Feria del libro + Estado = Estado

La cuarta edición de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil (FIL-Gye), que debía ser realizada el próximo octubre, fue cancelada por el Ministerio de Cultura y Patrimonio, su organizador y principal inversor.  Esta decisión, que no ha sido debidamente anunciada ni explicada, fue tomada en medio del largo proceso interno por llevar a cabo la feria.
Hasta el momento de publicación de esta nota se desconocen los motivos de tal resolución. Paco Velasco, ministro de Cultura, no respondió nuestros emails; y tampoco hemos podido comunicarnos con la directora provincial de Cultura, Karina León. Sin embargo, el CM de la página oficial en Facebook del Ministerio de Cultura nos respondió por mensaje, ante la interrogante de por qué se había cancelado la feria, diciendo que “al momento existe una reorganización en cuanto al tema financiero. Es cuanto podemos decirte”.
El eufemismo con el que respondieron podría cubrir desde inoperancia hasta un velado desinterés por invertir en cultura. Fernando Naranjo, quien ejerció de director provincial de Cultura antes de Karina León, mencionó que prefiere pensar que esta decisión “se basa en la falta de presupuesto y en que el nuevo ministro de Cultura no ha sido debidamente informado de lo imprescindible que es este evento a todo nivel ciudadano para Guayaquil y su área de influencia, que abarca a más de seis provincias aledañas”.
Pero Naranjo también dijo que “el discurso que están usando desde Quito para no apoyar la feria de Guayaquil es que la asistencia no la justifica. Nuestra feria recibió el año pasado treinta y dos mil visitantes, diez mil más que el año 2011. Si fuese cierto esa penosa realidad, no es cancelándola como van a fomentar la lectura”. El argumento de la reorganización financiera debería incluir, entonces, la autonomía de las direcciones provinciales, ya que, según Naranjo, “todos los aspectos financieros de ediciones pasadas se controlaron desde Quito”.
Parafraseando a la crítica argentina Marta Traba, cuando se refería a la Revolución Cubana, un gobierno que le otorga al Estado el monopolio de la cultura, entre muchos otros, es un gobierno para el que la presencia de ésta no es necesaria ni tolerable. Es decir, se sigue pensando que la cultura es hija de la Revolución; por lo tanto, debe servir al plan moral de esta entelequia de lo estable y permanente por excelencia. Además, un gobierno que impide que la gente se perjudique y que determina el consumo del cuerpo humano, fácilmente puede pasar a controlar los libros y las ideas.
Cabe recordar que una izquierda triunfal en el ámbito de la cultura no ha dado buenos efectos. El año pasado escribí en Gkillcity.com una síntesis de la FIL, en la que se notó un interés especial por difundir un mensaje político, a pesar de que se veían ligeras mejoras con respecto de anteriores ediciones y todo parecía indicar que este año se superarían esos resultados.
Tal vez una feria del libro no debería ser un asunto estatal sino privado, como en Lima, por ejemplo, aunque allá tienen sus propios problemas relacionados con el poder y la corrupción. Por otro lado, la Expolibro del Municipio nunca agradó del todo, y ahora ha desaparecido con un mensaje terrible dejado en su página web.
Cuando se escucha la palabra “cultura” no hay que sacar el revólver, como decía Göring, ni la billetera, como se suele bromear, simplemente porque la cultura no necesita ser protegida ni subvencionada ni promovida. La cultura es indestructible. Esto lo explica, de forma muy bella, Guillermo Piro en una de sus columnas en el diario Perfil. Sumarle cualquier cosa a la cultura (o a la literatura, en menor grado) es convertirla en enfermedad; de ahí el título de esta nota, que parafrasea el de una conferencia de Roberto Bolaño.
Este año no tendremos una feria del libro en la ciudad pero sí tenemos una gran cantidad de personas dedicadas a esta pasión por la literatura y la cultura escrita. Quienes mejor pueden opinar sobre la necesidad de tener una feria, o una campaña adecuada de lectura, son ellos, quienes ya cultivan en la ciudadanía su interés sin que el gobierno se los haya pedido.
Eduardo Varas (escritor): ¿Somos un país para, al menos, tener este espectáculo de libros? Si no respondemos a esa pregunta, no servirá de nada hacer o no hacer ferias. Quizás todos esos recursos que se estarían reteniendo al no hacer esta feria (creo que tampoco, en ese caso, se debería hacer la de Quito) deberían ser destinados a una verdadera política de distribución de literatura (que el Ministerio auspicie librerías en todo el país, para saber lo que se hace en todas las ciudades) o en la creación de un verdadero fondo editorial, más allá de las «necesidades políticas» de revivir a Alfaro en cada libro que salga. Espero que sea el vehículo de algo mucho más pertinente y necesario para Ecuador.
Mónica Varea (librera, propietaria de Rayuela): La iniciativa del Ministerio de Cultura de organizar la feria en Guayaquil fue estupenda, el primer año estuvimos felices, duró cinco días y a todos nos fue bien. El segundo año la feria ya fue muy larga, fuimos con todo el ánimo del mundo y regresamos comiéndonos la camiseta. Creo que muchísima gente no se enteró de que la feria se llevaba a cabo. Fue muy triste, hubo mucho desperdicio de energía. El tercer año me sorprendió enterarme de que ¡la comunicación se manejaba desde Quito!
