Rodrigo Fresán: «No se puede vivir solo por y para la literatura»

Fotografía tomada de lavoz.com.ar

Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) ha logrado hacer de la nostalgia una patria que tiene una lista interminable de próceres como Bob Dylan, los Beatles, los Kinks, Kubrick, Nabokov, Cheever, Vonnegut. Este argentino radicado en Barcelona desde 1999 nos recuerda que, como dijo Bolaño, “toda literatura lleva en sí el exilio, lo mismo da que el escritor haya tenido que largarse a los veinte años o que nunca se haya movido de casa”.
Desde Historia argentina, su primer libro, hasta La parte inventada, su última novela, Fresán ha sabido crear todo un universo literario poblado por un ejercito de freaks que pasan de la genialidad al patetismo en un abrir y cerrar de ojos.
El escritor argentino estuvo en Guayaquil a propósito de la feria del libro y conversó con Matavilela sobre su obra y sus obsesiones.

Siempre has reivindicado la figura de lector por sobre la de escritor.
Me parece que la escritura es casi como un acto reflejo de la lectura. Comes, comes, comes y en un momento vomitas. Creo que le pasa a todo el mundo, no creo que sea una cuestión mía. De hecho creo que todos en algún momento de nuestras vidas, generalmente en una época temprana, pensamos en ser escritores o somos escritores o escribimos algo. Y me parece que tiene que ver con que la practica de la literatura es la más económica y la más fácil de aprender en su aspecto funcional. En teoría, si fuiste a un colegio más o menos bueno y tuviste la suerte de pertenecer a una familia de clase media, a los cinco o seis años ya tienes todo lo que necesitas para ser escritor: un cuaderno, un lápiz y saber leer y escribir. Lo que pasa es que también la gente casi siempre se da cuenta de que no es tan sencillo como parece. Todo el mundo sabe “leer” y “escribir”, pero no todo el mundo sabe leer y escribir como un escritor.

También distingues a dos tipos de lectores, aquel que va a un espectáculo de magia para dejarse asombrar por los trucos y aquel que está siempre intentando ver qué hay detrás. ¿Puedes separar al lector del escritor al momento de leer?
Me parece que nunca hice una diferencia. Evidentemente también hay algún tipo de compulsión fetichista, narcisista, de ver tu nombre en un libro y poder ponerlo en la biblioteca y ser parte del asunto. Por eso defiendo tanto el objeto libro como tal. No se puede escribir sin leer y no se puede leer sin escribir. La lectura es el impulso, el combustible.

Creo que cualquiera que empiece con alguno de tus libros, lea alguna reseña o alguno de tus prólogos termina apreciando tu condición de lector generoso. Parece inevitable terminar (re)descubriendo una larga lista de libros y autores.
Yo no me considero crítico literario, yo digo que soy más pastor evangelista, me gusta predicar los evangelios. Mucha gente critica las notas de agradecimiento al final de mis libros, pero a mí me parece que hay que hacerlo por una cuestión de honestidad. En la literatura latinoamericana no hay mucha costumbre de agradecer al final de los libros, en la literatura norteamericana e inglesa sí. Pero además lo hacen por una cuestión legal, de que cada detalle del que tú puedes nutrirte debe quedar reconocido porque sino te pueden demandar por plagio. No lo hago por eso, obviamente, pero sí me gusta la idea de que mis libros puedan llevar a otros libros de otros autores. Me parece que es parte del juego. Yo no tengo estudios universitarios, casi no tengo estudios, y mi formación fue así, una libre asociación de ideas, pasando de un título o de un autor a otro.
¿Quiénes te marcaron como lector?
Muchísimos. Cheever, Vonnegut, Proust y Nabokov para mí son indispensables. También hay autores que son muy importantes en una determinada época y aunque después ya no lo son tanto, el recuerdo siempre está ahí. Yo sigo leyendo cada libro de Stephen King que sale también, me parecen que son libros en los que aprendes mucho cómo contar. Me gusta mucho leer bestsellers buenos. No pienso que hay una literatura de verdad y otra de mentira. También tuve la suerte de conocer a muchos escritores que me habían marcado como lector y después ser amigo de ellos, como Enrique Vila-Matas, Roberto Bolaño, John Banville o John Irving.

