Desvaríos por el desbarrancadero de la muerte

POR: KATHERINE MARTÍNEZ.

Fernando Vallejo nos traslada a la vida de los Rendón desde una visión retorcida y violenta tan propia como la de esta particular familia. Casi como una fotografía, la miseria anímica y económica de ésta familia de Medellín empieza a roer la historia tanto como al hermano mayor de Darío, el narrador, de quien se nos dice que es “el de la enfermedad de los maricas”.

La Loca y el Gran Guevón –madre y hermano respectivamente– son su máximo referente del asco, tan cercanos a la muerte en vida, porque ambos son culpables de los últimos años de soledad de papi, el gran patriarca de los Rendón, y de la de Darío que se haya agonizando tras cinco años largos de VIH.

Al igual que a Holden Caufield le hacía falta su hermanita Phoebe, y a Vega, de la novela El asco de Horacio Castellanos Moya, regresa a El Salvador porque le hace una promesa a su madre antes de morir, a éste personaje el único motivo por el que le toca regresar es su hermano Darío, para juntos poder pasar sus últimos días si no en paz, por lo menos equilibrados. Darío se convierte así en la representación del arraigamiento. De la excusa válida para regresar y la más efectiva para emprender un plan de fuga y no volver jamás. Darío es el ápice de afecto y confianza restante, el último trozo de amor familiar. La figura de Darío se transforma en símbolo del desvarío consciente del narrador.

Darío se enferma de VIH por alguna mala pasada del destino. En alguna de sus correrías con algún muchacho, según el narrador. Podría ser el jovencito de diecisiete años al que lo sacó del ejército. Darío cae víctima de una enfermedad sin retorno, sin arrepentimiento. Sin marcha atrás, Darío prefiere echarse la soga al cuello: le queda solo drogarse y emborracharse. Tarde o temprano va a morir. Su hermano que está en México decide regresar a Medellín para procurar de él y resignarse a verlo morir: […] “Y en mi desesperación a los gritos mandaba de un trancazo el caldo de pollo o de lo que fuera al diablo. Se rió. Y la risa le iluminó la cara, lo que le quedaba de cara. Nunca pensé que pudiera reírse la Muerte. Ahí estaba, la Muerte, en la hamaca, compenetrándose de él”. (Vallejo, 2001, 29).

En este fragmento se evidencia la aceptación y el reconocimiento del estado no sólo la enfermedad, sino de un destino que por fuerzas naturales no se puede revertir. Una dignidad romántica. Una aceptación adolescente pero necesaria. 

Darío durante toda la narración es un personaje del dolor, de la enfermedad, de lo ínfimo, de la etapa más vergonzosa, la que el ser humano no se quiere exhibir: la impotencia. Darío es el recuerdo vivo porque es el único referente de calor humano que el narrador reconoce como propio. Darío es el lazo familiar válido. La familia Rendón es un cuadro negro, de censura y de vergüenza para el narrador: […] “Yo no soy hijo de nadie. No reconozco la paternidad ni la maternidad de ninguno ni de ninguna. Yo soy hijo de mí mismo, de mi espíritu, pero como el espíritu es una elucubración de filósofos confundidores, entonces haga de cuenta usted un ventarrón…”. (Vallejo, 2001, 44).

Hay que ver a Darío como la memoria fugaz, como el hacinamiento afectivo. Como el desvarío como búsqueda de la realidad. Darío cree oír un pájaro que le hace gruac, gruac, gruac cerca de la ventana donde está su cama. O mejor dicho, en cualquier lado donde él esté, cree oír al ave. ¿Pero éste ave es solo un estado de alucinación producto de su enfermedad o es el portador de buenas nuevas?

En su suerte en la ficción, Darío es un ser cargado misticismo: es su propia muerte pero es la vida de su hermano. La existencia de este personaje, mucho más que paradójica, resulta vital, es sostén de la narración. Darío es la enfermedad que padece, todos sus últimos días son sus memorias y sus olvidos: […] “Darío había vivido tan egoístamente que le importaban un comino los vivos y los muertos. Y ahora que se iba a morir se empezaba a darse cuenta de que los vivos por más vivos que estemos al final nos morimos”. (Vallejo, 2001, 55).

Darío y su hermano son el vicio y la desmesura: […] “Viví, Darío. Fumá, tomá, pichá, que la vida es corta. La vida es para gastársela uno aquí y ahora, dijo Horacio, dijo Ovidio, digo yo”. (Vallejo, 2001, 48).  Pero también Darío es un personaje de carnaval, medieval, grotesco y retorcido al igual que La Loca. Son descritos con la misma fastuosidad, el mismo desenfreno, sin embargo son distintos. Darío puede ser el vicio encarnado pero hasta ahora es el único capaz de desligarse de sus genes, por su libertad, por su capacidad de tomar decisiones fuera del ala de la Loca. 

Todos los hermanos Rendón representan lo peor de la familia: la avaricia, lo solapado, la vagancia, mas Darío es el único ser con el que hay conexión real. Darío es una especie de factor unificador de la realidad del personaje narrador y la ficción que se crea a partir de él mismo. 

La novela de Fernando Vallejo recoge todo lo malo de una ciudad, de una familia nuclear, de un renegar constante. Es una parodia a las descripciones prolijas de las familias tradicionales de clase media alta, de la victimización de las familias pobres de algunas literaturas. El desbarrancadero es una historia desde el medio, narrada por una voz que no se halla ni siquiera en su propio eje.

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