POR: SONIA MANZANO.
Querida Piedad:
He terminado de leer Los olvidos de dios*, obra de tu fecunda y alta capacidad creativa, y he sentido ganas de gritar para librarme de ese asfixiante sentimiento de angustia que se fue acumulando a medida que leía cada uno de tus devastadores cuentos, todos ellos testimonios irrebatibles de las consecuencias trágicas que los representantes más vulnerables de la familia humana han sufrido a causa de un Dios que, en sus ratos de más grave desmemoria, pierde toda noción de que los tristes más tristes de la Tierra, también existen y que, por lo tanto, también deben ser tocados por su asistencia divina para que en algo se vean aliviados sus dolores ingentes que claman por soluciones urgentes.
Has logrado verbalizar, con una funcionalidad literaria de alcances universalistas, el dolor que te inspiran los «humillados y ofendidos», los «miserables» de este «mundo ancho y ajeno», y lo has hecho con desgarradora contundencia, poniendo tu dedo acusatorio en cada asunto temático de los que se integran en tu cuentario, todos ellos escogidos con ese poder selectivo que es el característico de aquellos escritores cuyo hondo sentido de la solidaridad humana los ha llevado a alinearse en la posición correcta frente al Arte y la Vida.
Cuadros pintados con una crudeza estremecedora, en los que se tornan audibles los lamentos de quienes históricamente han sido las víctimas sobre cuyas espaldas, dobladas por la desesperanza y la impotencia, ha descargado su látigo afilado y restallante ese verdugo de verdugos que no es otro que la ignominiosa y por demás aberrante » crueldad humana».
Ablaciones, discrímenes, segregaciones, ejecuciones sin fórmulas de juicio, violaciones de toda índole, crímenes sin nombres, y con ellos, desfilan por estos olvidos de Dios, trazados con la evidente intención de devolverle al Creador su capacidad de recordar a aquellos a quienes su memoria omnipotente borró dentro de sí, con la misma impunidad con la que los regímenes castrenses del cono sur, pocas décadas atrás, hacían desaparecer en el fondo del mar a jóvenes que no comulgaban con sus excesos dictatoriales.
Juan Montalvo alguna vez dijo que «si su pluma tuviera don de lágrimas hubiera escrito un libro sobre el indio». Tu pluma posee ese don al que se refería Montalvo, lo que se ve ampliamente confirmado por el llanto que es capaz de arrancarnos cada uno de los olvidos de Dios, a los que tú has puesto en franca y dramática evidencia mediante la aleación discursiva que has logrado mezclando, en dosis en lo absoluto medibles, la ira, la ternura, la piedad, y, ¿por qué no?, también la esperanza.
Considero a Los olvidos de Dios, tu libro consagratorio.
(*) Epílogo del libro de cuentos Los olvidos de Dios, de la guayaquileña Piedad Romo-Leroux Girón, publicado este mes por Báez Editores.