Comentario sobre Aura, y breves datos sobre su autor Carlos Fuentes

POR: LIVINA SANTOS JARA.

El 16 de mayo de este año, el mundo hispanoamericano se vio conmovido ante la noticia de la muerte del escritor mexicano Carlos Fuentes. A sus 83 años, Fuentes gozaba de una intensa y activa  vida intelectual.       
Hijo de mexicanos y de padre diplomático, nació en Panamá en 1928 y vivió su infancia en diferentes países del continente americano.  A los 16 años se establece en México con su familia. Pese a que a lo largo de su vida continuó trasladándose por diferente países, adoptó la nacionalidad mexicana.
En su estancia en Quito, estudió en la Escuela Eugenio Espejo, y de adolescente entabló una entrañable aunque distante relación con Benjamín Carrión, a quien en alguna entrevista lo reconoció como su padrino, pues fue el primer lector de La región más transparente, su primera novela, que escribió a los 25 años y fue publicada cuando tenía 29.
Es uno de los más célebres representantes del boom latinoamericano. De los 11 a los 15 años vivió en Santiago de Chile, donde conoció a  José Donoso, quien más adelante creará al ficticio personaje ecuatoriano del boom latinoamericano, Marcelo Chiriboga, que Fuentes retomará para incorporarlo en una de sus novelas. Mucho más adelante, el periodista y escritor quiteño, Diego Cornejo, hará de este personaje ficticio, y siempre secundario, el principal de su novela Las segundas criaturas.
Fuentes es autor de una vasta obra que recorre los géneros de la novela, el cuento, el ensayo, teatro, guiones cinematográficos y hasta un libreto de ópera; así como  acreedor de innumerables  e importantísimos  premios internacionales.
Aura, novela publicada en 1962 y técnicamente lectura obligada para los estudiantes de secundaria, fue censurada en México en el año 2001 cuando la hija del Secretario del Trabajo de Gobierno del  entonces 
presidente Vicente Fox tuvo que leerla para el colegio. El 15 de mayo de ese año los diarios mexicanos no pasaron por alto la noticia: “A juicio del secretario  algunas partes de la novela eran inapropiadas para 
una estudiante del tercer año, por lo que pidió que se tomaran medidas contra la profesora de su hija Luz Carmen en el colegio de monjas Félix de Jesús Rougier.” La profesora fue despedida de inmediato. Las ventas de la novela, por otro lado, ascendieron de manera inaudita.
Algo similar ocurrió en Puerto Rico en 2009.
De Aura se ha dicho demasiado. Y decimos demasiado porque hemos recibido del propio autor el camino inicial y los caminos del proceso que lo condujeron a la narrativa de esta cautivadora novela. Sin embargo, volver sobre sus líneas será siempre una invitación a retomar nuevos intentos en la construcción de sus sentidos. Sentidos que cobran mayor eficacia cuando la leemos desde  el conglomerado de obra  la  de Fuentes, desde sus iteraciones como escritor y como intelectual.
Surge aquí una  de sus  temáticas preponderantes, el tema de la identidad, que ha sido una constante en la literatura de la Modernidad, con características particulares en América Latina, y más particulares aún en la literatura mexicana.
El tema de la identidad exige tres al menos tres preguntas: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos?
Felipe Montero es un joven historiador, antiguo becario de la Sorbona de París, ordenado, escrupuloso, con dominio de la lengua francesa. En 1962 vive en ciudad de México. Es profesor de escuela.
Acude a la calle Donceles 815, por un anuncio en el periódico que parecería estar  destinado a él: “Sólo falta que las letras más negras y llamativas del aviso informen: Felipe Montero. Se solicita Felipe Montero, antiguo becario en la Sorbona, historiador cargado de datos inútiles…”, etc. 
La calle Donceles pertenece al pasado colonial de México, queda en un antiguo barrio de la ciudad, donde los viejos palacios han sido convertidos en modestos locales comerciales.
“Las nomenclaturas han sido revisadas, superpuestas,  confundidas. El 13 junto al 200, el antiguo azulejo numerado  -47- encima de la nueva advertencia pintada con tiza: ahora 924.”
