El país que no amaba la lectura

Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte.
— Eugène Ionesco
I
Hace poco más de un año, Juan José Millás debatía sobre el término consumo cultural, a propósito del recorte que el gobierno español hacía al presupuesto cultural. Decía que el término lo ponía nervioso, que la denominación supone una contradicción: «O es consumo o es cultura». Millás se cuestiona si acaso cuando una persona lee un libro lo está consumiendo en la misma medida que consume energía eléctrica cuando enciende un bombillo. Si es así, ¿sería justo calificar como producto de consumo un congreso sobre la metáfora?
Millás no niega la característica contable de un libro: «Hay quien lo escribe, quien lo edita, quien lo distribuye (…) alguien que lo compra. Proporciona puestos de trabajo, genera actividad económica e influye en el PIB». Pero, afirma el escritor, todo eso es puro engaño en relación con los beneficios intangibles que proporciona su lectura. Así mismo, ver una película, escuchar música clásica, ir a una exposición de arte no son formas de consumo, sino formas de vida.
El escritor español concluye que no hay que darle a la cultura la categoría de «bien de consumo». Porque, entonces, estamos reduciendo la cultura a una categoría de lo prescindible. Avivando, de esta manera, el viejo debate entre lo útil e inútil de las manifestaciones artísticas de la cultura.
Nuccio Ordine, filósofo italiano, propone una reflexión en relación al mismo tema: la utilidad de lo que la sociedad contemporánea entiende como inútil. En su libro La utilidad de lo inútil, Ordine arremete contra el mundo utilitarista que considera que un martillo, un cuchillo o una llave inglesa son más importantes que una sinfonía, un poema o un cuadro; porque es fácil saber qué hacer con un utensilio, afirma, mientras que es difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte. 
Ordine considera útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores. Mientras que la lógica común considera inútil las cosas que no tienen un fin comercial o práctico, como la literatura. «El desafío es que el vivir coincida con lo que es bueno para todos y no únicamente con lo que creemos útil», afirma Fernando Balseca en un comentario al mismo libro.
En un país evidentemente utilitarista y mercantilista, hay que derrumbar los prejuicios que la sociedad tiene sobre las manifestaciones artísticas. Hay que recobrar el valor del escritor, del pintor, del actor, del artista en general, en una sociedad que lo considera un poco menos que un hippie mal vestido. Hay que reclamar más espacios para escribir sobre lo inútil, para defender manifestaciones poco prácticas. Por eso es necesario tratar, aunque Millás lo odie, la dicotomía: libros – consumo cultural, por eso es importante aprovechar los datos, estadísticas, números, para saber qué está leyendo, viendo, escuchando la gente para así reclamar, desde los diferentes espacios, las correcciones a las políticas públicas en relación al fomento a la pintura, a la danza, al teatro, a la lectura en el Ecuador. Impulsados por una profunda preocupación por lo poco que se lee, por lo poco que se va al teatro, por lo poco se reclaman los espacios artísticos en Ecuador.
Fotografía de Steve McCurry

II

En el mes de agosto del 2014, la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI), develó los resultados de una encuesta llamada «Encuesta latinoamericana de hábitos y prácticas culturales 2013«. Realizada por Latinobarómetro, fue una de las actividades preliminares del Observatorio Iberoamericano de la Cultura (OIBC), entidad creada en el marco de las reuniones iberoamericanas de Ministros de Cultura en España 2012 y Panamá 2013, debido a la importancia de disponer de mayor información sobre el acceso y la participación en actividades culturales de los sujetos de los diferentes países iberoamericanos.

La encuesta muestra información interesante sobre nuestros hábitos culturales:
Cine: Mientras el promedio de asistencia al cine en América Latina es del 35%. Costa Rica con un 51%, Argentina con un 48% y Ecuador con un 47% se cuentan entre los países que más fueron al cine en el 2013.
Teatro: El promedio de asistencia al teatro en América Latina fue del 12%, mientras Ecuador registra 13% de asistencia en el 2013. Los países que más fueron al teatro fueron Costa Rica y Uruguay con un 19%.
