La perversión o el lenguaje desnudo

POR: MÓNICA OJEDA.
I
Como señala Élisabeth Roudinesco en Nuestro lado oscuro, la palabra “perverso” viene del latín perversitas y perversus, participio pasado de pervertere, que significa “volver al revés, volcar, invertir, pero también erosionar, desordenar, cometer extravagancias” (2009: 11). Perverso es aquel que sufre de perversitas: un volcado, un invertido, un erosionado, un desordenado, un extravagante, y por ello su vida, por demás inenarrable, no tiene lugar alguno dentro del espacio público —su sitio es el escondrijo, la oscuridad, el velo. En tanto que no sirve de ejemplo y, por el contrario, responde a la negación de los valores que representan a una sociedad, el perverso simboliza la enfermedad, la corrupción de un modelo de conducta aspiracional. La perversión, como bien escribió Julia Kristeva (2006: 25), está emparentada con la abyección puesto que ambas desvían la norma: la abyección es inmoral y su terreno es el de la suciedad, el de lo físico/fisiológico en su faceta más descarnada, el de los límites de nuestra humanidad. Lo abyecto arrastra al hombre hacia lo animal y de allí que nos horrorice y nos repugne, pero también que nos atraiga porque es la negación de nuestra representación: es misterio y enigma. Nunca somos más conscientes de nuestra humanidad y de nuestra corporalidad que cuando enfrentamos lo abyecto, esa zona a la que el cuerpo puede caer de un momento a otro. Para alejarlo del abismo lo educamos y lo normamos, pero el perverso no teme caer en la abyección, sino que desea cruzar el límite, la frontera, y sentir el vértigo.
II
El goce hace de lo abyecto algo sublime, pero también lo hace la culpa o la necesidad de expiación: así el arte puede dignificar lo repulsivo de la misma manera que Edipo se dignifica —a pesar de su caída en una humanidad abyecta— por medio del sufrimiento y de la automutilación.
III
De la misma manera que la perversión y la abyección, la literatura burla la ley/lengua y busca indagar en los quiebres de lo interdicto. La transgresión sólo puede existir cuando es perpetrada por sujetos inmersos en un sistema moral: sin una o varias prohibiciones ésta sería inconcebible, así como la pornografía no puede entenderse sin su categoría dignificadora: el erotismo. Por lo tanto, la noción de lo perverso y de lo abyecto nos permite dibujar los valores de nuestra sociedad y, a la vez, ponerlos en duda. Hoy en día llamamos “parafilia” a lo que antes designábamos como “perversión”, pero las implicaciones de ambas palabras son similares: las dos significan “desviación”1.
[Renombrar, a veces, es recubrir.]
Algo similar ocurre con erotismo y pornografía: La insistencia en diferenciar ambos términos se origina en la necesidad de separar el horror que, en palabras de Kristeva, produce lo obsceno y lo abyecto del cuerpo y su lugar en el mundo, de la imagen idealizada que levantamos de él: “…lo abyecto no tiene más que una cualidad, la de oponerse al yo” (2006: 8). La pornografía es la negación de la sexualidad institucional, de los valores y normas de conducta, es inmanencia, nos arrastra hacia lo telúrico, hacia lo animal; y el erotismo, en cambio, nos afirma como sujetos sexuales a través de la trascendencia de nuestros deseos. “No es la ausencia de limpieza o de salud lo que vuelve abyecto, sino aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los lugares, las reglas. La complicidad, lo ambiguo, lo mixto” (Kristeva 2006: 11). En otras palabras, si lo erótico, además de transgredir discursos, insiste en mostrar lo abyecto y lo obsceno de la sexualidad, esto es, lo ctónico, y recrea con desparpajo situaciones inmorales que nos remitan a nuestra animalidad, fácilmente puede ser catalogado como pornografía.
[Renombrar, a veces, es descubrir.]
IV
Uno de los escritores del siglo XX que pensó en lo erótico y en sus implicaciones fue Bataille, autor de varios ensayos entre los que se encuentran La literatura y el mal (1957), El erotismo (1957) y Las lágrimas de Eros (1961). En El erotismo Bataille reflexiona sobre lo profano, lo prohibido, lo sagrado que hay en lo erótico desde una perspectiva mucho más amplia que incluye también a lo pornográfico. Para él el erotismo es transgresión —sólo a través de ésta se puede acceder al placer—, violación, quiebre del ser discontinuo, enfrentamiento al horror y a la muerte; por eso considera que Sade es erótico por excelencia y, al hacerlo, vacía el término de las características morales positivas que se le suelen atribuir.

