Actualización del sistema operativo literario

De los últimos años de la vida del escritor Mario Levrero lo más interesante tiene que ver con el uso de la computadora. En La novela luminosa escribió unas líneas reveladoras y desde las cuales se podrían pensar las formas de vida en el siglo XXI: «Si me he mudado a vivir en el mundo de la computadora, es porque casi no hay para mí otro mundo posible. ¿Adónde podría ir, qué otra cosa podría hacer? ¿Qué otra posibilidad hay de un diálogo inteligente? Y afectos. Distantes, distorsionados por las palabras (y aun los sonidos) que los transcriben, están sin embargo allí al alcance de la mano». 
Internet es un ecosistema, por lo que no hay tal cosa como la “vida virtual” en oposición a la “vida real”. En las últimas declaraciones de Levrero hay una prefiguración de lo que sería no solo la literatura actual, sino la existencia actual.
De igual manera, el autor de ciencia ficción J. G. Ballard dijo alguna vez que este género tiene que dejar de ocuparse del espacio exterior y el futuro lejano y ocuparse del futuro cercano y el espacio interior. Es decir que, como bien afirma el escritor argentino Martín Felipe Castagnet en un ensayo sobre la ficción especulativa en su país, «lo digital era, antes, terreno de la ciencia ficción; hoy lo digital es lo real, pero aun así la ciencia ficción contemporánea encuentra en Internet un modo de configurar la construcción de la intimidad y la transmisión de la experiencia».
La publicación de Las redes invisibles (Momofuku, 2014), del argentino Sebastián Robles, aparece entonces como la confirmación de una nueva ciencia ficción, aquel género especulativo que nació a comienzos del siglo XX al calor de las innovaciones tecnológicas de la época y las posibilidades de expansión que se abrían para la especie humana. Este conjunto de relatos se lee como una cartografía conjetural de las redes sociales y su influencia definitiva en la comunicación humana al mismo tiempo que pone en juego una restauración de la tradición literaria.
En su libro Contra la originalidad, un largo ensayo que bucea en la historia cultural para sostener la idea de que todo es un remix, el escritor estadounidense Jonathan Lethem comienza recordando la historia de un hombre de mediana edad que se enamora perdidamente de una adolescente. Ella muere al final y él se queda solo. Lolita es el nombre de la novela citada por Lethem, pero no se refiere a la famosa obra de Vladimir Nabokov, sino a otra publicada en 1916 por el alemán Heinz von Lichberg y con el mismo nombre.
Enseguida, Lethem recuerda: Nabokov y su familia pasaron brevemente por Alemania luego de salir de su natal Rusia y antes de exiliarse definitivamente en los Estados Unidos. A partir de esto, se pregunta: «Nabokov, que permaneció en Berlín hasta 1937, ¿habrá adoptado conscientemente el relato de Lichberg? ¿O será que esta historia previa existió como una memoria oculta e inadvertida para Nabokov?».
Ante estas preguntas, Lethem lanza dos posibles respuestas. La primera tiene que ver con el fenómeno conocido como criptomnesia (literalmente: memoria oculta), que tiene que ver, según una rápida definición de la enciclopedia, con la evocación de un recuerdo no reconocido como tal. Es una idea recuperada de la memoria, pero que parece nueva e íntima. La otra respuesta que da Lethem sobre el caso Nabokov es que éste último conociera de antemano el libro de Lichberg y diera paso al «arte de la cita», o, como formuló en su pregunta, que se haya adueñado con plena voluntad de esa historia para reescribirla. De cualquier forma, la literatura siempre ha sido un crisol en el cual se reescriben continuamente temas ya conocidos.
Una literatura escrita hoy y que reflexione sobre Internet debe su existencia, al menos en gran parte, a lo que Lethem llama «código abierto», en referencia a la tradición de los músicos de blues y jazz. Que fragmentos melódicos y estructuras musicales sean re-trabajados con libertad no es una característica exclusiva del hip hop ni de la música electrónica.
Internet como biblioteca abierta ha permitido el incremento notable del intercambio y del acceso a todo tipo de información. El libro de Robles es un ejemplo de escritura contemporánea que trata e incorpora autoconscientemente estos temas a la vez que se presenta como una forma narrativa ya probada.
No es poco significativo que Las redes invisibles sea promocionado no como una novela o una serie de cuentos, ni mucho menos como ficción, sino como un atlas. Es decir, como una colección de mapas geográficos o históricos del lado oscuro de la web. Son diez relatos con nombres como «Animalia», «Tlön», «Hospital», «Balzac», etcétera. En todos ellos hay una narración de similares características entre sí, construida como si se tratase de una investigación periodística o policial acerca de diez diferentes redes sociales que han evolucionado hasta el punto de alterar el curso normal de la vida humana. 
Aquí se hace explícita la cita de Ballard que pedía por una ciencia ficción que se ocupe del futuro inmediato y del espacio interior. Es difícil esclarecer, sin embargo, hasta qué punto la cuestión genérica convoca la puesta en perspectiva de Internet como problema o si, más bien, es el tema digital el que inevitablemente decanta en un tratamiento de ciencia ficción. Cualquiera de las dos vías es posible, y probablemente hacia allí apunte este tipo de literatura que reconfigura la tradición con las claves que la tecnología digital ha puesto a disposición de la vida cotidiana.