Felipe Montero  va observando este ambiente híbrido a medida que camina, donde presente y pasado devienen en un ambiente un tanto decadente, donde ninguno de los dos prevalece: 
“Levantarás la mirada a los segundos pisos: allí nada cambia. Las sinofolas no perturban, las luces de mercurio no iluminan, las baratijas expuestas no adornan ese segundo rostro de los edificios.”
La voz narradora ha dicho previamente: “Te sorprenderá imaginar que alguien vive en la calle Donceles. Siempre has creído que en el viejo centro de la ciudad no vive nadie.” Estamos en la segunda página y ya nos preguntamos:  ¿Pérdida de la memoria histórica en el joven historiador cargado de datos inútiles? O lo que en la actualidad  se reconoce como la “invisibilidad” de lo que nos resulta ajeno, por lo tanto, innecesario.
Al llegar al número 815 de la calle Donceles “antes 69”, la voz narradora dice:  “…antes de entrar miras por última vez sobre tu hombro, frunces el ceño porque la larga fila detenida de camiones y autos gruñe, pita, suelta el humo insano de su prisa.” Felipe Montero atraviesa entonces el umbral de la casa y pasa, definitivamente, al terreno de lo fantástico, que será el terreno espiral en el que confluyan pasado, presente y futuro. 
El pasado histórico se aferra al presente (Consuelo en Aura y en su afán de renovar las memorias de su difunto marido), quiere permanecer fresco en la memoria colectiva, ser joven y amado por las nuevas generaciones y que ellas se reconozcan en él como se reconocen a sí mismos, de manera individual, ante un espejo o ante una fotografía. De ahí el valor que le damos a la historia (¿de dónde venimos?), y por eso los legados escritos que en la novela tratan de ser recuperados y redactados, reescritos, es decir, reinventados.
“Sabes al cerrar de nuevo el folio, que por eso vive Aura en esta casa: para perpetrar la ilusión de juventud y belleza de la pobre anciana enloquecida.” (¿La patria enloquecida?)
Hacemos aquí un paréntesis para hacer una digresión necesaria, de manera que todos manejemos el mismo referente: la concepción del tiempo en la cosmogonía de las comunidades nativas americanas.
Aunque cada región varíe con otra en cuanto a ciertas especificidades, en términos generales reconocemos que para las comunidades indígenas el tiempo no es unidireccional. Los indígenas viven el presente en una realidad de continuo movimiento  cíclico de la naturaleza y de su cultura. El futuro puede estar atrás y el pasado adelante o viceversa. Citamos de Wikipedia:
El Universo indígena es una red viva por la que circula en todo momento la energía, y la información bajo un orden autorregulado por la propia naturaleza de las cosas. En el pensamiento indígena todo esta interconectado, nada está separado del todo. ( es.wikipedia.org/wiki/Tiempo_cíclico )
En esta misma línea,  en  muchas  comunidades indígenas de toda América prevalece el concepto de que el alma no es individual, sino comunitaria. Por eso, la muerte es necesaria para el renacimiento o la renovación, en una especie de espiral permanente.
Si partimos de la visión cíclica del tiempo, afín a la del pueblo azteca, que Carlos Fuentes retoma casi con la misma insistencia con que aborda el tema de la identidad -estrechamente ligada a lo histórico y lo político- en sus obras (incluso en Vlad, una de sus últimas novelas cuyo tema es  el vampirismo), el siguiente diálogo entre Montero y Aura cobra nuevos significados:
—Aura. Basta ya de engaños.
—¿Engaños?
—Dime si la señora Consuelo te impide salir, hacer tu vida; ¿por qué ha de estar presente cuando tú y yo…?; dime que te irás conmigo en cuanto…
—¿Irnos? ¿A dónde?
—Afuera, al mundo. A vivir juntos. No puedes sentirte encadenada para siempre a tu tía. ¿Por qué esa devoción? ¿Tanto la quieres? 
—Quererla…
—Sí; ¿por qué te has de sacrificar así? 
—¿Quererla? Ella me quiere a mí. Ella se sacrifica por mí. 5
—Pero es una mujer vieja, casi un cadáver; tú no puedes… 
—Ella tiene más vida que yo. Sí, es vieja, es repulsiva… Felipe, no quiero volver… no quiero ser como ella… otra…
—Trata de enterrarte en vida. Tienes que renacer, Aura…
—Hay que morir antes de renacer…
Para los conocedores de las culturas mesoamericanas, es decir aquellas  que  van desde México hasta Costa Rica, resulta inevitable visualizar aquí a Quetzalcóatl,  que en lengua náhuatl significa “Serpiente emplumada”.  