Lo que está en juego en el erotismo es siempre una disolución de las formas constituidas. Repito: una disolución de esas formas de vida social, regular, que fundamentan el orden discontinuo de las individualidades que somos.2

En tanto que para Bataille el erotismo perturba y altera, el término adquiere en su ensayo las características esenciales de la pornografía. En su poética no existe una distinción de lo erótico y de lo pornográfico: lo primero recoge a lo segundo porque anida una tensión entre el mundo racional humano y el mundo de la violencia natural. Bataille no concibe el erotismo como la sublimación del placer ni de la sexualidad, sino más bien como el espacio en donde lo profano, es decir, lo prohibido, nos lleva a indagar en lo sagrado, que es el objeto de prohibición, para lanzarnos al mundo de las transgresiones.
V
En Latinoamérica la mejor literatura erótica ha estado contaminada siempre por lo pornográfico como sitio de desafío y de articulación del verbo prohibido. Es fácil pensar, por ejemplo, en la perversión como resultado del desocultamiento en la novela de Armonía Somers, La mujer desnuda(1950), y en el relato “La señal” (1965) de Inés Arredondo. En La mujer desnuda, Rebeca Linke se corta la cabeza el día de su cumpleaños, se la pega de vuelta al cuello y sale desnuda a pasear por un pequeño pueblo conservador y férreamente católico. Su desnudez deviene perversa porque provoca una transformación en quienes la ven, una excitación exacerbada que incomoda y que perturba al momento de exponer la vergüenza al cuerpo.

Por culpa de la mujer se había descubierto cada uno a sí mismo, y esa revelación es de las que no se perdonan, al menos cuando hay algo más que tierra bajo la piedra. Ella era libre para su propio desnudo, en eso no iban a surgir discusiones. Pero la libertad individual del acto en sí arrastraba a cada cual a pensar en la imposibilidad de la suya. (Somers 1950: 77)

El desafío a la restricción del vestido como forma de ocultamiento también es uno de los temas centrales de “La señal” de Inés Arredondo: este relato cuenta la historia de Pedro —no podemos pasar por alto la referencia bíblica—que entra a una iglesia y es interpelado por un hombre que le pide permiso para besarle los pies. La perversión y el erotismo se fusionan en el momento del beso cuando el protagonista confiesa pensar en una “aberración” y cuando Pedro toma conciencia de su propia vergüenza frente a sus pies desnudos:

Los pies tenían una apariencia tan inocente, eran como los de todo el mundo, pero estaban llagados y él sólo lo sabía. Tenía que mirarlos, tenía que ponerse los calcetines, los zapatos… Ahora le parecía que en eso residía su mayor vergüenza, en no poder ir descalzo, sin ocultar, fiel. (Arredondo 2001)

El paralelismo entre desnudez y perversión se encuentra en la inversión de la conducta normativa y la insistencia en hacer de lo privado un asunto público porque, al fin y al cabo, lo es. Somers y Arredondo demuestran que desde el principio —fueron de las primeras escritoras latinoamericanas que se atrevieron a escribir narrativa erótica— hubo un interés en usar este género para crear una crítica política de la representación de los cuerpos y de hacerlo incluyendo rasgos pornográficos.
VI
La literatura erótica que explora el deseo en sus zonas más oscuras y perversas es pornográfica. En ella la sexualidad desviada, el “amor incorrecto”, se muestra, se sube al escenario y se vuelve tema narrativo. Esto quiere decir que intenta desnudar, pero no sólo eso, sino que busca dotar al silencio de palabras, crear un lenguaje que exprese lo abyecto desde el goce y desde la repugnancia como posible lugar de placer: extender la mirada hacia otros túneles. Este lenguaje, por supuesto, es pornográfico en cuanto dice lo que no puede decirse y elabora el discurso de lo que no debe tener discurso, ni representatividad, con el fin de desafiar la inefabilidad del placer perverso.
Y en eso consiste su reto literario.
***
1.- El primer libro dedicado al estudio de las perversiones sexuales fue escrito por el psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing: Psycopathia Sexualis (1886).
2.- Bataille, Georges. El erotismo. Barcelona: Tusquets, 1997. PDF. Web. 15 de diciembre de 2013.
Arredondo, Inés. Cuentos completos. Edición electrónica. México D.F.: Fondo de
Cultura Económica, 2012.
Bataille, Georges. El erotismo. 1957. Barcelona: Tusquets, 1997.
Kristeva, Julia. Poderes de la perversión. 1980. México, D.F.: Siglo Veintiuno
Editores, 2006.
Roudinesco, Elisabeth. Nuestro lado oscuro. 2007. Barcelona: Anagrama, 2009.
Somers, Armonía. La mujer desnuda. 1950. Buenos Aires: El Cuenco de Plata, 2009.

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