Esperando a Tizón

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Esperar es un arte con los ojos abiertos. Toda espera tiene algo de ahogo y también de salvación. Siete años de buceo no son nada. Una pierna de tiempo. Medio pulmón de historia. Un sexto libro. Para quienes conciben la escritura como territorio de la epifanía, Técnicas de iluminaciónviene a corroborar una sigilosa certidumbre que revoloteaba las letras españolas: Eloy Tizón es uno de los grandes. Ahí donde lo ven, tan con gafas y visionario. El autor nació en Madrid y en unos cuantos lugares más. Ha publicado esto y lo otro, pero casi no se acuerda. Da clases por ahí para aprender. Ha ganado y perdido. Se ha hecho joven. Fin de la biografía. Lo demás es vida. Es decir, prosa. Estamos ante alguien que nos muestra cómo cada palabra entonada en su lugar, o acaso musicalmente desplazada de su lugar, adquiere una capacidad reverberante. Tizón escribe con eco. Quizá por eso uno atiende a sus libros con una especie de trascendencia auditiva: sabiendo que todo milagro empieza en el oído y termina en la boca. Al leerlo se asiste no tanto al nacimiento de una historia como a la formación de un ritmo. De una respiración que será la palanca del cuento. El aliento que empañará un argumento a medias. Hay quien trae una historia y quien sale a buscarla. Tizón es de los segundos. Sus personajes se mueven al ritmo de sus preguntas, hasta toparse de bruces con el texto que los nombra.
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En uno de sus incesantes aforismos, sostuvo Valéry que la sintaxis es una facultad del alma. Eloy Tizón suscribe esta idea y, sobre todo, la ejerce. En su poética incluida en El arquero inmóvil, el autor señalaba la importancia de la voz como eje de la prosa. Sus cuentos no cuentan: cantan. No miran: parpadean. Voz, tacto y visión conforman la sinestesia subterránea que atraviesa toda su obra. En su centro parece despertar un personaje hablador que poco a poco absorbe la trama y captura al oyente. Antes de cumplir treinta, Tizón publicó un primer libro que se ha hecho legendario a costa de los siguientes. Se trata de un honor envenenado y de una sutil injusticia: su segundo libro de cuentos, Parpadeos, no tenía por ejemplo nada que envidiarle a Velocidad de los jardines, y sí quizás algunas cosas que enseñarle. Pero en Técnicas de iluminación, su sexto primer libro, el autor se supera y nos abruma de lenguaje, de cosquilla, de tristeza. Una tristeza rara, capaz de reírse de golpe, como una superviviente. O de bailar a ritmo de Walser, en un compás ternario de sujeto, verbo y revelación. Con esa convicción fanática de quien no quiere saber adónde va. Eloy Tizón camina, balbucea. Ser su contemporáneo es una suerte.

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