Quetzalcóatl, una de  las principales deidades de las culturas mesoamericanas,  representaba  la naturaleza en  un  sentido  holístico, de cambio y de movimiento del universo. Debido a que, además, consideraban que todo el universo tiene  una naturaleza dual o polar, los toltecas concebían al Ser Supremo con una condición doble. Por un lado, creaba el mundo; por otro, lo destruía. La  condición destructora de Quetzalcóatl recibió el nombre de Tezcatlipoca, que etimológicamente significa “su humo del espejo”.
Recordemos aquí la visión que tiene Montero de los  gatos entrelazados echando humo en un jardín que existió en el pasado, que “perdimos –le dirá Consuelo a Montero- cuando construyeron alrededor de la casa”. Y  ya antes le había advertido: “Es que nos amurallaron, señor Montero. Han construido alrededor de nosotros. Nos han quitado la luz.” 
En  su etimología,  Quetzalcóatl contiene también significados como: “doble precioso” (Consuelo/Aura), “ave de las edades” (Aura: ave rapaz diurna americana, que se alimenta de carroña), “gema de los ciclos” (ciclos: periodo de tiempo o cierto número de años que, acabados, se vuelven a contar de nuevo), “serpiente acuática o fecundadora” (recordamos aquí la infertilidad de Consuelo), “divina dualidad”, femenino y masculino”, “pecado y perfección” (estos tres últimos: Consuelo/Aura y Montero), “movimiento y quietud” (el tiempo, la historia, Aura-Consuelo, Montero- General Llorente).
La voz narradora, que se manifiesta en la segunda persona gramatical y jamás se identifica como una voz intra o extradiegética, ha dado mucho que hablar a los analistas. Prevalece la propuesta de identificar en esta voz, que a ratos utiliza el tiempo futuro para narrar las acciones de Montero, como la voz del destino, o si se prefiere, la voz del sacerdote o la pitonisa pronunciada como dada por lo dioses: el oráculo.
Esta voz narradora consigue grabar en la memoria de sus lectores y lectoras el sonido y el color verde de la tafeta del vestido de Aura. El pájaro quetzal –considerado uno de los más hermosos del mundo–, debido al
verde esmeralda de su plumaje, a su pico ganchudo y a su cresta, ha sido, junto con la serpiente cascabel, el modelo más característico de la figura de Quetzalcóatl, que  representa  también  el sonido del trueno, así como sus plumas la lluvia y el llanto del pueblo azteca. Pero cuidado, no nos dejemos cautivar demasiado con su hermosura. Recordemos que la última acepción que da el DRAE a “aura” es la que transcribimos anteriormente: ave rapaz diurna americana, que se alimenta de carroña. Y la acepción del DRAE no termina ahí: dice que tiene la cabeza desprovista de plumas, de color rojizo, y plumaje negro con la parte de las alas color gris plateado.
Aura representa el pasado de Consuelo (por lo tanto, Consuelo es el futuro de Aura; he aquí un claro ejemplo del tiempo no lineal). Para asirse a su pasado, las mujeres (aquí el epígrafe, tomado de la novela La bruja, de Jules Michelet,  contribuye a la construcción de los sentidos del entramado diegético)  recurren a las plantas medicinales que –por insistencia de Aura ¿?)- aún se conservan en el jardín de  la entrada. Montero lee en las memorias del general Llorente cuando lamenta la infertilidad de Consuelo y su empeño por combatirla: 
“…Consuelo, no tientes a Dios. Debemos conformarnos… Te pido, tan solo, que veas en ese gran amor que dices tenerme algo suficiente, algo que pueda llenarnos a los dos sin necesidad de recurrir a la imaginación enfermiza… Le advertí a Consuelo que esos brebajes no sirven para nada, Ella insiste en cultivar sus propias plantas en el jardín… Consuelo, pobre Consuelo… Consuelo, también el demonio fue un ángel, antes…” 
Mediante las plantas y mediante el rito, Aura y Consuelo van a devolver al general Llorente a la vida, van a lograr que a través de Montero regrese a lo que ha sido en su pasado.  Estas plantas, que son “consoladoras” por sus efectos calmantes, narcóticos y alucinógenos,  dan lugar a un extenso estudio de Aura desde la perspectiva de los aquelarres, que no vamos a abordar aquí. Rescatamos su uso para señalar nuevamente la presencia dual de Quetzalcóatl: para renacer es necesario morir primero, como le dijo Aura a Montero. 