Lectura: El 38% de los ecuatorianos, según la encuesta, dijo haber leído por lo menos una vez en el 2013 por motivos profesionales o educativos, mientras que un 37% dice no leer por ocio, entretenimiento o interés. México, Costa Rica y Uruguay son los países donde la gente más lee, con índices de lectura superiores al 50% mientras que Ecuador, con un 44%, se sitúa por encima del promedio regional de lectura que es del 42%.
Libro: En relación al libro, Latinoamérica lee anualmente un promedio de 3,6 libros. Por encima de este valor se sitúa México con 6 libros y Uruguay con 5,4 libros leídos al año. Les siguen Argentina, Colombia y Brasil con un promedio de poco más de 4 libros por año. Ecuador, por otro lado, se encuentra por debajo del promedio de lectura regional con una media de 3 libros al año.
Si estas lecturas son correctas y dando por sentado que se puede cuantificar el denominado «consumo cultural», entonces, el índice de lectura en Ecuador aumentó en relación al 2012 en el que, según una encuesta de la CERLAC, se leía medio libro al año.
Pero, ¿cuál es la realidad del libro en nuestro país? ¿Muestran estos números lo que realmente leen los ecuatorianos? ¿Qué pasa con la calidad de lo que se está leyendo? 

Luis Carlos Mussó, escritor guayaquileño, se muestra cauteloso ante estas cifras. Afirma que el supuesto aumento en la cantidad de libros que lee un ecuatoriano no necesariamente significa algo bueno: «Quiero decir que ahora golpean a las puertas de todos (lectores o no) las maquinarias publicitarias de los editores de bestsellers (libros de autoayuda, esoterismo, etc.) y de esa manera, se cumple el ciclo que el marketing espera.» 

A este fenómeno mercantil lo acompaña la superficialidad con que se afronta la lectura: «No se teme a la lectura; los niños devoran libros y los adolescentes adquieren ejemplares de su saga preferida (¿de moda?) que suelen ser volúmenes de muchas páginas. Se puede investigar si la oferta es más variada, mayor. ¿Cómo averiguaríamos para revisar la calidad de lo que se lee (aunque el término calidad esté más emparentado con el mundo de los negocios)? ¿Aplicando una defensoría del lector?»
Mussó sugiere la creación de una defensoría del lector, es decir, un ente que regule la calidad de los libros que leen los ecuatorianos. Una labor tradicionalmente delegada a los críticos literarios que, se supone, deben ser el horizonte del lector en el mar de libros que se publican cada año. Pero nada de eso existe. No hay una defensoría del lector y los críticos, que sí existen, no cuentan con la tradición de publicar trabajos sobre crítica literaria. Pero, siendo honestos, si un ecuatoriano difícilmente lee una novela, mucho menos va a leer un libro que razone sobre una novela
Que se lea poco en Ecuador es un problema en el que todos tenemos responsabilidad. Desde el Estado, los gobiernos locales, las universidades, la editoriales, los gestores culturales, profesores, escritores e incluso los lectores formados. Cecilia Ansaldo, crítica literaria y catedrática guayaquileña, afirma que la poca lectura es un problema endémico. Un problema que inicia con un desapego del libro que comienza desde muy temprana edad y se extiende hasta la adultez. «No hay lectura en el hogar, los profesores de primaria y secundaria no trabajan lo suficiente por incentivar la lectura, una cierta frivolidad juvenil se expande hasta en las universidades donde los estudiantes resienten de los profesores que mandan mucha lectura».
Si nos centramos en lo local, Guayaquil, las noticias son aún más desalentadoras. Una noticia en diario El Telégrafo, muestra, parcialmente, los resultados de un estudio con grupos focales realizados en la ciudad por Ipsos Consultores, llamada: «Qué lee Guayaquil». La encuesta arrojó resultados alarmantes. Guayaquil no quiere una feria del libro. Quiere una «feria cultural divertida». Y, en relación a los hábitos de lectura, a los jóvenes guayaquileños les interesan libros como Bajo la misma estrella y sagas como las de Harry Potter, mientras que, en general, entre los libros más leídos están los de Paulo Coelho.