Se me ocurre que tienes grandes lectores, el mismo Enrique Vila-Matas ha dicho que él presume de ser quien más veces ha leído La velocidad de las cosas. ¿Alguien puede leer en lo que estás trabajando antes de que se publique?
No, muy poca gente. Ni siquiera mis muy muy amigos. Los escritores, entre ellos, tienen una vida muchísimo menos literaria de lo que sospecha la gente. Generalmente, los escritores cuando se encuentran lo hacen para dejar de ser escritores. Es como en las películas cuando te encuentras con un veterano de Vietnam. No te encuentras para hablar de la guerra de Vietnam. Sabes que el otro sobrevivió, que la pasó horrible como tú y te entiende, pero después te pones a hablar de cualquier otra cosa.

Destaca mucho tu fascinación por los escritores como personajes en tus libros, sobre todo con aquellos escritores que tienen una biografía complicada.
Me parece que a los escritores en general les suceden cosas extrañas. Son animales un poco particulares. Para empezar muchísima gente se te acerca a contarte historias y te las cuenta de una manera un poco extraña ya sabiendo que eres escritor; nunca entiendes muy bien si es porque se mueren de ganas de que los pongas adentro de un libro o no lo quieren en absoluto. Pero ya un escritor por deformación profesional está viviendo varias vidas simultáneamente. Un escritor tiene por lo menos cuatro vidas: su vida pública, su vida privada, su vida cuando escribe y su vida cuando lee. Y hay como una especie de constante ecualización y una búsqueda por mantener un equilibrio de esas vidas todo el tiempo.

¿Nunca tuviste la tentación de caer en la figura del escritor maldito?
No, en absoluto. A mí la idea del escritor maldito no me interesa. Yo soy un gran defensor de los escritores con vidas aburridas. Me parece que la aventura tiene que pasar por la obra. Yo tengo dos escritores a los que estudio y miro muy fijamente porque me parece que son muy útiles. Son los escritores a los que les rezo. A Francis Scott Fitzgerald le rezo para no cometer ninguno de los errores que cometió, un escritor que hizo mal todo lo que se puede llegar a hacer mal en términos de vida. A Vladimir Nabokov porque hizo todo bien. Mientras Fitzgerald inició una especie de espiral autodestructiva, se casó con la peor persona posible, dilapidó la gran cantidad de dinero que ganó en un momento, malgastó su don, para mí la vida de Nabokov es ejemplar: es un escritor completamente excéntrico que se convierte en escritor central con un libro muy excéntrico como Lolita y que una vez que alcanza esa posición de éxito escribe libros más excéntricos todavía y se va a vivir a un hotel, que es probablemente el destino más perfecto para un escritor, donde tienes todos tus problemas solucionados, y se casa con Vera Nabokov, que hasta donde sabemos, si bien todo matrimonio es un misterio, fue una relación bastante feliz.

Tus obras siempre parecen construirse en torno a la figura de un escritor. En Jardines de Kensington está J. M. Barrie, en La parte inventada está Fitzgerald, en Mantra aparecen algunos escritores de la generación Beat. ¿Llegan antes de la escritura o aparecen a medida que vas escribiendo?
Depende. En algunos casos son cosas que arrastro de muchos años. En el caso de Jardines de Kensington yo no tenía la menor idea de quién era Barrie, incluso me fui documentando sobre él a lo largo de la escritura del libro. Yo no sabía cómo terminaba su vida y de hecho fui escribiendo el libro con el temor profundo de que fuera aburridísima, pero no, era perfecta como estructura literaria.

¿Lo fuiste conociendo a medida que avanzabas con la escritura?
Iba comprando libros, iba leyendo biografías, pero no es que los leí antes y ya sabía cómo terminaba. Me fui enterando casi como lector del mismo libro. Peter Pan no fue uno de los libros de mi infancia, ni siquiera la película de Walt Disney; sin embargo cuando lo leí me di cuenta que era un libro muy extraño y conectaba además con todos estos libros victorianos como Drácula, Cumbres Borrascosas o El retrato de Dorian Gray, libros muy preocupados con esta idea de la juventud.

Lo mismo te pasó con «El aprendiz de brujo», uno de los cuentos de Historia argentina y que tiene a un personaje obsesionado con la película Fantasía de Disney ¿Cómo conjugas las obsesiones exclusivas del momento de la escritura con tus obsesiones reales como Bob Dylan, The Kinks, Odisea en el espacio?
Bueno, ese es el desafío. Incluso cuando trabajo con géneros, como la ciencia ficción en El fondo del cielo, a mí siempre me gusta traerlos a mi territorio. No me gusta ir hacia ellos. A Barrie me lo traigo para mi calle, a la ciencia ficción me la traigo para mi calle. La idea en Jardines de Kensington de compaginar la era victoriana con los swinging sixties, la idea de los rockers como los nuevos Peter Pans, es una de las pocas cosas que puedo decir que me parecen admirables dentro de lo que he hecho. Pero sí, siempre los traigo para mi lado, siempre trato de que las cosas se vengan a vivir a mi casa. No me gusta ir a vivirme a la casa de ellos.