Tal vez por eso el pasado mexicano, ese pasado glorioso al que perteneció  anteriormente el mismo Montero cuando era  el esposo de Consuelo, cuando era  el general Llorente,  aburre soberanamente al ahora joven historiador, a punta de tanta repetición en los libros de historia. Sus memorias se remontan al Segundo Imperio Mexicano, a la otrora gloriosa época  del imperio de Fernando Maximiliano José María de HabsburgoLorena (1864-1867) con el círculo íntimo de Napoleón III. El joven Montero preferiría escribir su propia obra  postergada  sobre  los descubrimientos y conquistas españolas.  “Una obra que resuma todas las crónicas dispersas, las haga inteligibles, encuentre las correspondencias entre todas las empresas y aventuras del siglo de oro…” etc.
Hasta aquí la novela ha abordado las dos primeras preguntas que planteamos en la búsqueda de la identidad (individual, colectiva). Hacia dónde vamos era la última. ¿Efectivamente queda  atrapado Fernando 
Montero en el pasado de la casa de la calle Donceles?  Si retomamos el epígrafe de la novela, Montero se ubica en el primer polo, el masculino: “El hombre caza y lucha”. Según el DRAE, montero es la persona que busca y persigue la caza en el monte, o la ojea hacia el sitio en que la esperan los cazadores.
Una vez cumplido el aquelarre, esto es, después del ritual en que se degüella al macho cabrío y se cumple con la unión carnal, Montero duerme en la habitación de Aura.  “Dueño de la recámara de Aura, duermes en la soledad, lejos del  cuerpo que creerás haber poseído… esa tristeza vencida te insinúa, en voz baja, el recuerdo inasible de la premonición, que buscas tu otra mitad, que la concepción estéril de la noche pasada engendró tu propio doble” (el subrayado es nuestro).
“La sexualidad es fundamental en la práctica tolteca, pero no como se entiende habitualmente, destinada exclusivamente al estímulo sensorial y al gozo físico. La sabiduría ancestral nos revela que esta energía sexual es la fuente de la que procede todo lo que somos, y como tal hemos de utilizarla con conocimiento, pues en ello se fundamenta el conjunto de nuestra existencia. Similar al tantra de la India, el Yontlapalli propicia la fusión de lo masculino y de lo femenino. Es un arte que nos remonta míticamente a los orígenes, al ser hermafrodita (el subrayado es nuestro) que estaba más allá de las dualidades de la carne, de la materia. En un sentido real, se trata de encontrar en la otra persona con la que nos unimos aquello que nos complementa. Esta unión nos concede la conexión con la Totalidad, con lo que está completo, equilibrado, en armonía.”   
Esta cosmovisión de la unidad circundante o unión de los opuestos es, además, afín en todas las culturas mesoamericanas.
Finalmente, la forma de conectar con este principio equilibrador de la dualidad  era a través del aliento. Existía todo un arte y una ciencia alrededor del aliento.
Los mayas dicen que “el nombre de Dios se dice suspirando”, por eso Kinich Ahau, el Sol,  se representa con la boca abierta, mostrándonos el poder del aliento. Es un acto recíproco y sagrado de respirar a Dios y de ser respirado por Él. De ahí que en la novela, los diálogos entre Montero y Aura, tanto en las escenas sensuales como sexuales, serán siempre murmurados al oído del otro. 
La voz de la pitonisa no  nos  develará el futuro de México. Los oráculos, enigmáticos por esencia, solo permiten vislumbrar apenas una espiral histórica de individuos y pueblos que prefieren olvidar los daguerrotipos y las páginas amarillas y quebradizas de la historia que nos devuelven nuestra propia imagen, nos recuerdan quiénes somos y de dónde venimos. Preferimos crear la ilusión de que portamos un rostro fresco y que vamos  en pos de la búsqueda de una identidad renovada, pero siempre confusa.

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