Creo que uno debe hacer lo que sabe hacer, lo que puede hacer bien. Me parece bien que si el nuevo Ministro no está seguro del éxito de la feria, mejor que la suspenda. Creo que tenemos que ubicarnos en el tiempo y en el espacio, comprender que todavía no tenemos el nivel de una feria internacional y empezar a trabajar para lograrlo algún día. Creo que funcionaría bien una feria del libro de cinco días, con eventos a partir de las 19h00, y con cuatro o máximo seis invitados internacionales.
Cecilia Ansaldo (crítica literaria y docente): Sin conocer las razones del cierre de la iniciativa del gobierno de mantener la FIL en Guayaquil, debo lamentarlo. La vida del libro y la incentivación de la capacidad lectora de la población es un imperativo de toda sociedad desarrollada. Basta mirar alrededor: Bogotá, Lima, La Habana, Santiago, Buenos Aires, Guadalajara, tienen Ferias de Libro que se mantienen y se incrementan año a año. Que no haya salido bien -cada año recogemos las insatisfacciones y las críticas a esa cita en el mes de octubre- no quiere decir que se cancele; todo lo contrario, debería desafiar a que se mejore, a que se anuncie con mucha anticipación, a que se diseñen campañas para crear expectativa, a que se den reales facilidades para promover y ofrecer libros a la comunidad. La decisión empobrece el panorama de los libros en la ciudad, reducido en materia de trabajo editorial. Y precisamente ayer (25 de julio), el presidente de la República mencionó con satisfacción cuánto hace el gobierno por Guayaquil; debió decir que nos entregaba, también, una gran feria de libros.
Cristian Cortez (dramaturgo y libretista): La decisión de cancelarla es lamentable, se trataba de un espacio muy importante para la exposición de los trabajos de nuestros escritores, para la difusión de su obra, y para acercarlos a los lectores de todos los niveles.
Adelaida Jaramillo (directora de palabra.lab): De la forma como se ha organizado la FIL-Gye, hasta yo estoy de acuerdo en que no haya feria. Una feria tiene que convocar, motivar, promover la lectura, agrupar nichos lectores de distintos estilos; al único que identifico que lograron formar fue al de ciencia ficción, pero así como se hizo eso, se podría hacer más. Pensar que se va a hacer leer a todo Guayaquil es absurdo, pero que se logre unir a una ciudad con espacios dispersos es importante para que se fortalezca la idea de que la lectura es necesaria como parte de la formación del ser humano.
Luis Carlos Mussó (escritor y docente): Es el obsequio que se da al puerto (la eliminación de la FIL-Gye). Sabido es que las aportaciones de los contribuyentes del país van hacia los destinos centralizadores del gobierno. Por ejemplo, la feria más grande de Latinoamérica está no en el DF, sino en Guadalajara.  En el Ecuador no se apuesta por democratizar la cultura, sino por afincar un modelo vertical.
María Paulina Briones (directora de Casa Morada): No creo que el tema pase exclusivamente por el presupuesto sino por la conceptualización y el tiempo que se toma organizar una feria. A todo esto hay que sumarle el tema de los espacios. El Palacio de Cristal no funciona, el ruido es insoportable; el MAAC no convoca, no se ha utilizado el exterior del museo, que es muy agradable, y se ha hecho adentro, por el tema del clima, pero no funciona. La feria tendría que tener encuentros académicos y también talleres de creación. Podría tener un premio (de novela, ensayo, poesía, teatro), y podría haber un circuito de espacios (los teatros o los parques) para actividades paralelas. Todo esto, obviamente, implica un alto grado de planificación. La feria del libro no puede durar dos semanas, con una buena semana sería suficiente.
Nelson Bodero (integrante de la editorial Camareta Cartonera): Esto no me parece un motivo para desanimarse, la ciudad sabrá responder. Lo mejor que podemos hacer es amar nuestros propios espacios fuera de la institución. Si la feria desaparece, será un desacierto solo para una mayoría que prefiere farandulear antes que poner en escrito los proyectos de los que tanto alardea y casi nunca termina por concretar. Así que todo bien, no pasó nada. Leopoldo María Panero estaría agradecido.

Estaremos todos de acuerdo si digo, más allá de una preocupación estadística por el bajísimo índice de lectura, que en Guayaquil el acto de leer es discriminado. Esta afirmación propia de Twitter, pero no por eso menos cierta ni imprecisa, se extrae de esta crónica de José María León, una vez que se la ha limpiado del relato costumbrista que la rodea.

Una auténtica feria del libro no debería servir para que los lectores conozcan a los autores. Mejor: debería ser el lugar donde confluya, temporalmente, la cultura libre. Muy bien descrita por Gabriel Zaid, la cultura libre, que nace en el mundo comercial, «prospera en la animación y dispersión del diálogo y la lectura: las imprentas, librerías, editoriales, revistas, cafés, tertulias, salones, academias». Zaid advierte sobre los peligros de la burocracia, que desanima la creatividad: «Las estructuras jerárquicas se llevan mal con la libertad creadora. Tienden al centralismo y la hegemonía. Desconfían de las iniciativas que no se rigen by the book«. Guayaquil cuenta con un amplio número de microestructuras que andan sueltas; allí está el verdadero trabajo en favor de la cultura.

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