Guayaquil se quedó sin Feria del Libro desde el 2013 y sin Expolibro desde el 2012. Mientras el Ministerio de Cultura y Patrimonio declara: «Dado que Guayaquil espera otras cosas, también tenemos que esperar para satisfacer esa demanda». Como si se dieran por vencidos. Como diciendo, si Guayaquil quiere una farra cultural le daremos una farra cultural en la que invitaremos a Paulo Coelho para hacerlos bailar y luego llorar. ¿Hacia dónde se dirige la cultura artística en Guayaquil?
Fotografía de Steve McCurry
III
«Somos una sociedad perezosa o desinteresada por leer», dice Cecilia Ansaldo, «no tenemos ni una sola campaña de lectura que se haya emprendido con constancia; las iniciativas de ferias de libros han sido estériles en medio de errores y mala organización». En este marco, ¿cuál ha sido el papel del Estado en el fomento a la lectura en un país en el que las grandes mayorías son de niveles socioeconómicos bajos?
Por citar un caso, El 11 de febrero, mediante acuerdo ministerial 23-14, el Ministro de Educación, Augusto Espinosa, liquida el Sistema Nacional de Bibliotecas Camilo Gallegos Domínguez (SINAB) creado en 1986 y traspasa las más de 500 bibliotecas ya existentes al Ministerio de Cultura y Patrimonio sin un plan previo. El acuerdo dispone transitoriamente que el Ministerio de Educación seguirá a cargo de la administración de las bibliotecas hasta que se firme un acuerdo con el Ministerio de Cultura. Es decir, liquidan el SINAB pero lo siguen administrando porque no tuvieron un plan previo de traspaso con el Ministerio de Cultura. (Intentamos comunicarnos con el Ministerio de Cultura para pedir información actualizada sobre este tema; seguimos esperando una respuesta concreta).
Lo interesante de esta liquidación es que en la disposición transitoria del Acuerdo Ministerial 20-12 de enero del 2012 del Estatuto Orgánico de Gestión Organizacional por Procesos, el Ministerio de Educación determinaba que el SINAB seguiría cumpliendo sus funciones hasta que hayan sido creados todos los circuitos educativos interculturales y bilingües. La pregunta es, ¿ya se crearon todos los circuitos educativos para que hayan dado paso a la liquidación del SINAB? La respuesta es obvia: no. Bastión Popular, por ejemplo, un sector suburbano de Guayaquil, con una población de más de 80 mil habitantes, no cuenta con una biblioteca pública y tampoco existe una Unidad Educativa del Milenio, en las que se encuentran integradas las bibliotecas comunitarias.
Pero, ¿por qué fue tan malo que se cerrara el SINAB?
El SINAB elaboró, en el 2013, un programa denominado Plan Nacional de Lectura y Escritura (PNLE) «Ecuador, un país para leer», bajo la dirección de María Paulina Briones y elaborado por Pablo Larreátegui y Liliana Garcés. Estaba previsto para ser ejecutado desde el mes de febrero del 2014, el mismo mes que fue liquidado el SINAB.
El plan comprendía la creación de bibliotecas comunitarias, así como de clubes de lectura y escritura, cine-foros, concursos literarios, talleres de creación, talleres de cómics, bibliotecas virtuales, audio-bibliotecas. Programas como la mochila viajera, que consistía en llevar un kit de lectura a comunidades que no tuvieran acceso a los centros culturales o bibliotecas. En resumidas cuentas, el plan tenía mucho potencial.
El PNLE partía del hecho de que la lectura y la escritura debían ser entendidas como actividades que el sujeto realiza simultáneamente con otros procesos mentales y sociales que son determinantes en la compresión, y no como actividades aisladas de otros factores. En otras palabras, la lectura está relacionada íntimamente con la escritura y sirve como medio de comunicación, que faculta a las personas a ejercer sus derechos y expresar su creatividad, necesidades e ideas.
El plan de lectura y escritura había identificado un problema evidente: la gran mayoría de los ecuatorianos no tiene acceso a centros de documentación como bibliotecas y centros de acopio históricos. Lugares como las bibliotecas de las universidades de Quito y Guayaquil atienden a la población urbana, mientras que la población rural queda fuera del área de influencia. «Parece una locura, dice María Paulina Briones, que en el Ecuador del siglo XXI haya niños que no conozcan el libro como objeto físico, es decir, que haya niños que nunca hayan tomado un libro en sus manos».