Otra obsesión tuya es el tema de la infancia. ¿Cambia tu percepción de la infancia el hecho de haberte convertido en padre?
Sí, tener un hijo te cambia muchísimo. John Irving me decía que una de las cosas más interesantes de ser padres es que empiezas a acordarte de cosas de tu propia infancia a medida que tu hijo va pasando por esas edades y es cierto. Es como una especie de remake que uno tiene que tratar de que sea mejor que el film original. La infancia, para mí, literariamente, es el territorio más interesante de todos. Todo sucede ahí. Lo único que queda fuera de la infancia es el debut sexual, pero inclusive la sexualidad ya está presente.

¿Te consideras una persona nostálgica?
Todos somos nostálgicos. Y además a medida que vas avanzando en la vida el pasado es cada vez más grande y el futuro cada vez más pequeño, o sea que inevitablemente el pasado se va volviendo más importante, por una cuestión casi espacial.

Da la sensación que la locura está anclada siempre en alguna experiencia de la infancia, siempre parece haber un suceso infantil que desata la locura de tus personajes. ¿Crees que se relaciona con esta decisión tuya de ser escritor desde que eras niño?
Sí, seguramente. La infancia es el primer acto de la película. Todo se planta ahí. Después todo el resto es como una especie de onda expansiva de la explosión. Siempre vuelvo a la infancia. Y además también tiene que ver con haber leído a Salinger y otra cantidad de autores. Yo no descubrí el tema de la infancia como territorio literario.

Algo que tiene Historia argentina es que hace una reescritura del tema de la dictadura desde una mirada infantil, inclusive con cierto humor.
Historia argentina es un poco rompedor en ese sentido. No pienso mucho en términos histórico-cronológicos, pero creo que es un libro que ha dejado alguna especie de poder residual, mal que le pese a algunos. Pero si no lo hacía yo lo iba a hacer otra persona. Además, mi idea básicamente fue aplicar a parámetros argentinos mucho de lo que yo había aprendido de la literatura norteamericana y de las grandes novelas satíricas sobre el espanto. Yo no inventé nada.

Historia argentina también funciona como un big bang de toda tu obra y hay personajes que vuelven a aparecer a lo largo de toda tu obra. ¿Además de volver como escritor ciertos a temas y personajes, vuelves como lector a tus obras?
Yo me reviso mucho y agrego muchas cosas siempre, o sea que sí. Además de que, cuando te traducen, las mismas preguntas de los traductores te obligan a revisar cosas. En el caso de Historia argentina yo siempre digo que me siento muy afortunado, porque hay muchos escritores que tienen relaciones muy traumáticas con sus primeros libros. Que no se reconocen en absoluto, que lo consideran algo primerizo, apresurado o que no tendrían que haber publicado. Y yo, para bien o para mal, en Historia argentina me sigo viendo reflejado. No creo que sea mi mejor libro, pero me parece que tengo mucho que agradecerle.
¿Cuál es el libro favorito del Fresán lector?
No me atrevo a elegir, pero La parte inventada me gusta mucho, también La velocidad de las cosas. Tu libro favorito siempre es el último mientras lo estás escribiendo; si no, no podrías terminarlo. Tiene que haber una especie de amor incondicional. Yo de todas maneras tengo una cierta ventaja que, como pasa con otros escritores que me gustan mucho como Vila-Matas, Vonnegut, Salinger, Cheever o Bolaño, parece que son libros diferentes pero hay una idea de conjunto. Yo siempre digo que los veo como diferentes habitaciones de una misma casa, no los veo como unidades aisladas.

Has dicho que Esperanto representó un cambio en tu forma de escribir. Una despedida de la anécdota.
Esperanto para mí fue el último libro de escritura de trama pura. Pero además mi relación es muy rara, porque lo escribí en una semana a partir de un sueño que tuve. Era un libro que no estaba en mis planes ni nada, entonces fue como un regalo de despedida, me parece. Después todo se complicó bastante para escribir, de buena manera. A mí me preocuparía un poco si cada vez me resultara más fácil escribir, me parece que la gracia está en saber que nunca estás al máximo de tus posibilidades y que tienes que seguir mejorando siempre.

¿Y sientes que La parte inventada representa otro cambio en tu forma de escribir?
Probablemente. Tenemos que ver qué pasa en tres libros más. Lo que sí me está costando mucho es sacarme de encima La parte inventada. Tiene un tono y una voz que técnicamente están logradas. Por ejemplo, hay una cosa que me causa mucha gracia y es que todo el mundo me habla como si el libro estuviera escrito en primera persona del singular y no, está escrito en tercera persona. Es una tercera persona muy de primera y me gusta ese tono.

