POR: EDUARDO VARAS
Sobre Conejo ciego en Surinam (Literatura Mondadori, 2013), de Miguel Antonio Chávez.
(DISCLAIMER: Una novela de 128 páginas merece un texto que no dure ni dos páginas de Word, por un tema de proporcionalidad; así como por un tema de precaución, ya que hablar de más sería arruinarle la sorpresa a alguien. Siempre lo he creído. Es como dañarle el chiste a quien no lo ha escuchado. Eso es cruel, inhumano e innecesario. Con eso aclarado, empiezo.)
La referencia inmediata para muchos es ese conejo que Lewis Carroll creó para que Alicia doblara su camino y cayera en Wonderland. La referencia es mucho más obvia cuando ves la portada del libro, por ejemplo. Pero es mejor extender la broma y jugar a ser un lector que busca bases en otros sitios; porque Miguel Antonio Chávez toma elementos de diversos lugares y los convierte en literatura a través de la libre asociación y la alteración de los sentidos. Nosotros nos contentamos con leer los avatares de un conejo que deja de ver y al mismo tiempo estamos en una historia que nos habla sobre planes truncos, como si nadie pudiera descubrir lo que tiene al frente. Esta es una novela que se lee de un solo golpe, pero es una novela sobre lo que no sucede, sobre el coitus interruptus, y que no deja de lado ese “flujo de conciencia” que tanto Terry Jones y John Cleese usaron para definir lo que él y los otros Monty Python hicieron para condensar su forma de hacer humor.
Y Conejo ciego en Surinam es una novela de humor. De buen humor. De un momento a otro descubrirán que en medio de la lectura estarán lanzando una carcajada.
No es un humor de construcción sencilla, tampoco. Lo que hace Miguel Antonio Chávez es convertirnos en testigos del absurdo, pero de un absurdo que se nos hace común, palpable, verosímil: B. y M. parecen ser una pareja o tener un interés el uno por el otro, pero hay algo más porque viven una doble y hasta triple vida, y hasta una cuarta y una quinta, hasta llegar a la paradoja cuántica y entramos en esta dinámica de la mano de un conejo que ha vivido desde antes del inicio en el jardín que separa las viviendas de B. y M. Un conejo que nos habla, que se relaciona con el exterior, con la curiosidad de un cronista de Indias, que trata, incluso, de definirse en el camino. Los múltiples personajes/narradores, y la ausencia de narrador cuando B. y M. hablan, nos introducen en un paréntesis de la historia y de inmediato nos llevan a otro sitio, en el cual hay que doblar las vías paralelas de la ciencia-ficción y de la fantasía en pos de algo que quizás no sabes cómo identificar, aunque no importe hacerlo.
Por eso me quedo con lo de “flujo de conciencia” de los Monty Python para tratar de darle un orden a lo que pasa en la novela. No es que sea necesario, pero si estamos en el mundo de la etiqueta, ahí tienen una. Esa conciencia de la que hablo es la conciencia del conejo que guía todo, como una inteligencia artificial que se ve amenazada por la existencia una organización superior y siniestra, con un representante que es un lujo de leer. Quizás Miguel comete el único pecado de regalarnos uno de los personajes más jugosos y graciosos de los últimos años y colocarlo en pocas páginas. Eso también es cruel, inhumano e innecesario. El representante de esta organización es Marlon Brando en “Apocalypse Now”; pero, a diferencia de Brando, aquí podría dar más en sus “tiempos en escena”. Pero como la novela es corta, el personaje está condicionado a moverse en el espacio y tiempo que el autor le ha prodigado… y me cuesta aceptar que este ser infinitamente delicioso no haya sido capaz de amotinarse ante el escritor. En la presentación de la novela, en el marco de la última Feria del Libro de Quito, Miguel tocó este tema y aseguró que siempre tuvo en mente que la novela iba a ser corta; sin embargo, creo que este deseo obstinado del creador siempre podría ponerse en entredicho, sobre todo cuando el resultado se experimenta como algo inconcluso y no como algo abierto.
¡Queremos más de este personaje! ¡Y lo queremos ahora!
Fuera de esto tenemos una novela que funciona, en la que un conejo se está quedando ciego, en la que B. y M. viven un amor platónico que va a desencadenar en algo más, en la que la ficción se come la cola dentro de la ficción y en la que una organización está buscando acabar con un presidente de la región que recuerda mucho a Rafael Correa. Conejo ciego en Surinam es el libro que busca subvertir, darle la vuelta al orden, pero no por la gratuidad de hacerlo, sino por revalorizar la experiencia de la narrativa y sobre todo de la lectura. No hay vanguardias posibles a esta altura del partido, pero sí la posibilidad de un juego que aligere las reglas. Conejo ciego en Surinam subvierte porque subvertir es divertido, o quizás porque divertir es subversivo… y de eso se dio cuenta Alicia mientras caía, ¿no?