Los detectives salvajes y el destino de las vanguardias

“¿Sabes qué es lo peor de la literatura? Que uno acaba haciéndose amigo de los literatos. Y la amistad, aunque es un tesoro, acaba con el sentido crítico.” 

Los detectives salvajes – Roberto Bolaño

Cualquier persona que tenga algún interés en la narrativa latinoamericana de seguro ha escuchado hablar de Los detectives salvajes, o lo ha leído. Pero este proceso no es gratis. Primero viene una invasión de comentarios sobre el libro, que de una u otra manera llegan a oídos de este lector promedio, ya sea a través de amigos o de agentes externos (el internet, por ejemplo, y las innumerables citas de Bolaño que viven en ese pequeño mundo). Todos hemos visto este escenario: gente que cambia su nombre de usuario en redes sociales por personajes de la novela como Ulises Lima, Arturo Belano e incluso Cesárea Tinajero. Cada pequeña cosa va creando una atmósfera donde el lector cree más o menos ya saber de qué va el libro, pero aun así se le hace necesario leerlo. Hasta que sucede.
Los detectives salvajes, publicado en 1998 y ganador ese mismo año del premio Herralde y en 1999 del premio Rómulo Gallegos, es una novela altamente conocida por el contenido autobiográfico de su autor, Roberto Bolaño. Bajo el álter ego de Arturo Belano, Bolaño cumple un doble papel como uno de los personajes principales. Ocurre lo mismo con la casi totalidad de personajes dentro de la novela que tienen alguna carga biográfica.
Ambientada a fines de la década del 70, la novela narra cronológicamente (1975 – 1996) la vida de un grupo de poetas de vanguardia que se hacen llamar los realvisceralistas. Ese pequeño mundo de aspiraciones vanguardistas luego se vuelve común y hasta tedioso para los miembros que quedaron, una vez que los fundadores Arturo Belano y Ulises Lima abandonaron el grupo. En este extendido silencio que duró dos décadas, los realvisceralistas se enfrentan a problemas más ordinarios como el dinero y el tiempo, que a cada uno lo trató de manera distinta (unos mueren, otros viajan y otros se vuelven indiferentes). Pero la adversidad más grande a la que se enfrentan los realvisceralistas es el olvido. Esta puede ser la primera muerte de la vanguardia.
La novela más adelante narra los años posteriores a la huida de Belano y Lima al desierto de Sonora, ubicado al norte de México, en busca de Cesárea Tinajero, una poeta de la vanguardia de los años 20 que para ellos tenía la valía suficiente como para convertirse en el símbolo de sus aspiraciones poéticas. Entonces la novela se bifurca. Belano y Lima, luego del encuentro con Tinajero, deciden viajar por todo el mundo mientras los realvisceralistas del DF continúan sin ellos.
Roberto Bolaño en esta novela hace un repaso del desarrollo de la vanguardia y de cómo el fracaso de los realvisceralistas se presenta como un reflejo ante el fracaso de todas las aspiraciones vanguardistas existentes. Tomándolo desde el ángulo de la ironía, Bolaño expone el estado interno de este grupo e incluso cómo son vistos desde afuera, rebajando el duelo poético a una realidad más huérfana y quizás más auténtica.

“¡Me escuchaban! Mas yo no hablaba el gíglico y los pobres niños eran incapaces de abandonar su jerga. Los pobres niños abandonados. Porque esa era su situación: nadie los quería. O nadie los tomaba en serio. O a veces una tenía la impresión de que ellos se tomaban demasiado en serio.”

Este diálogo hace referencia a una amiga poeta de los realvisceralistas, de avanzada edad en comparación con ellos. Ese choque de generaciones y esa incomprensión —o hasta burla— por parte de los que estuvieron antes está presente en largos pasajes del libro. Esto hace que el enemigo natural de los realvisceralistas sea Octavio Paz, autor sobresaliente del canon de la época en que Bolaño escribió esta novela. Al igual que en la ficción, en la vida real Bolaño y sus compadres poetas también aborrecieron tanto la figura como la creación literaria de Paz.
Mario Vargas Llosa alguna vez comentó que Bolaño era bastante crítico con las generaciones inmediatamente anteriores a él. Según Vargas Llosa, era un comportamiento bastante sano, y además la única manera de que los hijos se liberen y alcancen su propia personalidad es matando a los padres. En este punto en especial parece que tanto Bolaño como sus personajes legitiman este comentario: decapitaron al padre y se prepararon un festín con sus huesos que duró varios años.
En las últimas páginas de la novela, Bolaño también trata de darle algún sentido de tregua a la discusión de las vanguardias y los “padres” e “hijos” que devienen de estos procesos. En una conversación entre Tinajero y un amigo suyo, llegan a la conclusión de que las vanguardias existentes son solo máscaras para llegar a donde de verdad quieren llegar: “a la modernidad, a la pinche modernidad”.
El final de los realvisceralistas no se distancia de la historia en común con otras vanguardias. El fin inevitable es la academia. Bolaño relata en su novela cómo un joven estudiante de la Universidad de Pachuca tiene como objetivo publicar un libro sobre los realvisceralistas. Los argumentos que este personaje cita para la publicación de dicho estudio son cuestiones estrechamente familiares con la realidad: “No es malo estudiar ciertos aspectos de nuestra poesía más rabiosamente moderna. De paso llevamos a Pachuca a los umbrales del siglo XXI (…) Yo creo que mi libro va a quedar bien. En el peor de los casos voy a traer la modernidad a Pachuca.”
De esa forma se comienza a generar un nuevo canon, proceso que queda en suspenso dentro de la ficción del libro. Hasta que el tiempo pasó y los poetas desperados se hicieron de carne y hueso, uno se llamó Roberto Bolaño y el otro, Mario Santiago Papasquiaro. Bolaño en sus últimos años de vida, y aún más después de su muerte, se posicionó como uno de los referentes de la literatura hispanoamericana. Papasquiaro murió casi en el olvido y su nombre ahora se vuelve a recordar a través de publicaciones póstumas y homenajes. Además, ahora su poesía renace en editoriales cartoneras a las que les dejó varios de sus textos para que sean publicados. Al final, la vanguardia se vuelve tradición y canon y quizás sus aspiraciones radicales solo pueden habitar dentro del pequeño mundo de sus consumidores más entusiastas.

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