Solange Rodríguez: «Volvería a la autopublicación todas las veces que lo considere necesario»

Fotografía por Tyrone Maridueña

Solange Rodríguez Pappe (Guayaquil, 1976) ha publicado ocho libros en papel y dos o tres en línea. ¿Lo predominante de su producción? Para el que quiera resumir y categorizar: cuentos, microrrelatos, lo fantástico con algo de terror. Yo prefiero decir que es una escritora consistente, honesta, imaginativa, conmovedora, alguien de cuya libertad creativa puede esperarse cualquier novedad. Sus textos además resultan cautivantes para los jóvenes, cosa que debe ser de interés para todo aquel que se dedique a la animación a la lectura, profesores incluidos. Pero esta vez no la hemos buscado solamente para comentar su obra (participé en una presentación de su último libro, De un mundo raro, y recomiendo su lectura) sino para conocer sus opiniones en torno a la escritura y al proceso de edición.

Después de tantos años de tu primer libro, desde este Guayaquil y este 2022, ¿qué sentido tiene dedicarse a escribir?
El primer sentido es el personal. Hay muchas cosas que tengo que explicarme a mí misma a través de la escritura: ordenar ciertos sucesos de mi vida, hacer una intervención sobre ellos desde la ficción. No es que me pasen cosas extraordinarias, pero sí me relaciono con ellas usando mi imaginación.

Escribir es un acto de comunicación, y para los escritores, su interlocutor es el lector. Al momento de escribir, ¿qué peso tiene esta figura del lector para ti?
Yo creo que ahora más que antes. Salir y editar implica tener lectores; a medida que se va haciendo camino, habrá gente que genuinamente esté interesada en lo que haces y sentirás cierta demanda.

Siempre el lector está ahí, pero en nuestros tiempos la lectura se mide en cantidades: cuántos lectores, cuántos libros vendidos.
Cuánta gente fue a tu charla en la feria del libro.

Llenaste la sala o no, vendiste o no. ¿Eso es una presión extra?
No para mí, pero sí lo veo en colegas. Escritores que intentan cumplir con las exigencias de las editoriales, que siempre ponen la vara altísima. Hay otras consideraciones que también cada escritor maneja. Por ejemplo, he estado leyendo sobre el mal por un proyecto que estoy desarrollando y en mis investigaciones he llegado a un capítulo entero de Elizabeth Costello en el que Coetzee habla del mal y te dice que si fabulas sobre el mal, escribes sobre él y se lo entregas a tu lector, eso no es inocuo. Lo que consumes, lo que lees, tiene sus repercusiones. Un poco siguiendo a César Dávila, tú trabajas con una fuerza o una energía que te va a cruzar. En ese sentido, por ejemplo, ni la editorial ni la prensa ni los lectores pueden exigirme que maneje unos temas, yo tengo todo el derecho de decidir qué y sobre qué voy a escribir.

Infiero entonces que no aceptarías el éxito editorial si depende de que te encasillen de por vida en una categoría, te exijan ciertos temas y pierdas tu libertad de creadora.
Es lo que digo desde este momento soberbio de mi vida. La verdad es que, de todo lo que hacemos como creadores, lo más importante es la honestidad. Esa honestidad el lector la va a sentir.

De vuelta al lector, está el de la masa y está el “lector gourmet”. ¿Si hay que escoger entre uno y otro…?
Pero la que te ubica es la editorial. Ahora que hay este movimiento de mujeres que escriben cuento fantástico y de terror te ponen ahí. Con Giovanna Rivero lo comentamos: ya estamos ahí, en el grupo de las damas oscuras. El lector se mueve porque le dicen cómo hacerlo, y más aún en Ecuador. “¿Cuáles son los más vendidos? Esos vamos a leer”. Funciona así. Qué dice la crítica, qué dice la prensa, qué dice Cecilia Ansaldo, y a partir de eso escogen sus lecturas. No es que el lector va a la librería y le pasa la mano por el lomo al libro y tiene algún tipo de revelación. Así no funciona.

A lo largo de tu carrera, ¿cuáles fueron las opciones de publicación que fuiste encontrando y qué criterios manejaste para escoger un camino u otro?
Mi primera opción fue la autopublicación, tenía 23 años y nadie me quería publicar, tal y como les pasa a los jóvenes de hoy. Fui a Libresa, fui a El Conejo, le di mi texto a Miguel Donoso Pareja y se demoró mucho en contestarme y yo estaba muy necia con esto de publicar. Así que con unos amigos maquetamos el libro. Rifamos una torta que hizo mi mamá y con ese dinerito fuimos a la imprenta y lo imprimimos con sello de Gato Tuerto Producciones (ni siquiera editorial). Dracofilia (2005) y El lugar de las apariciones (2007) también fueron autopublicados. Luego vino un texto premiado, Balas perdidas (2010), que tuvo dos ediciones, entre ellas una peruana muy descuidada. De las dos me dieron pocos libros y no he vuelto a ver más.
Después me planteé ¿cómo entro a Quito? A Quito no se entra fácilmente, es un bloque cerrado, un club de Toby. Para La bondad de los extraños (2014) me acerqué a Paulina Briones, quien ya manejaba el sello editorial Cadáver Exquisito en Guayaquil, y le sugerí que hiciéramos una coedición con La Caracola, de Quito. No fue fácil. Fuera de las anécdotas, creo que La bondad de los extraños es un libro más maduro, un cambio en mi voz. Es el primer libro con el que sentí el respaldo de una editorial de la mano de Paulina, quien colocó los libros en las librerías correctas, los mandó afuera, a ferias de libros, y me vi inmersa en un proceso editorial.
Luego vinieron Olga y Paco, de la editorial Candaya, a Ecuador. Estaban buscando voces nuevas de escritoras mujeres, sobre todo después del fenómeno de Mónica Ojeda. Tuvimos una reunión, me preguntaron cuánto tenía para un nuevo libro y, siguiendo el consejo de Fernanda Trías, dije que tenía mucho material inédito. Un año después publiqué con ellos, a finales del 2019. Cuando fui a España con Candaya, nadie tenía la más peregrina idea de quién era yo pero los lectores creían en el trabajo de la editorial y sabían que tenían autores interesantes. Ahora entiendo por qué pueden estar molestos conmigo, porque llegó Ana Martínez y me cambié al sello InLimbo, que es una editorial joven. La gente que acudió a verme con este nuevo libro ya no lo hizo tanto por la editorial sino porque algo habían oído de mí. Así funciona esto.