Robles abre su libro con un epígrafe del escritor italiano Italo Calvino en el que se dice que el infierno es esto que habitamos todos los días y que formamos estando juntos. A continuación, Calvino menciona dos estrategias para sortearlo: aceptarlo y fundirse en él, o buscar y saber quién y qué no es infierno y hacer que dure y dejarle espacio. Este infierno totalitario podrían ser las redes sociales que nos van a ser presentadas, pero que, en realidad, simbolizan la influencia de lo digital en la realidad del lector. Así, Las redes invisibles funcionaría como un relato aleccionador; no rechaza ni reniega de Internet, pero sí lo discute y lo imagina en el contexto de fábulas con una moraleja bastante difuminada, apenas perceptible.
En el primer relato, «Tod», hay una red social para moribundos. El acceso no es libre, sino que cuando un enfermo terminal recibe la noticia del tiempo estimado que le queda de vida, un agente de Tod lo contacta y lo ayuda a registrarse. En Tod se intercambian historias de vida, mensajes de ayuda entre enfermos y se crea una extraña comunidad de personas sin esperanza. El eje central es la historia del artista Hans Ludwig Siebel, el creador de Tod. Su padre había sido un ferviente radioaficionado, lo que podría dar pistas sobre la tendencia de Hans a recrear en Internet comunidades similares. Hacia el final del relato se introducen dos elementos que definen al resto del libro: la ambigüedad y el horror. Hans se inscribe a sí mismo en Tod, pero falsificando su enfermedad. Contrario a lo previsto, se enferma gravemente y ahora sí se convierte en un moribundo atrapado por su propio invento.
«Todos los animales son iguales», escribe Olaf, un ovejero alemán, en uno de los foros de la red social Animalia. En el relato, del mismo nombre, se cuenta la creación de esta red gracias a los estudios del etólogo Uwe Svensson y la inversión de la compañía ProLabs, dedicada al alimento para mascotas. El lenguaje de los animales es sistematizado y se los incorpora a la web por medio de un implante neuronal. Las reminiscencias a otras historias de la literatura se concentran al fin en un solo punto cuando, en el segundo capítulo, se lee: «Las cosas cambiaron el día en que el usuario Fox, quien de acuerdo con su perfil era dueño de un labrador llamado Dante, introdujo en los foros una versión completa de la novela de George Orwell, Rebelión en la granja«.
«Todo lo que camina en dos patas es enemigo», escribe entonces Olaf, el ovejero. Los animales se rebelan y se desata el caos hasta que toman el poder general. Svensson, el etólogo es asesinado por cuatro pitbulls. La revolución, sin embargo, incluyó solo a perros y gatos; los humanos fueron confinados a la esclavitud.
No solo Las redes invisibles remiten a Orwell, sino también a la serie de libros apócrifos del escritor polaco de ciencia ficción Stanislaw Lem (entre los que está Vacío perfecto, una colección de reseñas de libros inexistentes), y a ciertas obras del argentino Jorge Luis Borges, del francés Marcel Schwob y del italiano Italo Calvino, entre otros. Dice Jonathan Lethem: «Hallar la voz personal no es solo vaciarse y purificarse de las palabras de otros, sino adoptar y acoger filiaciones, comunidades y discursos (…) La invención, debemos aceptarlo humildemente, no consiste en crear algo de la nada sino a partir del caos. Cualquier artista conoce estas verdades, no importa qué tan hondo las esconda».
Este libro, por lo tanto, no es de ninguna manera original, pero sí sumamente auténtico. Por ejemplo, de Las ciudades invisibles, de Calvino, toma no solo medio título como homenaje, sino que su estructura y sus ideas se asemejan. En el libro de Calvino es Marco Polo el que hace un recuento de las ciudades que ha visitado ante Kublai Kan, el emperador de los tártaros. En una conferencia dictada en Nueva York, Calvino mencionó lo siguiente respecto a su libro: «Creo que lo que el libro evoca no es sólo una idea atemporal de la ciudad, sino que desarrolla, de manera unas veces implícita y otras explícita, una discusión sobre la ciudad moderna. A juzgar por lo que me dicen algunos amigos urbanistas, el libro toca sus problemáticas en varios puntos y esto no es casualidad porque el trasfondo es el mismo. Y la metrópoli de los big numbers no aparece sólo al final de mi libro; incluso lo que parece evocación de una ciudad arcaica sólo tiene sentido en la medida en que está pensado y escrito con la ciudad de hoy delante de los ojos».
De la misma forma, visto como reescritura del de Calvino, el libro de Robles reflexiona sobre el concepto de red social (no sobre una red social existente y específica) en el presente. ¿Por qué creamos redes y nos suscribimos a ellas? ¿Qué pueden decirnos las redes del estado actual de la sociedad y sus interacciones personales? ¿Cuál es el lugar que le queda al espacio y a la esfera públicos? Usando términos de la web, ésta es una actualización del sistema operativo literario. Una asimilación del pensamiento que otros escritores dejaron en sus respectivas obras y ejecutado ahora como herramienta para leer los tiempos modernos. Como Nabokov, Robles retoma una idea literaria que flotaba ligera en el ambiente y, conscientemente o no, la mezcla con sus propios intereses generacionales acerca de lo digital y su influencia inobjetable en la vida humana. En suma, una actualización tecnológica del realismo circundante presentada —y aquí el invaluable aporte de la ciencia ficción— como fragmentos de un futuro que ya ocurrió, archivados y catalogados para su estudio.
Nota: Este texto forma parte de un extenso ensayo sobre Internet y literatura que fue desarrollado como proyecto de grado del autor y que será publicado en breve por la UCSG.

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