El terror de la obsesión

Despojada del habla típica de un escritor, Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) encuentra en la literatura la única forma de despojarse de personajes que la persiguen. De obsesiones amplias (fantasmas, terror, sexo entre hombres), no quebranta su rabiosa juventud, desde donde escribió su primera novela y de la que pasaron casi veinte años para que se reedite. Una mujer que podría ser la Pizarnik de la prosa. 
“Yo tenía veintiún años. No conocía a ningún escritor profesional ni había escritores en mi familia, no había asistido a ningún taller literario ni estudiaba letras. No era mi ambición, tampoco, escribir novelas. Tenía que contar la historia de los personajes que me hablaban y tenía que escribir mis obsesiones porque era una necesidad física. Sigue siendo igual, aunque ahora conozco a varios escritores”, dice  Mariana Enriquez en el prólogo a la reedición de lo que fue esa primera novela: Bajar es lo peor (Galerna, 2013).
Trabaja hace aproximadamente dieciocho años en periodismo, y antes de enrolarse en este oficio ya había escrito Bajar es lo peor. Con tan solo 21 años de edad trabajó una historia, cuajada en años de mucha turbulencia para Argentina. Está situada en los años 90 y teñida con la crudeza de un joven que se inicia en un mundo muñido de novedades; describe a personajes que se van a ver atraídos por las drogas más pesadas y las relaciones homosexuales. En ese momento fue considerada como la escritora más joven de Argentina.
Consultada muchas veces en distintos medios de comunicación por la formulación de la historia y sus métodos de composición, Enriquez siempre se corría de esos lugares, porque entendía su envergadura con el azar cuando le llegó el momento de publicar la historia.
“No solo no tenía intenciones de publicarla sino que no conocía a nadie en el medio. Mientras la escribía me puse a estudiar periodismo, así que como que no me puse a estudiar algo que tenga que ver con la literatura, aunque el periodismo este relacionado a la literatura. No lo estudiaba en ese sentido sino más bien para empezar a trabajar. Lo que pasó, en realidad, fue algo de las casualidades: mi amiga de ese momento, es hermana de Gabriela Cerruti (ahora legisladora, al frente del bloque parlamentario de Nuevo Encuentro) en ese momento trabajaba para el diario Página 12 y en ese tiempo estaban buscando una novela escrita por una persona joven. Ya habían lanzado una colección para jóvenes pero no tenían textos de ficción. Tenían un libro sobre los años sesenta, un libro de Enrique Symns. Entonces leyó mi novela primero, y creo que no le gustó, le pareció muy heavy o algo así, pero entendía que era una novela. Lo llevó a la editorial y decidieron publicarlo”.(1)
Enriquez, fiel a sus palabras, inició el camino de las letras más como una forma de poder sacar a los personajes de su cabeza y perderles el respeto a las venerables figuras del momento, que ni siquiera conocía ni había leído. Sumergirse en estas aguas sin mirar la distancia que llevaba de la orilla, sin temor a que sus gritos quedasen ahogados en el silencio, se paró en el podio de la narrativa con una historia que ultimó los pruritos estéticos de la academia (o la acamierda, como diría Fogwill). Mujer temible, ajena a los mercenarios de la tinta, escribe como se le antoja y no le gusta hacerlo frente a nadie ni que lean sus trabajos en pleno proceso de escritura. Escribe para ella y se horroriza al leerse. Además de Bajar es lo peor, escribió Cómo desaparecer completamente, Mitología celta, Los peligros de fumar en la cama, Chicos que vuelven, y su último trabajo: Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios. Un trabajo donde se embarcó a visitar cementerios solo por gusto, pero sin tener en mente que eso se convertiría en un libro. Solamente fue tomando nota en un cuaderno que llevaba consigo y allí pudo apreciar, por ejemplo, la relación que México tiene con la muerte y las ofrendas que le hacen, dejando atrás el ocultamiento y el miedo, para tomarla como parte de la vida a través de una relación familiar, casi rindiéndole una fiesta. En Argentina, en cambio, la muerte esta escondida en lo más profundo de las personas, oponiéndose a su existencia, haciendo todo para alejarla y dejarla sin nombre.
  
Compatible con los géneros populares, Enriquez admite sus obsesiones con el vampirismo, el sexo entre hombres, la belleza baudeleriana, la belleza “injuriada” de Rimbaud, la literatura fantástica, la de horror, los demonios y Keanu Reeves, entre otros temas. Su fuente de diversidad es una marca patente, al poder realizar la estructura de algunos personajes a través de inspiraciones en la música, como por ejemplo: Ian Astbury (vocalista de The Cult); Nick Cave, quien se caracteriza por un lirismo oscuro, por un interés hacia lo violento y lo erótico; Charlie Sexton, artista americano, próximo al rock and roll de los 50 y al blues y quien formó parte de los músicos de Bob Dylan.
Mariana Enriquez no asiste a lecturas en vivo, excepto que se lo pida un amigo. Con un acento bien marcado, no se permite ser loable con el camino que fue tomando lo masivo, en comparación a su juventud y los libros que podía leer, que formaban y siguen formando parte del acceso de una mayoría. Enfundada en una prosa de experiencias de jóvenes sórdidos, adscriptos a la droga, la nocturnidad y el sexo sucio, quizás se podría decir que mantiene en alto una bandera que pocos se animarían a sostener hoy en día en la literatura. La actualidad tiene a su Shirley Jackson.
“Fue en el baño, justamente, donde todo empezó de verdad. Marcela estaba mirándose fijamente al espejo, en la única parte donde realmente podía hacerlo, porque el resto estaba descascarado, sucio, o tenía declaraciones de amor imbéciles, o insultos de alguna pelea entre dos chicas rabiosas escritas con fibra o lápiz labial. Yo estaba con mi amiga Agustina: tratábamos de resolver una discusión que habíamos tenido más temprano. Parecía una discusión importante. Hasta que Marcela sacó de algún lado (el bolsillo, probablemente), una Gillette. Con rapidez exacta se cortó un prolijo tajo en la mejilla. La sangre tardó en brotar, pero cuando lo hizo fue casi a chorros, y le empapó el cuello y la camisa abotonada, como de monja, o de prolijo varón”.(2)
Notas:
1. Extracto de una entrevista realizada por el autor en mayo de 2014.
2. Cuento inédito: «Fin de curso». Revista Lamujerdemivida Nº 58.

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