¿Necesitamos de planes de fomento a la lectura y de la participación del Estado en estos?
Sí. La razón es una cuestión económica. El estado puede y debe invertir recursos en planes de fomento al consumo cultural. Aunque sea irónico que no exista en la Constitución ni en la Ley Orgánica de Educación Intercultural (LOEI) ninguna alusión a la lectura, a su fomento y motivación y menos que alguna institución deba generar planes de lectura y escritura en el Ecuador.
El problema de la escasa lectura en el Ecuador también es una cuestión socio-económica. La estadística del Observatorio Iberoamericano de la Cultura muestra que a mayor nivel socio-económico, es más frecuente la participación de los sujetos en eventos culturales. Así, en cine, más de las tres cuartas partes de la población encuestada con ingresos bajos (81%) no había acudido al cine en los últimos 12 meses. En teatro, el 86% de las personas con nivel socio-económico bajo nunca había asistido al teatro. En relación al libro, los datos indican que mientras un 62% de la población perteneciente a la clase baja admite no haber leído nunca un libro, los porcentajes se van reduciendo, llegando al 46% de personas de clase media y al 31% entre aquellos de niveles socio-económico altos (cifras regionales).
Mónica Ojeda, escritora y docente, se alinea a estas cifras y reclama la presencia del Estado con políticas públicas que permitan el acceso de los ciudadanos a un buen libro. Ojeda afirma que el nivel socio-económico impide a los ecuatorianos acercarse a una librería en donde los libros cuestan 15, 20 o 30 dólares. Además, afirma, en Ecuador «el acceso a libros de forma gratuita es complicado. Sólo las personas con cierto nivel económico pueden darse el lujo de armarse una biblioteca personal, el resto puede que no vaya a abrir un libro en años porque el Estado no se ha encargado aún de levantar un sistema de bibliotecas públicas eficiente y bien surtido. Pienso que si tenemos un problema de lectura, como muchos afirman, se debe, entre otros factores, a la inaccesibilidad. ¿Cómo voy a ser un lector si no puedo entrar en algún sitio a curiosear y a decidir qué es lo que me interesa leer? ¿Cómo voy a aventurarme a leer cosas distintas si no tengo opciones?»
En Ecuador se lee poco, afirma Ojeda, no por apatía generalizada, sino por una cuestión socio-económica que convierte a la lectura en una actividad de clase media dentro de un país donde los índices de pobreza son altos: «Tenemos un salario básico que no cubre la canasta básica, como quieren hacernos creer. No gozamos de una red de bibliotecas públicas que garanticen el derecho a la igualdad de oportunidades en materia de educación. Las personas tienen necesidades apremiantes y comprar un libro es un lujo, pagar un servicio de Internet es un lujo. El responsable de esta situación es el Estado, que es la entidad que debería encargarse de reducir estas brechas. La gestión cultural es algo fundamental, sí: que las editoriales, los centros culturales y las universidades se involucren me parece genial. Pero la realidad es que estos eventos podrán despertar la curiosidad de un potencial lector siempre y cuando pueda comprarse un libro o acceder a internet o tenga cierta tranquilidad laboral y económica y, además, el tiempo. Quiero decir: sobrevivir es más importante que leer«.
Solo se necesita indagar superficialmente en lugares como Bastión Popular, donde el 90% de las personas que viven en este sector son de un nivel socioeconómico bajo, para saber que la lectura no está en sus prioridades de consumo. Que 354 dólares (salario mínimo en Ecuador) son insuficientes para pagar las planillas de servicios básicos, la comida, educación, salud, vestimenta y además de eso, comprar un libro.
