Spring Breakers, transgresión del sueño americano

Spring Breakers es la última película del director Harmony Korine, cuyos filmes, al igual que su figura, han sido elevados al estatus de culto. Kids (1995 como guionista), Julien Donkey Boy (1999) y Gummo (1997) son películas que dan cuenta de un trabajo al borde no solo de la temática del cine convencional sino también de una forma de percibir una generación. Fueron iconos de disidencia juvenil que ahora parecerían más bien parte de una cotidianeidad generalizada; lo que hace de Spring Breakers un reto y un ejercicio bastante interesante. 
Spring Breakers inicia de la forma más directa posible. Desde el primer momento se presenta al espectador la cara más obvia y simple que esta película tiene: culos grandes y tetas bailando. Con una secuencia inicial lenta se pone de frente todo el hedonismo de una generación. Ésta vuelve a mostrarse cada vez que el director lo requiera, tornándose por momentos cansina, pero manteniendo siempre ese leitmotiv que más adelante se entrelaza con otros elementos que le dan mayor profundidad a la historia. 
Cuatro chicas van en busca de un sueño, una utopía de felicidad perpetua que , según este grupo de chicas, se verá materializado durante su viaje de vacaciones de primavera. Pero las cosas de a poco se tornan difíciles y una decadencia constante va llevando la historia a escenarios más hostiles.
La película, a primera vista, parece una radiografía burda de los excesos de una generación. El verdadero reto para Korine fue hacer un uso prudente y distinto del estereotipo. Lo logró por momentos, en otros parece que no. El escenario, después de todo, es difícil y distinto al contexto noventero del cual salió Kids, película que también trataba temas generacionales. Allí el reto fue transgredir y exhibir una joven sociedad americana embutida de excesos y paradigmas que sobrepasaban sus aspiraciones; existía una suerte de negación e inocencia pop, es decir, todavía no era tarea difícil transgredir, aún habían elementos de asombro. Pero en nuestro mundo contemporáneo, ¿queda algo más por transgredir? 

Y la respuesta es que sí, todavía lo hay y siempre lo habrá. Todavía hay cierta inocencia, eso explicaría la existencia del personaje de Selena Gómez —quien resulta ser, de las cuatro chicas, la más arraigada a la idea utópica del Spring Break— e inclusive le da sentido a la elección de ella y de Vanessa Hudgens, rostros conocidos de Disney, como protagonistas de la película. 

Existen también varios logros en Spring Breakers. El guión tiene un peso bastante fuerte en la película, que constantemente presenta flashbacks y flashforwards, además de diálogos que se repiten y van creando una atmosfera de situaciones que van de menos a más. Los personajes, al igual que la película, se vuelven cada vez más decadentes, alejándose del concepto original del Spring break y llevando a las chicas al encuentro con un irreconocible James Franco haciendo el papel de un gánster wigga (termino peyorativo para nombrar a los blancos que actúan como negros), que además es rapero. Este encuentro marca la diferencia entre los dos mundos de la película. Ya no se trata simplemente de culos moviéndose y tetas bailando, ahora la historia se mezcla con otros elementos de mayor profundidad. 
El personaje de Franco lleva a las chicas al encuentro de una segunda decadencia dentro del mundo del Spring break, como un segundo sueño americano, también. Franco sienta las bases para un discurso generacional, que podría caer bien o mal a algunos, pero da cuenta de un logro no solo actoral sino también de personaje, mostrando un lado más profundo del estereotipo. Durante un concierto que su personaje realiza, grita lo siguiente:

“Este es el cuarto del mundo, ustedes pueden cambiar su vida, pueden cambiar quiénes son, ustedes pueden transportarse, acaban de quedar hipnotizados. Y este momento durará por siempre”. 

Korine no deja de lado su estilo personal y sus elementos bizarros de películas como Gummo y Trash Humpers. Una de las escenas que nos recuerdan que estamos viendo una película de Korine, y que quizás quede para la posteridad como una joya de la melancolía pop de esta generación, es aquella en la que Franco toca en un piano, al pie de una piscina, una canción de Britney Spears, mientras tres de las chicas bailan en círculos y empuñan armas de grueso calibre.

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