POR: JAVIER MARURI.
Esta novela del escritor turco Orhan Pamuk nos traslada a la Estambul del siglo XVI para presentarnos una serie de eventos suscitados a partir del asesinato de un ilustrador (Maese Donoso), quien junto con otras tres personas (Aceituna, Cigüeña y Mariposa) trabajaba en los dibujos de un libro en que debía quedar plasmado el retrato del sultán, lo cual estaba prohibido por la ley islámica. El personaje llamado Negro, llegado a la ciudad tras doce años de ausencia, ocupa el lugar de aquél; en esos días intenta también recuperar a su antiguo amor, Seküre. A la resolución de estos dos conflictos, el idílico y el criminal, se encaminará toda la narración.
Con respecto a esto último es que el presente ensayo tomará cuerpo, es decir, la manera en que está constituida esa narración por la cual nos es referida la historia total. No hace falta avanzar mucho en la lectura para notar que esta novela presenta una característica determinante de toda su composición: la polifonía narrativa.
Conocemos este concepto principalmente por el aporte del escritor ruso Mijail Bajtin, quien desarrolló una teoría literaria condicionada a una teoría del discurso. Él creía que la novela —al menos aquella que denominaba dialógica— era un reflejo de la dinámica social y sus relaciones comunicativas, razón por la cual era susceptible de encontrarse en ella una multiplicidad de voces:
Como ocurre en la vida real, los personajes se presentan a sí mismos con sus actos y sus palabras, y, a la vez, ayudan a perfilar la imagen de los otros personajes al referirse a ellos en algún momento. Para reflejar objetivamente la realidad de las relaciones sociales no se precisa nada que no puedan ofrecer los personajes novelescos por sí solos.1
Esto es precisamente lo que sucede con Me llamo Rojo. Notamos que en esta novela no tiene cabida en ningún momento la presencia de un narrador omnisciente, o sea, de una voz ajena a la trama que nos relate todos los acontecimientos desde su posición privilegiada. Aquí más bien se nos presenta un conjunto de narradores-personajes que, de manera alternada, nos van refiriendo cada uno desde su ubicación intradiegética lo que acontece con ellos y en torno a ellos.
Esta técnica narrativa se ve reflejada en una muy específica elección de estructura formal: cada intervención, cada una de las voces narrativas se corresponde con uno de los capítulos de la novela. Las pistas evidentes para reconocer a quién corresponden en cada caso esas narraciones en primera persona las encontramos en esos paratextos que son los títulos de cada capítulo: “Me llamo Negro”, “Yo, Seküre”, “Soy vuestro Tío”, “Yo, Orhan”, etc.
Como sucede con la novela policíaca, el lector adquiere también la función de detective al tratar de ir desentrañando las pistas que se le presentan para descubrir quién es el asesino. En ese sentido, esa polifonía funciona también como una suerte de interrogatorio por el que cada personaje acude al ‘acto de lectura’ a rendir su versión. Si ahondamos un poco en la ficción notaremos que esa misión le es encargada al lector por el mismo occiso hacia el final del primer capítulo:
¿Quién es ese asesino por quien siento tal odio? ¿Por qué me mató de una manera tan inesperada? Deberíais sentir curiosidad por eso. ¿Decís que el mundo está lleno de asesinos miserables que no valen cuatro cuartos y que ha podido ser cualquiera de ellos? Entonces, os prevengo: tras mi muerte subyace una repugnante conspiración contra nuestra religión, nuestras tradiciones y nuestra manera de ver el mundo. Abrid los ojos y enteraos de por qué me mataron y por qué pueden mataros a vosotros cualquier día los enemigos del Islam y de la vida en la que creéis y vivís .2
Ya establecida la característica primordial concerniente a los puntos de vista narrativos, conviene observar de qué manera ayuda a fijar la temporalidad de todo el universo narrado. Encuentro, pues, que los capítulos se enlazan entre sí en virtud de dos relaciones preponderantes: prosecución y simultaneidad.
– Un capítulo se relaciona con otro con el fin de proseguir la narración en el punto de la historia en que se había quedado, pero, obviamente, desde la perspectiva de otro de los personajes. Sírvanos de ejemplo el paso del capítulo 55 (“Me llaman Mariposa”) al 56 (“Me llaman Cigüeña”), que es cuando ya se ha iniciado la búsqueda del asesino de Maese Donoso:
(Final de capítulo) —Quien mejor puede saber quién ha pintado este caballo es Cigüeña —respondí—. Ese imbécil pagado de sí mismo va cada noche al café porque no sabe vivir sin los cotilleos de los ilustradores. Estoy seguro de que este caballo lo ha pintado Cigüeña.
(Inicio de capítulo) Mariposa y Negro llegaron a mitad de la noche, colocaron alineadas las pinturas en el suelo y me pidieron que les dijera quién había hecho cada ilustración .3
– Un capítulo se relaciona con otro que es simultáneo en virtud de que ambos atienden a hechos ocurridos más o menos en el mismo momento desde la perspectiva de diferentes personajes. Ubiquémonos en la cita de Negro y Seküre concertada por ella a través de una misiva: “De acuerdo. Te veré en la casa del Judío Ahorcado antes de la llamada a la oración de la tarde. Acaba cuanto antes el libro de mi padre”4 . Veremos que los capítulos 26 (“Yo, Seküre”) y 27 (“Me llamo Negro”) nos refieren dicho encuentro, pero estos dos son cronológicamente consecutivos el uno respecto al otro. Por otro lado, en los capítulos 28 (“Me llamarán Asesino”) y 29 (“Soy vuestro Tío”) se nos narra el asesinato del padre de Seküre, siendo que estos dos también son consecutivos. Pero sucede que, a pesar de transcurrir en lugares distintos, la reunión de los dos amantes y la muerte de Tío se producen al mismo tiempo.
Estos cambios constantes de perspectiva consiguen que la novela parezca más un universo dinámico y no una historia contada rectilíneamente de principio a fin. Cada vez que como lectores nos situamos frente a uno de los personajes recogemos de él no sólo su porción de hechos significativos, sino también su postura, sus sentimientos, su vivencia personal, aspectos que inmediatamente adquieren relevancia propia por estar comunicados sin la intermediación de una voz superior y ajena a lo narrado.
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1.VIÑAS PIQUER, DAVID. Historia de la crítica literaria. 2ª ed., Barcelona, Ariel, 2007, p. 459
2.PAMUK, ORHAN. Me llamo Rojo. Buenos Aires, Alfaguara, 2006, p. 10
3.Ibíd., pp. 546-548
4.Ibíd., p. 209