Con La parte inventada da la sensación que tienes una especie de conversión a la Dylan pero a la inversa. Vienes de libros bastante eléctricos, como Mantra, a La parte inventada, un libro que da la sensación de estar como desenchufado de todo.
Sí, La parte inventada es como más crepuscular. Es como Dylan, pero más Dylan de Time Out Of Mind en adelante, un poco apocalíptico.

¿Cómo te llevas a esta altura con lo de escritor pop?
Lo soporto con gracia y resignación. De todas las cosas que te pueden llegar a decir no es tan mala, pero me parece que es un poco inexacta. O todos los escritores son pop o ninguno es pop. Charles Dickens es tan pop como yo simplemente por reflejar ciertos signos de su época, Jane Austen lo mismo, Borges es pop también. Me parece que es una apreciación un poco fácil decir que soy pop porque menciono películas y canciones. Menciono películas y canciones porque forman parte del mundo real que rodea a mis personajes, me parecería raro no mencionarlas. Pero bueno, es lo que hay. Siempre digo que prefiero que digan que soy un escritor pop y no un escritor poop. No me rebelo contra ello. 

En una reseña a propósito de La parte inventada, Alan Pauls afirma que hay una búsqueda por pasar de lo pop a lo clásico, que “acorralada la cultura pop por las fuerzas de la cultura pantalla […], sólo queda ser clásico”.
Yo soy gran lector del siglo XVIII y el siglo XIX y de los griegos. No es que solo leo de Warhol para este lado. Creo que Alan justamente señala ese malentendido. Lo que sí tiene el libro y yo me preocupé mucho porque se note en relación a otros libros míos es un cierto cansancio y una cierta fatiga de materiales en el personaje principal del libro, que no soy yo exactamente sino que se trata de una versión alternativa mía mucho más resentida y rencorosa. La gran diferencia entre el protagonista de La parte inventada y yo, y eso aparece también marcado a lo largo de todo el libro de diferentes maneras, es que nunca formó una familia y nunca fue padre, entonces está con un grado de reconcentración absoluta en la idea del arte y de la literatura que la viene arrastrando desde la adolescencia, cuando uno piensa que la literatura lo es todo. Después te vas dando cuenta que cualquier disciplina artística puede ser muy importante para tu vida, es tu vocación, es lo que quisiste hacer, lo que llegaste a ser, pero hay otras cosas también. No se puede vivir solo por y para la literatura. A mí los escritores que no tienen hijos me interesan mucho, los observo muy detenidamente porque conservan en mayor o menor medida una cierta condición peterpánica, de gente que no terminó de crecer.

También te has caracterizado por ser un autor que en general escribe sobre aquello que le atrae, aquello que ama, pero en La parte inventada nos encontramos a un personaje principal que parece odiar todo lo que lo rodea.
El personaje es un poco así, hay una actitud un poco belicosa contra la informática, los gadgets, las redes sociales y leer en libros digitales. Pero no es algo que a mí me preocupa. Simplemente no lo practico, no me interesa. Sí me parece nocivo y un poco tóxico. Ahora la gente está mucho más pendiente de la pantalla que del paisaje. Es muy útil, te soluciona un montón de problemas que antes demorabas más en solucionarlos, pero me parece también que tiene algo como de pacto mefistotélico. Vas resignando otras cosas que para mí eran importantes para la formación de un escritor, como contar una película a alguien sin tener la posibilidad de mostrársela en el momento, describir un cuadro, tararear una canción, que son todas formas de la narración. La posibilidad de olvidarte de algo, de no saberlo, de tener que buscarlo y demorar en encontrarlo, que la búsqueda sea un poco más ardua. Y además, lo más grave de todo es que se va perdiendo la posibilidad de estar solo: todo el tiempo estás acompañado de una manera virtual, todo el tiempo estás conectado y la soledad es muy importante tanto para leer como para escribir, es una de las condiciones básicas para poder hacerlo.

¿Qué viene después de La parte inventada?
Debo entregarlo en abril del año que viene, es lo único que puedo decir. A ver si llego. Va salir también una edición de Historia argentina en Random House por los 25 años de su publicación, así que probablemente le escriba algo nuevo, y también saldrá una recopilación de ensayos, prólogos y entrevistas que está armando Ignacio Echevarría para la Universidad Diego Portales. Así que el año que viene va a estar cargado. 

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