No hemos hecho lo suficiente, afirma Luis Carlos Mussó. Hay múltiples discusiones sobre las verdaderas razones por las que los ecuatorianos no leen. Unos se inclinan a pensar en argumentos económicos, en la tan mentada batalla entre la imagen y la palabra impresa, en que las prioridades no son las de la lectura. Algunos argumentos pueden ser incluso rebatidos: hay dinero para el consumo de diarios y revistas, para objetos suntuarios y de diversión, así que se puede pensar en direccionar esos recursos, afirma Mussó. «Se lee poco, esa es la realidad. Y somos responsables todos los eslabones de esa cadena editorial: desde los autores, pasando por el Estado, los editores, libreros, publicistas, lectores. No hemos hecho lo suficiente. O lo hemos hecho mal en materia de educación: es visible aquello en lo que nos han convertido, como colectivo, tanto los años de escuela como los de recibir la educación de los mass media. Desde el Estado y desde la iniciativa privada, las políticas deberían aglutinar el esfuerzo de los actores más sagaces. Pero las campañas han tenido frutos modestos: hay algo en el terreno que parece no acoger la semilla.»
IV
«En Guayaquil no pasa nada. Todo sucede en Quito». Un lugar común al que mucha gente acude cuando quiere graficar la cultura artística en la ciudad. Pero, ¿es verdad? ¿no pasa nada en Guayaquil? (Solo como referencia, en el mes de noviembre, en el marco del III Festival Internacional Desembarco Poético, se canceló, a último momento, una charla en la que participaban el poeta Ernesto Carrión y el escritor ibarreño Huilo Ruales, porque no había público. Entonces sí, sí pasan cosas culturales en Guayaquil.)
I encuentro de GCIG
Nombrar a todos los gestores culturales, los espacios, festivales y encuentros que sucedieron este año en Guayaquil sería improductivo. Pero es importante mencionar a la red de Gestores Culturales Independientes de Guayaquil (GCIG) que cuenta con más de 36 miembros entre personas y colectivos culturales dedicados a fomentar la cultura artística en la ciudad. La red cuenta con líneas de trabajo que van desde el fomento o creación de políticas públicas en torno a la cultura artística en el país y muy específicamente en la ciudad, hasta la gestión de espacios y público partiendo del hecho que la improvisación y el eventismo no han traído bienestar y que trabajar aislados no los va llevar a ningún lado.
Cada uno de estos gestores y espacios cuenta con una programación permanente durante todo el año. Muégano Teatro, Microteatro, La Casa Clandestina, Casa Fantoche, La Buseta, SUMA, La Garza Roja son sólo unos ejemplos de los colectivos que conforman esta red y una clara evidencia de que en Guayaquil sí hay cultura, sí hay fomento, pero, y todos estamos de acuerdo en esto, en Guayaquil no hay público.
Los gestores y espacios culturales parecen pelearse por el reducido público que consume cultura. Que al final del día son las mismas personas. ¿Dónde está el nuevo público? ¿Qué están haciendo los espacios culturales con trayectoria de la ciudad, el Estado para cambiar esta realidad? La programación de la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas, por ejemplo, no luce muy amigable para captar nuevos públicos: lectores, cinéfilos, jóvenes que vayan al teatro no porque sus profesores los obligan o porque las funciones sean gratuitas, sino porque en realidad les interesa lo que sucede con la cultura. Los museos de la ciudad no han podido llegar ni siquiera a las personas de las comunidades aledañas. Los habitantes del cerro Santa Ana hablan de «los muñecos viejos» cuando se les pregunta sobre los museos y exposiciones ubicados a unas cuantas cuadras de sus casas.
Pero existen propuestas independientes que, con pocos recursos, han logrado transformar la idiosincrasia de los guayaquileños de ciertas zonas de la ciudad. En Bastión Popular, por ejemplo, hay una pequeña biblioteca comunitaria que con más de quince años de continuo trabajo, brinda a la comunidad un servicio tan importante como es el acceso gratuito a un buen libro.
