Lo que se muestra y lo que se esconde

La niña le dice a la mamá: “Mami, pareces Dios”. Y el párrafo continúa así: “La madre respondía ¿Por qué, mijita? Y la niña: Es que yo te hablo y te hablo y tú no me contestas”. Todas las veces que paso por esas líneas del cuento “La diestra y la siniestra”, pienso en los mecanismos detrás de una frase infantil que muchos celebran con risas o con extrañezas. Se me ocurre que siempre sucede eso con los primeros libros: uno no sabe cómo reaccionar, como lector, ante ese enfrentamiento cuerpo –a-cuerpo con lo que alguien ha creado. Al menos no de entrada,  sobre todo porque no hay más universo que ese y uno quizás trata de establecer el diálogo de la manera más coherente posible, porque un primer libro es como un niño pequeño, y uno debe ayudarlo a crecer, ¿no?
Esto no significa que hay que mirar con condescencia a estos libros iniciales. En realidad lo que estoy queriendo decir es que, tal como hace María Auxiliadora Balladares con todos los personajes de los cuentos de Las vergüenzas (Antropófago, 2013), estos primeros libros deben y tienen que ser leídos con toda la sospecha del mundo; porque esa niña que acusa, en un chispazo de genialidad, a su madre de ser como Dios, es la misma que más adelante nos va a quitar el aliento con un gesto que no vemos, pero creemos saber hacia dónde va.
Las vergüenzas es un conjunto de 10 cuentos en los que lo escrito nos pone en contacto con algo mucho más terrible de lo que parece (no en el sentido evidente del término, pero sí en la carga afectiva que pesa sobre sus personajes). Son cuentos que van desde la anécdota de un delito que resulta risible (como en “Jamón serrano”), hasta la elucubración de aquello que daña, va a dañar o ha dañado a otros (como en “Parricidio” o en “Yo   BSC”). Pasamos por esos secretos que terminan por armar el rompecabezas (ojo con “En el sótano”) y llegamos a la certeza de que en ese otro que ignoramos hay una historia poderosa que contar (“Krysten” quizás sea lo mejor de la colección).
También hay espacio para la literatura como eje de algunos relatos, desde luego. Hay cierta necesidad contemporánea de hacer de lo literario objeto y sujeto al mismo tiempo. ¡Bah! No es nada nuevo, y la referencia a Vila-Matas en medio de un juego de dos cuentos (“Tres” y “Las invasiones del doctor Pasavento”) nos ayuda a entender que ahora más que nunca es la misma escritura/lectura/literatura la que se sostiene a sí misma, como un acto de resistencia (en otro momento valdría la pena indagar si es necesario eso o no. Ahora no). No es un problema que los personajes de un cuento lean o sean expertos en libros o estudiosos o pensadores; quizás sucede que estamos en un momento muy particular y estas obsesiones son las que tratan de revalidar la experiencia literaria. La obsesión es necesaria para acercanos a la literatura.
En fin, uno trata de no mostrar aquello que lo avergüenza. Es natural. Y en ese intento por cerrar las puertas de lo que preferimos no evidenciar es que se crea el relato vital. La tensión está ahí. Y esa sí es una palabra que vale la pena aplicar al hablar de esta colección de cuentos: tensión. En Las vergüenzas estamos ante un constante tira y afloja, un juego dual de ver y no ver, de hacer y no hacer, y al leer los relatos que lo integran formamos parte de la misma dinámica: somos vigilantes de la tensión, somos jueces y nos condenamos.  
Y sospechamos, mucho.

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