Has recurrido a varias formas de publicar, ¿crees que fue necesario porque estamos en Ecuador? ¿Si empezaras hoy, qué atajos cogerías?
Tal vez los premios, que es algo de lo que no hemos hablado. Con el dinero de los premios ya tienes la posibilidad de escoger con quién publicar. También hay más ofertas editoriales y por último existe Wattpad.

Pero quizás en tus inicios no eras la escritora capaz de ganar concursos…
Habría vuelto a la autopublicación. Lo diferente, de iniciarme hoy, sería valerme de las plataformas digitales.

¿Qué opinas de la figura del agente literario?
Para nosotros es como un marciano. Yo no tengo agente. He hablado con escritores que no tienen agente y viven felices. Clara Obligado y Patricia Esteban Erlés prescinden del agente literario. Pueden ser iguales que las editoriales, duplicas los malentendidos e incluyes más gastos. Hay quienes tienen agentes, como María Fernanda Ampuero o Mónica Ojeda, que buscan traducciones, coediciones, ponerte en ferias; son agentes que hacen un buen trabajo en el sentido de visibilizarte como figura pública y tu obra se potencia, se conoce. Tal vez mi salida de Candaya pudo suavizarse con la mediación de un agente.

¿Y cómo valoras el trabajo del editor?
Es importante. El editor te ayuda a ordenar el contenido de un libro, es el que dialoga contigo, te ayuda señalándote expresiones que funcionan en tu localidad pero no en otros lugares. El editor en Candaya es Paco y con él hicimos un trabajo muy cercano, coma por coma; hasta que el libro no está impreso se sigue trabajando. Igual ocurrió con Ana en InLimbo.

¿Qué es lo que legitima la calidad de un texto literario y su publicación? ¿Si publicar es tan complicado, qué es lo que te debe alentar a seguir en la pelea?
De pronto hay mucha gente que sigue en la pelea y no tiene talento, tiene derecho a sacar sus cosas horribles y nadie las lee. Hay gente que decide retirarse por cansancio. Te he dicho lo que he hecho pero me siento a medio camino y la pregunta es ¿qué sigue? Primero fue la autopublicación, luego la apuesta por internacionalizarme en Latinoamérica, hice unas publicaciones virtuales. Pero el sistema hace que pierdas de vista tus libros, tus porcentajes. Los españoles son más serios, ellos anualmente te dicen “esto es lo que te corresponde en ventas” y te hacen llegar el dinero. ¿Qué sigue?

¿La pregunta del qué sigue es siempre en sentido de avance y progreso?
Es interesante eso del progreso. No necesariamente. Yo volvería a la autopublicación todas las veces que lo considere necesario. También liberaría mis textos en la red. Me gustaría tener audiolibros.

¿En todo el proceso de escritura qué te da la sensación de éxito?
(La respuesta es precedida por una larga pausa). Hace poco tuve un flash de éxito cuando le escribí a Rivera Garza. Le dije “hola Cristina, te escribo de parte de la feria del libro de Lima, si estás interesada en ir”. Me dijo “Solange, por supuesto, yo me acuerdo de ti, nos conocimos en la UARTES… ¿Sabes que he dado clases con tus cuentos?”. Ah, caray, pensé, ¿Cristina Rivera Garza ha dado clases en su doctorado de escritura creativa con mis cuentos? Espero que hayan usado mis textos como buenos y no como ejemplos de lo que no debe hacerse (ríe a carcajadas). La academia es una forma de legitimación. Al no haber prensa cultural y tampoco lectores, ¿cómo te legitimas? Estas pequeñas legitimaciones, alguien que respetas que te dice que estás bien, eso alienta. También creo que hay un nivel de autoconciencia fuerte, una sabe si tiene que seguir o no. Hoy cuando pienso “no estoy innovando nada” me pregunto si para mí eso es importante. Para mí tiene sentido escribir y voy a seguir haciéndolo. Finalmente uno decide.

Y pues sí, que Solange siga decidiendo escribir y que al hacerlo sea leal con aquella frase que cierra De un mundo raro: “Yo continúo, desde la sabiduría que da la imaginación, buscando lo verdadero”.

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