Biblioteca de la escuela Esperanza de Bastión
En la biblioteca, fundada por misioneros cristianos y parte de la Escuela Esperanza de Bastión que brinda educación gratuita a niños de zonas vulnerables en el noroeste de Guayaquil, las personas no sólo tienen acceso a títulos relacionados a la fe cristiana, sino que también encuentra libros sobre ciencias, humanidades y literatura en general. Desde los poemarios de Pablo Neruda, Antonio Machado y Walt Whitman, los cuentos y novelas de Jorge Luis Borges y Mario Vargas Llosa hasta las obras de Pablo Palacio y Joaquín Gallegos Lara. «Cuando llegamos al Ecuador observamos que no había una cultura de lectura entre la mayoría de las personas. Era fácil observar a las personas sentadas en transportes masivos mirando al vacío en lugar de tener un libro en la mano», dice Timothy Horne, fundador de la escuela.
Mauricio Montiel, joven de 25 años, vive en el bloque 6 de Bastión Popular. Montiel creció con la biblioteca. Él, estudiante universitario, resalta el papel que esta pequeña y muchas veces limitada iniciativa ha tenido en su educación y formación como persona.
Mauricio va a la biblioteca de la escuela Esperanza de Bastión a buscar libros relacionados con historia, debido a que su carrera universitaria se lo exige; pero, además, lee literatura universal porque quiere hacerlo. Montiel cree que los retos para la biblioteca son grandes: expandirse y abrirse más a la comunidad, crear un club de lectura para niños y adultos, para de esta forma garantizar la apertura del lugar a más personas de la comunidad, estos son algunos de los desafíos que tiene la escuela apunta Montiel. Aunque un club de lectura no necesariamente signifique el fomento a la lectura, como dice María Paulina Briones, ya que a los clubes de lectura van lectores formados. Pero es indudable que hay mucha gente del sector que va a la biblioteca porque sabe que puede prestar un libro sin costo alguno.
Escuela Esperanza de Bastión

La biblioteca asegura el acceso gratuito a obras literarias a personas en situación vulnerable. Esto sucede en Guayaquil, donde no pasa nada. ¿Qué tanto se podría lograr si en la ciudad y en barrios vulnerables existieran propuestas como la de la escuela Esperanza de Bastión y su biblioteca? ¿Cuántos jóvenes como Mauricio se verían beneficiados? ¿Cómo cambiaría el sector, la ciudad, la sociedad?

V

¿Para qué? ¿Por qué leer, escuchar música, ir al teatro, ver una película? ¿Por qué seguir insistiendo? Este video, Muertos de hambre, con una terrible carga románticona, hace una pregunta importante: «¿Sería nuestro mundo el mismo si nunca hubieran existido Neruda, Borges, Machado, Whitman?» Agreguen a la lista el nombre de su actor, cantante, escritor, músico, bailarín favorito y respondan. Necesitamos el arte, aunque esta no sirva para nada, necesitamos la lectura aunque esta no tenga un fin práctico.
Juan José Millás afirma que una persona verdaderamente peligrosa es la que un fin de semana se queda en casa leyendo. Esa persona es una bomba, dice, «ya que la realidad está hecha de palabras. Quien las domina tiene más capacidad de destrucción que un experto en explosivos. Si un grupo de lectores alcanzaran el tamaño de una masa crítica, terminarían generando un discurso más dañino que una bomba.»
La lectura es un pilar importante en el desarrollo psíquico, moral e intelectual de una persona, dice Cecilia Ansaldo. «Leer es apuntalar la capacidad de pensar, de analizar, de mirar críticamente la realidad. Si se quiere una masa pasiva, acrítica, seguidora de consignas, a los poderes –cualquier clase de ellos– no le interesará contribuir con la lectura», dice.
«La lectura nos da las herramientas para luchar por una libertad intelectual, para construirnos a nosotros mismos, para mirar más allá de nuestro entorno y de nuestros cómodos intereses, en fin, para pensar», dice Mónica Ojeda.
La lectura es importante porque es bella. Porque nos hace más sensibles. Porque procura placer, porque viajas a través del tiempo y del planeta. Porque emociona. Porque mejora la memoria. Porque informa. Porque estimula la imaginación y la duda. Porque agiliza el lenguaje y la escritura. Porque entretiene e instruye. Porque te ayuda a ser crítico de lo que estás leyendo. Por amor al cambio y la inteligencia. Por todo esto es importante, según algunos gestores, artistas y lectores de Guayaquil. Y porque también es importante razonar, aprender, disfrutar de las cosas que no sirven para nada.

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