscriminadamente sino que los selecciona. Sospecho del tiempo. La gente que se toma fotos, que se retrata, que escribe, que graba su voz, todos ellos también sospechan. “La memoria me será infiel algún día”, deben decirse. Pero es el tiempo el que nos hace las malas pasadas.
El hombre me da una serie de datos con extrañeza, como si no aceptara mi olvido.
—Lo siento, pero no recuerdo.
Y da pena no recordar. Supongamos que el tiempo esconde de nuestra memoria las cosas que nos hacen daño para que no constituyan un anclaje insuperable (ese hombre que cuando yo era niña irrumpió en mi casa cuando estaba sola, ¿llegó a tocarme? No recuerdo. Vi el camión en el instante anterior al accidente en el que murió mi hermana y del que yo salí ilesa, pero no tengo ni una imagen del accidente en sí. No recuerdo.) Supongamos que el tiempo hace el esfuerzo de lanzarnos esa boya de salvación. Supongamos. El borrón es tan grosero que, necesariamente, como una red de arrastre, se lleva más cosas, tal vez algunas de ellas valiosas. Una vez más debe intervenir, a ciegas, la imaginación.
—Tal vez si me dices tu nombre…
Ahora vivo con un escritor. Perdón, es alguien mucho mejor: un hombre amable que escribe. Él sabe que estoy vacía de un pasado hermoso. Por eso le he pedido que me haga feliz y que, si lo logra, no olvide escribir que vio mi sonrisa. Juntos leeremos mañana. Yo también escribo de él. Se trata de un pacto en el que hay más que amor, somos testigos el uno del otro, compartimos relatos, porque es posible que luego nos falle a ambos la memoria y coincidamos extraviando nuestros olvidos. Para que permanezca nuestra vida, lo que valió de reunirlas, escribir. Hay que contar las cosas, contarlas, contarlas rápido para evitar su muerte.
—Sé que debería recordarte si es verdad la mitad de lo que me cuentas pero no, y no quiero, por compromiso, inventarme algo para salir del paso. Mil disculpas. He hecho eso otras veces y resulta mal.
Hay cosas olvidadas que ya no se pueden rescatar. Me quedaré con un pasado de dunas, con brisas que mueven cristales de arena que no significan nada. Lo prefiero así, sometida al tiempo, sin inventar historias.
—No, no tengo la más mínima idea de quién eres tú.


***

Carolina Andrade. Nació en Guayaquil, Ecuador, en 1963. Es periodista profesional y escritora. Estudió Literatura en la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, donde ejerce la cátedra.  Vivió un tiempo en México (1986-1989) y ahí completó el curso que para escritores ofrece la Sociedad General de Escritores Mexicanos (SOGEM). Ha publicado tres libros de cuentos: Detrás de sí (1994), De luto (1999) y Revista y Revuelta (2003) y una novela, Frágiles (2009). Textos suyos aparecen en varias antologías publicadas dentro y fuera del Ecuador.

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