Valeria Tentoni: «Me gustaría tener un affaire con Cósimo, el barón rampante»

Fotografía cortesía de Leticia Aiello
#MATAPREGUNTAS

Invitamos a la escritora argentina Valeria Tentoni* a responder nuestras #MataPreguntas. Tentoni, de acuerdo a su bio en Twitter, lee, escribe, pregunta, hace canciones y baila.
Nos contó que, dado su interés por las revistas y la poesía, «siempre estoy buscando acá y allá, internet es una fiesta en ese sentido». Así conoció a Matavilela y a Casa de las Iguanas. En la segunda, nos dice Tentoni, «se publicó una vez un prólogo de un libro mío que al final todavía no salió y quizás nunca tenga que salir. El prólogo es precioso, es, carajo, mucho mucho mejor que el libro, y lo escribió Enrique Winter, un poeta al que admiro y quiero de Chile que comparte conmigo la desgracia o no de ser abogado, la desgracia o no de ser poeta».

Y añade enseguida: «¡Ah! Pero me olvido. También conocí a Fernando Escobar Páez en un Festival Salida al Mar, en Buenos Aires; compartimos un asado en una terraza, muertos de risa y de calor, junto a otros poetas de Argentina y de México y de Chile y quizás de algún lado más pero tengo muy mala memoria. Ni una piedra hubiese sobrevivido a ese mediodía con el fuego y el humo y el vino, al castigo directo de la luz: nosotros pudimos gracias a unas mangueras que llegaron con agua como bomberos retrasados pero efectivos. Nos empapamos».

Si fueras un libro, ¿cómo te gustaría ser leída?
En verano, en una hamaca paraguaya.

¿A qué escritor resucitarías y para qué?

A Luis Alberto Spinetta, músico pero también escritor, para darle un abrazo de mil horas y porque desde que se fue, el mundo se cayó para un costado horrendo. Tanta era su luz.

¿Qué título le pondrías a tu autobiografía?
Una estúpida bola de fuego disparada en rándom.

¿Cuál es el primer libro que recuerdas haber leído?
Mi mamá nos leía a mi hermano y a mí todas las noches antes de que pudiésemos hacerlo por nuestra cuenta. No recuerdo los títulos de esos libros, salvo de los que conservo, en especial uno de María Elena Walsh, La reina batata, de portada naranja. Un primer vértigo sideral, comparable a otros dos asombros infantiles: uno que me tocó de chica y otro de grande. El primero, venido de otro libro que mamá nos leía. Tampoco me acuerdo del nombre, pero sí de la tapa: la ilustración de una chica que miraba un televisor donde estaba esa chica mirando un televisor donde estaba esa chica mirando un televisor y así hasta convertir al infinito en un prometedor punto negro. Trabajé unos meses en la Sala Infantil de la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia, de mi ciudad, Bahía Blanca. Ahí leía de chica. Encontré un libro que no sé si habré tenido a vista antes, un libro increíble, ¡qué libro! El planeta lila, de Ziraldo. Un bichito diminuto que se construye una nave espacial para explorar el universo y aterriza en las palabras. Definitivamente esos tres, aunque hayan llegado en momentos distintos y no sea del todo cumplidor con la pregunta responder así, son la tríada que en este momento puedo identificar por iniciática para mí como lectora, porque me dan la idea de los libros como portales al infinito.
¿Cuál fue el último libro que leíste?
Una muchacha muy bella, de Julián López, recién publicado por Eterna Cadencia.
¿Qué libro no pudiste terminar de leer?
El arco iris de gravedad, de Thomas Pynchon. Está ahí, grueso como un elefante, muerto de risa en la biblioteca. Pero ya voy a poder. Ganas no me faltan, me faltan otras cosas.
¿Con qué personaje literario te gustaría tener un affaire?

¡Con Cósimo, el barón rampante! Que me lleve a los árboles, que sea yo su Sinforosa.

¿Qué libro te han prestado y no has devuelto?
Le robo libros a mi hermano pero siempre los rescata, llega a casa y lo primero que hace es controlar que su biblioteca no esté en mi biblioteca. Más allá de eso no, no pido muchos libros prestados, sobre todo porque no me gusta prestar mis libros. Soy socia de la biblioteca popular que mencioné y leo mucho de ahí, todo lo que no puedo comprar.
¿Quién es el autor más sobrevalorado? ¿Y el olvidado injustamente?
No puedo responder, yo también sobrevaloro y soy injusta.
Si la supervivencia de la literatura dependiera, como en Fahrenheit 451, de memorizar un libro, ¿cuál sería y por qué?
Bueno, un diccionario, supongo, para poder estar de acuerdo en algunas pocas cosas, materias primas comunicantes que habiliten el camino de las historias. Un código mínimo listo para ser pervertido.
¿Qué te gustaría hacer que no tenga que ver con la literatura?
Grabar mis canciones, tener una banda. Componer otras. Mejorar en la guitarra. Aprender a tocar el piano. Bailar, mucho, bailar y bailar. Estudiar más idiomas, retomar los que intenté y olvidé. Pintar, aprender a dibujar, hacerme de paciencia y tiempo para estudiar muchas más cosas. Estudiar, si me diese la vida, todas las carreras que me atraen (sería una alumna feliz y entusiasta de casi todo, subrayando fotocopias, insistiendo en las bibliotecas, hostigando profesores con preguntas idiotas; estudiaría letras, antropología, botánica, filosofía, sociología, astrología, cualquier cosa que me pusieran delante, salvo matemáticas, o quizás hasta matemáticas). Sacar fotos, muchas fotos. Secuestrar sonidos, salir a cazar música oculta con el grabador. Entrevistar por una hora a todas las personas del mundo y desgrabarlas, hacer un libro con eso. Andar en bicicleta al sol por lugares desconocidos, selvas, bosques, calles de ciudades en las que no entienda qué dicen los carteles, hacerlo a la hora en que todos almuerzan sobre la música del chirrido de la cadena que pedaleo. Viajar. Aprender carpintería, a bordar, a tejer, a hacerme mi propia ropa. Construir sillas, mesas, usar un serrucho, lijar, barnizar. Encargarme mejor de la huerta. Comprarme un auto y salir a vivir tres días en cada pueblo que encuentre en la ruta, durmiendo en hoteles, sola, escuchando a Fito Páez mientras manejo y aúllo. Visitar una casa vacía en alquiler e imaginar que voy a vivir ahí, planificarlo todo, el color de las paredes, la disposición de los muebles, y después no, después ir a otra inmobiliaria y visitar otra casa y así. Ir al barrio de Once, en Buenos Aires, arrasar sederías, cotillones y bazares, comprar telas, cierres, botones, tules, muñequitos de plástico, derretirlos, coser retazos, pegar y cicatrizar las formas, construir puzzles de colores y géneros estrafalarios, apelotonados y fluorescentes sobre grandes lienzos que después no sabría dónde poner y abandonaría en medio de la calle.

¿Cuál ha sido tu peor trabajo?

Trabajé en cosas muy distintas; lo pienso y lo pienso pero no, de ningún trabajo no me llevé algo útil, un aprendizaje, un amigo, afecto, una taza de café robada.
¿Cuál es tu secreto peor guardado?
Tengo mucho miedo.
¿Qué animal te gustaría ser? ¿por qué?
Una cebra. Simétrica, a una tinta, elegante, precisa, veloz, poderosa y libre.
¿Qué cantas en la ducha?
De todo, canto como ante un estadio repleto de groupies. Últimamente las canciones de Sing to the moon, de Laura Mvula.
Estás a punto de morir, escribe tu último tuit:
Viví en el amor y no hubo un solo día en el que no me haya apasionado por algo o alguien.
*Valeria Tentoni (Bahía Blanca, 1985). Abogada (UBA). Trabaja como periodista en gráfica y radio. Es editora de la Audioteca de poesía contemporánea y de #puentesur, revista de la Secretaría de Cultura y Extensión de la Universidad Nacional del Sur. Su libro más reciente es El sistema del silencio (17Grises, 2012).

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